19/04/2020, 05:00
Ese día Daigo no tenía la energía para salir a correr. En verdad no tenía el cuerpo para casi nada, y probablemente así seguiría durante un par de días, pero eso no impediría que el chico saliese a estirar las piernas.
Le dolían hasta las muelas, aunque no muchas, porque varias de ellas le faltaban, así como toda la parte derecha de su cabellera era ahora mucho más corta que la izquierda. Pero no tenía quejas. Los médicos se habían esforzado en tratar sus quemaduras y curar su pómulo —casi— desintegrado de un puñetazo.
«Y pensar que me hubiera pasado lo mismo si la esclava me hubiera alcanzado con eso el año pasado. Habría sido mi fin».
Que suerte que sus reflejos no le fallaron aquella vez, de lo contrario ni siquiera estaría allí ahora mismo.
Pensando en revisar su peinado en lo que sería ya la octava vez en aquel día y la quinta desde que había salido de su habitación, Daigo se acercó al cristal de un restaurante, cuando...
—¡Ooooh, hola! —Saludó dando saltitos, alegre, mientras agitaba los brazos para llamar su atención.
Le hacía muy feliz ver con sus propios ojos que estaban bien. Había escuchado muchas cosas preocupantes que habían sucedido durante el torneo, así que se alegraba de saber que al menos ellos estaban bien.
El chico se apresuró en entrar al establecimiento y, en cuanto pudiera pasar, acercarse a la mesa en la que vio a sus compañeros.
—¿Qué tal?
Le dolían hasta las muelas, aunque no muchas, porque varias de ellas le faltaban, así como toda la parte derecha de su cabellera era ahora mucho más corta que la izquierda. Pero no tenía quejas. Los médicos se habían esforzado en tratar sus quemaduras y curar su pómulo —casi— desintegrado de un puñetazo.
«Y pensar que me hubiera pasado lo mismo si la esclava me hubiera alcanzado con eso el año pasado. Habría sido mi fin».
Que suerte que sus reflejos no le fallaron aquella vez, de lo contrario ni siquiera estaría allí ahora mismo.
Pensando en revisar su peinado en lo que sería ya la octava vez en aquel día y la quinta desde que había salido de su habitación, Daigo se acercó al cristal de un restaurante, cuando...
—¡Ooooh, hola! —Saludó dando saltitos, alegre, mientras agitaba los brazos para llamar su atención.
Le hacía muy feliz ver con sus propios ojos que estaban bien. Había escuchado muchas cosas preocupantes que habían sucedido durante el torneo, así que se alegraba de saber que al menos ellos estaban bien.
El chico se apresuró en entrar al establecimiento y, en cuanto pudiera pasar, acercarse a la mesa en la que vio a sus compañeros.
—¿Qué tal?
¡Muchas gracias a Nao por el sensual avatar y a Ranko por la pedazo de firma!
Team pescado.