17/04/2020, 21:45
— Para nada; sabía que me iba a mudar. Pero jamas podría haberme imaginado; que de quién estaba enamorada mi madre, era de tu padre. Her-ma-ni-ta
Hana negó con la cabeza.
— No me lo creo. Nadie es tan cabeza hueca como para romper las normas de una escuela a la que asiste por primera vez. — las palabras de la rubia solo eran medio ciertas.
Sabía de lo inconsciente que podía ser aquella muchacha incluso habiendo pasado solo un día con ella. Era como si la mitad del tiempo ni siquiera pensase en las consecuencias de sus actos, solo pensaba en qué hacer para pasárselo bien y ni se esforzaba en ocultarlo.
Fue entonces cuando Hana se percató de que estaban en su habitación. La cama de matrimonio con sabanas de unicornios en el centro de la habitación, encima de ésta montones de peluches. Cada mañana, hacía la cama y posicionaba cuidadosamente cada uno de ellos. Al lado de la cama, entre esta y el armario empotrado que tenía, había una estantería vacía. En esa estantería ponía los peluches más pequeños cuando se acostaba. El enorme panda que estaba sentado sobre la esponjosa almohada solía dormir con ella. Claro que eso no se lo iba a decir a Ren ni con tortura.
A los pies de la cama estaba la bolsa con las cosas de la morena, ahora era tan evidente que se sentía estúpida por no haberse dado cuenta antes de que le iba a tocar compartir habitación con ella.
Aparte de eso, el resto era bastante normal. Un escritorio de madera con una silla de ruedas con reposabrazos y una lampara sobre el mismo adornaban una esquina de la habitación. El color de las paredes era un naranja claro apastelado y no había un solo poster ni nada colgado de ellas. Pero sí había otra estantería. A primera vista, de libros, pero en uno de los cuatro estantes no había libros, por lo menos, no libros normales.
Había mangas. Colecciones enteras de shojos, algunos eran solo capitulos sueltos, historias cortas, de chico chica, chico chico e incluso chica chica. No parecía que Hana hiciese diferencia ninguna siempre que fuese increiblemente empalagoso.
— Haz lo que tengas que hacer mientras te hago sitio en el armario, y no toques nada. — inquirió la rubia pasando por al lado de Ren chocando su hombro intencionalmente.
Hana negó con la cabeza.
— No me lo creo. Nadie es tan cabeza hueca como para romper las normas de una escuela a la que asiste por primera vez. — las palabras de la rubia solo eran medio ciertas.
Sabía de lo inconsciente que podía ser aquella muchacha incluso habiendo pasado solo un día con ella. Era como si la mitad del tiempo ni siquiera pensase en las consecuencias de sus actos, solo pensaba en qué hacer para pasárselo bien y ni se esforzaba en ocultarlo.
Fue entonces cuando Hana se percató de que estaban en su habitación. La cama de matrimonio con sabanas de unicornios en el centro de la habitación, encima de ésta montones de peluches. Cada mañana, hacía la cama y posicionaba cuidadosamente cada uno de ellos. Al lado de la cama, entre esta y el armario empotrado que tenía, había una estantería vacía. En esa estantería ponía los peluches más pequeños cuando se acostaba. El enorme panda que estaba sentado sobre la esponjosa almohada solía dormir con ella. Claro que eso no se lo iba a decir a Ren ni con tortura.
A los pies de la cama estaba la bolsa con las cosas de la morena, ahora era tan evidente que se sentía estúpida por no haberse dado cuenta antes de que le iba a tocar compartir habitación con ella.
Aparte de eso, el resto era bastante normal. Un escritorio de madera con una silla de ruedas con reposabrazos y una lampara sobre el mismo adornaban una esquina de la habitación. El color de las paredes era un naranja claro apastelado y no había un solo poster ni nada colgado de ellas. Pero sí había otra estantería. A primera vista, de libros, pero en uno de los cuatro estantes no había libros, por lo menos, no libros normales.
Había mangas. Colecciones enteras de shojos, algunos eran solo capitulos sueltos, historias cortas, de chico chica, chico chico e incluso chica chica. No parecía que Hana hiciese diferencia ninguna siempre que fuese increiblemente empalagoso.
— Haz lo que tengas que hacer mientras te hago sitio en el armario, y no toques nada. — inquirió la rubia pasando por al lado de Ren chocando su hombro intencionalmente.