5/05/2020, 15:09
La Yamanaka esbozó una sonrisa triste. Pese a que en un primer momento había atisbado algo de empatía y comprensión en el rostro normalmente poco expresivo de Kisame, toda ella se vio pronto arrastrada por una oleada de frialdad determinante, como una ola que se llevara consigo los restos de algún naufragio varados en una orilla lejana. El genin no tardó en recoger la confesión de su compañera ninja para emitir una sentencia: culpable. Y tampoco demoró en anunciar que informaría de todo aquello.
Ōmei suspiró. Era consciente de sus malos actos y desde el primer momento había temido que llegaran a justo eso: sus compañeros shinobi investigando el asunto. Una treta como aquella jamás habría podido llegar muy lejos, menos todavía en cuanto los ninjas de Ame se metieran por medio, pero es que no había sido la calculada razón la que había movido su mano. Sino un sentimiento profundo de querer hacer justicia, a su modo si era necesario.
—Es tu deber. Lo entiendo —respondió la Yamanaka, cabizbaja. Haberse hecho a la idea de que ese momento llegaría y haber imaginado cómo afrontaría sus consecuencias no le hizo el trámite más fácil—. Si no te importa, esperaré en casa. No sé qué va a pasar conmigo así que preferiría dedicarle este rato a mi familia.
Y con aquellas palabras, sin que Kisame quisiera hacer nada por detenerla, la genin se marchó.
El joven Taka volvió a la mansión Kobayashi un rato después, ya bien entrada la noche —eran casi las doce—. Allí le esperaba la señora, brazos en jarra, junto con su tanuki y Karamaru. El Yamanaka parecía bastante abstraído de la situación, cuando Kisame le informó de sus hallazgos, se limitó a asentir y seguirle la corriente. Kobayashi Koe, por su parte, exigió a viva voz saber cómo andaban las pesquisas.
—¿¡Y bien, ninja!? Debo deducir por el hecho de que esta noche no haya venido ningún espíritu a atormentarme que has solucionado este entuerto, ¿es así?
Ōmei suspiró. Era consciente de sus malos actos y desde el primer momento había temido que llegaran a justo eso: sus compañeros shinobi investigando el asunto. Una treta como aquella jamás habría podido llegar muy lejos, menos todavía en cuanto los ninjas de Ame se metieran por medio, pero es que no había sido la calculada razón la que había movido su mano. Sino un sentimiento profundo de querer hacer justicia, a su modo si era necesario.
—Es tu deber. Lo entiendo —respondió la Yamanaka, cabizbaja. Haberse hecho a la idea de que ese momento llegaría y haber imaginado cómo afrontaría sus consecuencias no le hizo el trámite más fácil—. Si no te importa, esperaré en casa. No sé qué va a pasar conmigo así que preferiría dedicarle este rato a mi familia.
Y con aquellas palabras, sin que Kisame quisiera hacer nada por detenerla, la genin se marchó.
El joven Taka volvió a la mansión Kobayashi un rato después, ya bien entrada la noche —eran casi las doce—. Allí le esperaba la señora, brazos en jarra, junto con su tanuki y Karamaru. El Yamanaka parecía bastante abstraído de la situación, cuando Kisame le informó de sus hallazgos, se limitó a asentir y seguirle la corriente. Kobayashi Koe, por su parte, exigió a viva voz saber cómo andaban las pesquisas.
—¿¡Y bien, ninja!? Debo deducir por el hecho de que esta noche no haya venido ningún espíritu a atormentarme que has solucionado este entuerto, ¿es así?