26/04/2020, 15:19
¡Pobre Keisuke! Ni en sus más temerosos pensamientos el joven mayordomo pudo preveer lo que iba a pasar. Estaba desesperado, eso parecía claro, y en ningún momento se había parado a considerar las consecuencias de sus acciones; el interrogatorio al que le sometieron los shinobi se encargó de dejarle muy claro que a ellos no había sido capaz de engañarlos —especialmente a Kisame— y que sospechaban de él. ¿Pero, qué podía hacer? ¿Entregarse y perder su trabajo, probablemente ir a la cárcel? No sólo tenía miedo de la justicia de la Villa, sino que una mujer poderosa como la empresaria Kobayashi podía arruinarle la vida de mil maneras al margen de la ley.
Así que, desesperado, lo único que se le ocurrió fue echar a correr como alma que llevaba el diablo y tratar de despistar al genin. Luego, ya pensaría en algo. Luego, ya se las vería con los ninjas. Pero en ese momento... Necesitaba desaparecer. ¡Ay, advenedizo! Lo que Hirata Keisuke no había tenido en cuenta, amigos, es que cuando le tocas los cojones a un shinobi de la Lluvia, no puedes esperar que las cosas terminen bien para ti. En absoluto.
Con un grujido ensordecedor, la misma tierra se abrió bajo los pies del mayordomo, como las fauces de una bestia dispuesta a tragárselo. Keisuke emitió un chillido agudo antes de caer en la fisura que la técnica de Kisame había abierto en el callejón, destrozando adoquines, mobiliario y tierra. Por suerte para el genin, el jutsu no había llegado a afectar a las casas contiguas.
—¡Socorro, por favor! ¡Socorro! —gimoteaba Keisuke, atrapado en aquella grieta.
Si el genin se acercaba, vería al muchacho encogido sobre sí mismo, aferrándose el tobillo derecho con ambas manos. La posición antinatural de su pie y la abultada hinchazón en torno al mismo parecían sugerir que se lo había roto. Keisuke alzó la vista hacia el ninja, atemorizado e implorante.
—¡Por favor, sácame de aquí! ¡Te lo contaré todo, pero no me dejes aquí, necesito un médico nojoda!
Así que, desesperado, lo único que se le ocurrió fue echar a correr como alma que llevaba el diablo y tratar de despistar al genin. Luego, ya pensaría en algo. Luego, ya se las vería con los ninjas. Pero en ese momento... Necesitaba desaparecer. ¡Ay, advenedizo! Lo que Hirata Keisuke no había tenido en cuenta, amigos, es que cuando le tocas los cojones a un shinobi de la Lluvia, no puedes esperar que las cosas terminen bien para ti. En absoluto.
Con un grujido ensordecedor, la misma tierra se abrió bajo los pies del mayordomo, como las fauces de una bestia dispuesta a tragárselo. Keisuke emitió un chillido agudo antes de caer en la fisura que la técnica de Kisame había abierto en el callejón, destrozando adoquines, mobiliario y tierra. Por suerte para el genin, el jutsu no había llegado a afectar a las casas contiguas.
—¡Socorro, por favor! ¡Socorro! —gimoteaba Keisuke, atrapado en aquella grieta.
Si el genin se acercaba, vería al muchacho encogido sobre sí mismo, aferrándose el tobillo derecho con ambas manos. La posición antinatural de su pie y la abultada hinchazón en torno al mismo parecían sugerir que se lo había roto. Keisuke alzó la vista hacia el ninja, atemorizado e implorante.
—¡Por favor, sácame de aquí! ¡Te lo contaré todo, pero no me dejes aquí, necesito un médico nojoda!