23/12/2015, 15:58
Una caminata corta llevó al monje y a la anciana a una pequeña casucha de madera con un cartel blanco y una cruz roja en el. No era de gran tamaño, algo modesto y sencillo, con algunos pilares en el frente que daban paso a un pequeño recibidor. Del otro lado, la puerta de ingreso. La anciana, todavía en silencio, tomó el pomo de roble y abrió la puerta dejando lentamente dejando vislumbrar a Karamaru las luces del interior. Lo llevó hasta una habitación blanca con una camilla y con algunos instrumentos médicos en algunos estantes. No era mucho, pero seguramente alcanzaba para atender las necesidades de ese pueblo en el País del Rayo.
Ya vengo cielo, esperame aquí sentado- le dijo la señora mientras le señalaba la camilla antes de darse vuelta y salir de la habitación por el mismo camino por el que habían entrado.
Haciendo caso, el calvo se sentó en la camilla dejando los pies en el aire y mirando a su alrededor. Estaba solo, lejos de casa y en un lugar que no conocía. Sin embargo, algo le hacía sentirse cómodo en ese lugar. Volvió a ver su herida bajo sus vendas desgarradas para darse cuenta que la sangre ya no salía a grandes cantidades como antes, pero seguía sintiendo le mismo pinchazo de dolor. Se revisó su cuerpo en busca de más lastimaduras, dos en el brazo, tres en el pecho y una en la pierna. Eran finas líneas rojas que poco dañaban a Karamaru.
Estaba con la mirada en sus pectorales, viendo sus heridas, con la cara un poco tapada por su propia. Pero al levantar la cabeza pudo ver a una mujer de cabellos lacios, largos y rubios enfrente de él. Unos ojos verdes resaltaban su blanca piel. Estaba en silencio, conteniendo una risa disimulada al ver al calvo escondiendo su cara entre sus ropajes. Un silencio incómodo se adueño de la situación hasta que el monje decidió romper el silencio.
¿Y tu eres.....?
Oh...perdón...Me entretuve con tus monerías, soy la enfermera. Bueno, mejor dicho la ayudante, aquí la profesional es mi abuela. ¿Qué te trae por aquí?- dijo con voz inocente. Así y todo, parecía un poco mas grande de edad que Karamaru.
«Aaah, supongo que debe ser la nieta» dedujo.
Deja de conversar, ¿No vez que hay que tapar su herida?- reprochó la abuela entrando en la habitación. Al instante y sin reprochar la rubia tomó alcohol y algodón y se dirigió al pelado.
A ver, primero vamos a limpiar esas heridas
Se dispuso a pasar un poco de alcohol sobre las heridas en sus brazos. Luego, al ver la túnica rota, le pidió a Karamaru pasarle alcohol en sus otras heridas para no correr riesgo de que algo se infecte por alguna extraña razón. Se sacó su túnica, lo limpió, y luego se la volvió a colocar.
¿Terminaste?- volvió a reprochar la abuela volviendo a entrar en la habitación.
Sip, ¿Lo vendo?
La anciana asintió con la cabeza, y la nieta tomó unas tijeras y pidiendo permiso rompió los vendajes negros que rodeaban a la herida de su hombro izquierdo. Lo envolvió en vendas y gazas de color blancas para terminar con un:
Listo, como nuevo
¿Ya está? ¿Solamente era esto?
Pero sin recibir respuesta, la mujer se fue, y dejó al calvo de nuevo soló en la habitación. De nuevo con los pies colgando sobre el aire, sentado en la camilla, revisando su alrededor.
Ya vengo cielo, esperame aquí sentado- le dijo la señora mientras le señalaba la camilla antes de darse vuelta y salir de la habitación por el mismo camino por el que habían entrado.
Haciendo caso, el calvo se sentó en la camilla dejando los pies en el aire y mirando a su alrededor. Estaba solo, lejos de casa y en un lugar que no conocía. Sin embargo, algo le hacía sentirse cómodo en ese lugar. Volvió a ver su herida bajo sus vendas desgarradas para darse cuenta que la sangre ya no salía a grandes cantidades como antes, pero seguía sintiendo le mismo pinchazo de dolor. Se revisó su cuerpo en busca de más lastimaduras, dos en el brazo, tres en el pecho y una en la pierna. Eran finas líneas rojas que poco dañaban a Karamaru.
Estaba con la mirada en sus pectorales, viendo sus heridas, con la cara un poco tapada por su propia. Pero al levantar la cabeza pudo ver a una mujer de cabellos lacios, largos y rubios enfrente de él. Unos ojos verdes resaltaban su blanca piel. Estaba en silencio, conteniendo una risa disimulada al ver al calvo escondiendo su cara entre sus ropajes. Un silencio incómodo se adueño de la situación hasta que el monje decidió romper el silencio.
¿Y tu eres.....?
Oh...perdón...Me entretuve con tus monerías, soy la enfermera. Bueno, mejor dicho la ayudante, aquí la profesional es mi abuela. ¿Qué te trae por aquí?- dijo con voz inocente. Así y todo, parecía un poco mas grande de edad que Karamaru.
«Aaah, supongo que debe ser la nieta» dedujo.
Deja de conversar, ¿No vez que hay que tapar su herida?- reprochó la abuela entrando en la habitación. Al instante y sin reprochar la rubia tomó alcohol y algodón y se dirigió al pelado.
A ver, primero vamos a limpiar esas heridas
Se dispuso a pasar un poco de alcohol sobre las heridas en sus brazos. Luego, al ver la túnica rota, le pidió a Karamaru pasarle alcohol en sus otras heridas para no correr riesgo de que algo se infecte por alguna extraña razón. Se sacó su túnica, lo limpió, y luego se la volvió a colocar.
¿Terminaste?- volvió a reprochar la abuela volviendo a entrar en la habitación.
Sip, ¿Lo vendo?
La anciana asintió con la cabeza, y la nieta tomó unas tijeras y pidiendo permiso rompió los vendajes negros que rodeaban a la herida de su hombro izquierdo. Lo envolvió en vendas y gazas de color blancas para terminar con un:
Listo, como nuevo
¿Ya está? ¿Solamente era esto?
Pero sin recibir respuesta, la mujer se fue, y dejó al calvo de nuevo soló en la habitación. De nuevo con los pies colgando sobre el aire, sentado en la camilla, revisando su alrededor.
"El miedo es el camino al lado oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira al odio, el odio al sufrimiento, y el sufrimiento al lado oscuro"
-Maestro Yoda.
◘ Hablo ◘ Pienso ◘
-Maestro Yoda.
◘ Hablo ◘ Pienso ◘