27/04/2020, 11:04
El desempeño de los dos genin en aquella tarea fue como el propio Ying y Yang; o más bien, Gym y Ñam. Porque mientras Ren hizo gala de una forma física en excelentes condiciones, cargando con el remolque sin dar muestra alguna de cansancio y recorriendo la Aldea a buen paso mientras entregaba aquellas cajas de mermelada en promoción como si lo hubiera estado haciendo durante toda su vida, Kisame parecía apunto de echar un pulmón por la boca tras apenas un par de intentos de mover la carretilla. Tal fue su mala suerte, que en un último empujón, una de las cajas con etiqueta especial que debían entregar al almacén de la compañía de Ferrocarriles cayó del remolque y se estrelló contra el suelo.
El silencio se hizo durante lo que pareció una eternidad, consumida sin embargo en el lapso de unos pocos segundos. Ebisu miró a Kisame, miró el remolque, miró a Ren, miró a Kisame otra vez y por último miró la caja en el suelo. Abrió la boca mientras se giraba de nuevo hacia el Taka, pero entonces pareció reparar en algo y volvió a mirar la caja con etiqueta especial.
—¿No... notais algo? —masculló el chūnin—. Mejor dicho, ¿no notais algo que no se nota porque... no ha ocurrido? —puntualizó, mirando a sus alumnos—. ¿"Puf"? ¿Cómo que "puf"? Ese no es el sonido que hace una caja repleta de botes de mermelada cuando se estrella contra el suelo a diez metros por segundo.
Sí, el cálculo quizás era una aberración aproximista que haría revolverse en su tumba a varios prestigiosos físicos de la Universidad de Taikarune, pero el punto de aquel sensei seguía estando ahí. Ebisu se inclinó sobre la caja y extrayendo un kunai de su portaobjetos, la abrió en canal.
—Me cago en...
Si los dos genin se acercaban a fisgonear, verían que lo que contenía aquella caja no eran botes de mermelada... Sino paquetes de una extraña plasta azul envasada al vacío en unidades de plástico transparente. Ebisu ni siquiera se atrevió a tocar una de ellas. Las manos le temblaban.
—Me cago en —repitió, incrédulo—. No me jodas.
Se incorporó, haciendo caso omiso a sus dos alumnos, y comenzó a deambular de un lado a otro mientras se mesaba la barbilla con visible nerviosismo. Tras unos momentos se detuvo, mirando a los genin.
—Vosotros seguid con el reparto. Yo voy a tener una pequeña charla con nuestros amigos de Ferrocarriles. Cuando termineis, volved al Edificio de la Arashikage y reportad que la misión ha sido cumplida con éxito.
El chūnin se echó aquella caja al hombro, tomó la otra del remolque —la que tenía el etiquetado "especial"— y echó a correr hacia el almacén de Ferrocarriles de la Villa, saltando de tejado en tejado. Sin duda se le veía apurado.
«¡Puf!»
El silencio se hizo durante lo que pareció una eternidad, consumida sin embargo en el lapso de unos pocos segundos. Ebisu miró a Kisame, miró el remolque, miró a Ren, miró a Kisame otra vez y por último miró la caja en el suelo. Abrió la boca mientras se giraba de nuevo hacia el Taka, pero entonces pareció reparar en algo y volvió a mirar la caja con etiqueta especial.
—¿No... notais algo? —masculló el chūnin—. Mejor dicho, ¿no notais algo que no se nota porque... no ha ocurrido? —puntualizó, mirando a sus alumnos—. ¿"Puf"? ¿Cómo que "puf"? Ese no es el sonido que hace una caja repleta de botes de mermelada cuando se estrella contra el suelo a diez metros por segundo.
Sí, el cálculo quizás era una aberración aproximista que haría revolverse en su tumba a varios prestigiosos físicos de la Universidad de Taikarune, pero el punto de aquel sensei seguía estando ahí. Ebisu se inclinó sobre la caja y extrayendo un kunai de su portaobjetos, la abrió en canal.
—Me cago en...
Si los dos genin se acercaban a fisgonear, verían que lo que contenía aquella caja no eran botes de mermelada... Sino paquetes de una extraña plasta azul envasada al vacío en unidades de plástico transparente. Ebisu ni siquiera se atrevió a tocar una de ellas. Las manos le temblaban.
—Me cago en —repitió, incrédulo—. No me jodas.
Se incorporó, haciendo caso omiso a sus dos alumnos, y comenzó a deambular de un lado a otro mientras se mesaba la barbilla con visible nerviosismo. Tras unos momentos se detuvo, mirando a los genin.
—Vosotros seguid con el reparto. Yo voy a tener una pequeña charla con nuestros amigos de Ferrocarriles. Cuando termineis, volved al Edificio de la Arashikage y reportad que la misión ha sido cumplida con éxito.
El chūnin se echó aquella caja al hombro, tomó la otra del remolque —la que tenía el etiquetado "especial"— y echó a correr hacia el almacén de Ferrocarriles de la Villa, saltando de tejado en tejado. Sin duda se le veía apurado.