29/04/2020, 10:45
(Última modificación: 29/04/2020, 10:47 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
Y así lo hacía. Avanzando a la par de su camarada, atento a cualquier peligro.
Mientras el Kage Bunshin imitaba a su homónimo de Dragón Rojo —uno azul y musculado—, el original hacía lo propio más atrás en el camino; allí donde habían querido emboscar, ahora con éxito, a los guardias del Daimyō llamados Sumire y Gura. En principio la misión trataba de superar las barreras de Umigarasu y entrar en la ciudad, tomar contacto con él, probarle que sus mejores defensas no habían sido suficiente para detener a un par de ninjas bien entrenados como otros que integraban Sekiryū. Eso incluía, para ganar más puntos, hacerlo sin levantar sospechas y sin matar a nadie.
Bien, lo primero al joven Akame ya se le antojaba imposible; aquella niebla cargada de chakra era claramente algún jutsu, el guardia del retén les había descubierto —no, no él, sí alguien que le informaba por radio—, los otros dos se habían llevado a sus valedores y emisarios... Para Akame aquello estaba siendo un desastre, y claramente no tenía otro origen que la incompetencia de Kyūtsuki. ¿Una kunoichi que se había llevado meses infiltrada en el círculo más cercano al Daimyō no había sido capaz de recabar la información necesaria para estar prevenidos ante todo aquello? Un trabajo chapucero cuanto menos. Cuando todo acabara, el Uchiha y aquella tipeja iban a tener más que palabras, de eso estaba seguro. La muy maldita les había enviado al matadero.
Pero, centrémonos en el momento. Apenas Akame vio el cuerpo de Kaido solidificándose, con aquella mirada de auténtico tiburón puesta sobre su presa, supo que era el momento de actuar. Apenas Gura pasó frente a él, imitó a su compañero y se abalanzó sobre el guardia. En su caso, fue un kunai oculto saliendo de su manga derecha y empuñado firmemente por la diestra el que acabó con su filo pegado a la yugular de Gura, mientras con la otra mano buscaba retorcerle el brazo izquierdo en una dolorosa llave.
—Quieto ahí, muñeco. Como muevas un músculo, meneo yo el dedo —le susurró, y para muestra un botón: el afilado acero que sujetaba con su diestra se movió apenas un centímetro, provocando que un hilillo de sangre brotara de la yugular de Gura.
Una advertencia que no estaba vacía, ni mucho menos, y así pretendía el Uchiha hacérselo saber a su víctima. Si en cualquier momento aquella intentaba algo, Akame no dudaría ni un maldito milisegundo en degollarla como a un puto cordero el día antes de Navidad.
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Mientras el Kage Bunshin imitaba a su homónimo de Dragón Rojo —uno azul y musculado—, el original hacía lo propio más atrás en el camino; allí donde habían querido emboscar, ahora con éxito, a los guardias del Daimyō llamados Sumire y Gura. En principio la misión trataba de superar las barreras de Umigarasu y entrar en la ciudad, tomar contacto con él, probarle que sus mejores defensas no habían sido suficiente para detener a un par de ninjas bien entrenados como otros que integraban Sekiryū. Eso incluía, para ganar más puntos, hacerlo sin levantar sospechas y sin matar a nadie.
Bien, lo primero al joven Akame ya se le antojaba imposible; aquella niebla cargada de chakra era claramente algún jutsu, el guardia del retén les había descubierto —no, no él, sí alguien que le informaba por radio—, los otros dos se habían llevado a sus valedores y emisarios... Para Akame aquello estaba siendo un desastre, y claramente no tenía otro origen que la incompetencia de Kyūtsuki. ¿Una kunoichi que se había llevado meses infiltrada en el círculo más cercano al Daimyō no había sido capaz de recabar la información necesaria para estar prevenidos ante todo aquello? Un trabajo chapucero cuanto menos. Cuando todo acabara, el Uchiha y aquella tipeja iban a tener más que palabras, de eso estaba seguro. La muy maldita les había enviado al matadero.
Pero, centrémonos en el momento. Apenas Akame vio el cuerpo de Kaido solidificándose, con aquella mirada de auténtico tiburón puesta sobre su presa, supo que era el momento de actuar. Apenas Gura pasó frente a él, imitó a su compañero y se abalanzó sobre el guardia. En su caso, fue un kunai oculto saliendo de su manga derecha y empuñado firmemente por la diestra el que acabó con su filo pegado a la yugular de Gura, mientras con la otra mano buscaba retorcerle el brazo izquierdo en una dolorosa llave.
—Quieto ahí, muñeco. Como muevas un músculo, meneo yo el dedo —le susurró, y para muestra un botón: el afilado acero que sujetaba con su diestra se movió apenas un centímetro, provocando que un hilillo de sangre brotara de la yugular de Gura.
Una advertencia que no estaba vacía, ni mucho menos, y así pretendía el Uchiha hacérselo saber a su víctima. Si en cualquier momento aquella intentaba algo, Akame no dudaría ni un maldito milisegundo en degollarla como a un puto cordero el día antes de Navidad.