21/04/2020, 20:00
—¡Es que no puedes convertirte en leyenda sin alguien que maneje tus relaciones públicas! Es lo que dice padre, al menos…
—Con todo respeto hacia nuestro padre, no creo que…
—¿Rrrranko?
La chica soltó un gritito al oír al perro ¿hablar? Era un husky hermoso, grande, que le miraba con poco menos extrañeza con la que las hermanas lo veían a él.
—¡Ah! ¿Pero qué ca…?
—E-espera… —Ranko miró fijamente al can. Luego un chico musculoso de rastas se acercó para disculparse por el animal. Las piezas encajaron al fin. ¡Tenía tanto tiempo sin verlos! —. ¿Akane-san? ¡Etsu-san! —La chica se puso de pie a como pudo en su asiento y le dedicó sendas reverencias a los Inuzuka —. ¡Ha-hace tanto que no los veo! Desde… Desde aquella misión, creo. ¿No? N-no es molestia, para nada. ¡To-Tomen asiento si gustan!
—¿Ah? —Kuumi alzó una ceja en dirección a su hermana, quien le dirigió una mirada suplicante. La pelirroja suspiró y se movió hacia la ventana. Ella se había sentado en el sillón enfrente de Ranko, no a su lado.
—E-Ella es Kuumi, mi hermana.
—Gusto —dijo con un movimiento afirmativo de la cabeza. No lo recordaba bien, pero ya había visto al chico hacía mucho tiempo, en su primer enfrentamiento de práctica en los dojos de Kusagakure, aunque solo por un instante —. Ah, mira. Es el verde de los puños.
Kuumi señaló hacia fuera, por la ventana. Ranko volteó justo para ver a un alegre pero convaleciente Daigo. La felicidad aplastó la lástima de la chica. Kuumi le saludó con un sutil movimiento de su palma, mientras que Ranko agitó sus brazos para devolverle el saludo. Pronto los tres artistas marciales (y el can, y Kuumi) estarían en la misma mesa.
—E-es una alegría saber que siguen aquí. Daigo-san, ¿cómo te sientes? Escuché que...
—¡EJEM! Antes de que comencemos con la cháchara de kusamigos, ordenemos, ¿vale? —Kuumi le hacía señas a una mesera para que se acercara.
—Oh, sí, claro. ¡La-las Sagisō invitan la parrillada! —comentó Ranko, muy alegre. Kuumi le dirigió una mirada extraña, entrecerrando los ojos, pero se encogió de hombros y no dijo nada.
—Sí, pidan lo que quieran. Hakuto invita. —Le sonrió maliciosamente a su hermana.
—Con todo respeto hacia nuestro padre, no creo que…
—¿Rrrranko?
La chica soltó un gritito al oír al perro ¿hablar? Era un husky hermoso, grande, que le miraba con poco menos extrañeza con la que las hermanas lo veían a él.
—¡Ah! ¿Pero qué ca…?
—E-espera… —Ranko miró fijamente al can. Luego un chico musculoso de rastas se acercó para disculparse por el animal. Las piezas encajaron al fin. ¡Tenía tanto tiempo sin verlos! —. ¿Akane-san? ¡Etsu-san! —La chica se puso de pie a como pudo en su asiento y le dedicó sendas reverencias a los Inuzuka —. ¡Ha-hace tanto que no los veo! Desde… Desde aquella misión, creo. ¿No? N-no es molestia, para nada. ¡To-Tomen asiento si gustan!
—¿Ah? —Kuumi alzó una ceja en dirección a su hermana, quien le dirigió una mirada suplicante. La pelirroja suspiró y se movió hacia la ventana. Ella se había sentado en el sillón enfrente de Ranko, no a su lado.
—E-Ella es Kuumi, mi hermana.
—Gusto —dijo con un movimiento afirmativo de la cabeza. No lo recordaba bien, pero ya había visto al chico hacía mucho tiempo, en su primer enfrentamiento de práctica en los dojos de Kusagakure, aunque solo por un instante —. Ah, mira. Es el verde de los puños.
Kuumi señaló hacia fuera, por la ventana. Ranko volteó justo para ver a un alegre pero convaleciente Daigo. La felicidad aplastó la lástima de la chica. Kuumi le saludó con un sutil movimiento de su palma, mientras que Ranko agitó sus brazos para devolverle el saludo. Pronto los tres artistas marciales (y el can, y Kuumi) estarían en la misma mesa.
—E-es una alegría saber que siguen aquí. Daigo-san, ¿cómo te sientes? Escuché que...
—¡EJEM! Antes de que comencemos con la cháchara de kusamigos, ordenemos, ¿vale? —Kuumi le hacía señas a una mesera para que se acercara.
—Oh, sí, claro. ¡La-las Sagisō invitan la parrillada! —comentó Ranko, muy alegre. Kuumi le dirigió una mirada extraña, entrecerrando los ojos, pero se encogió de hombros y no dijo nada.
—Sí, pidan lo que quieran. Hakuto invita. —Le sonrió maliciosamente a su hermana.
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