7/05/2020, 21:38
Pero Etsu se equivocaba en una cosa. Solo en una. Él no iba a golpear a Datsue donde más le dolía, porque ya lo había hecho. A traición, sin avisar, aprovechándose del caos y, para empeorarlo todo, en la cara. ¡En la cara! Un año había pasado de aquello, pero Uchiha Datsue no olvidaba.
Nunca.
No, ahora, era su turno. Tras asegurarse de que el perro seguía con vida —lo supo porque su cuerpo seguía rebosante de chakra—, pero inconsciente, supo que era el momento de centrarse en Etsu. Sin ataduras. Sin reservas. No solo por venganza. Había algo más. Una lección que debía darle.
Ya no por orgullo, sino por respeto a su sangre.
Ya no por su nombre, sino por el de todos sus antepasados.
Ya no por demostrar, sino por honrar a Hazama y su tradición. La tradición de la familia. La tradición del clan.
Verán, Inuzuka Etsu estaba osando no apartar la mirada. No agacharla como hacían todos. No bajar el mentón. Es más, le miraba como si… como si sus orbes quisiesen aniquilarlo, al menos cien veces. ¡A él! ¡A los putos ojos! No, aquello era inadmisible. Etsu debía aprender que…
…que ningún humano o bijū miraba a los ojos de un Uchiha y sobrevivía a la mañana siguiente para contarlo.
Así que lo hizo, penetró su alma a través de sus ojos con la delicadeza de una daga al rojo vivo. Entonces Datsue abrió los brazos, también alzados en horizontal. Como si aquella fuese una señal de guerra, desde la grada uzujin empezaron a salir lanzas disparadas. Eran como saetas, trazando un arco en el cielo y cayendo en dirección a Etsu.
Le atravesaron como mantequilla, con la misma frialdad de un carnicero cortando filetes. La primera fue a una rodilla. Le atravesó la rótula de lado a lado y se ancló en el suelo. La segunda fue al pie, ¡tac!, como un clavo haría al clavarse en un trozo de madera. La tercera al estómago. La cuarta al antebrazo. La quinta a la mano.
Llegó un momento en el que Etsu se convirtió en un erizo humano que no podía ni moverse.
—¿Tú te crees un tío muy duro, verdad? —le espetó Datsue, que había creado la ilusión de tal modo que todo lo demás se viese igual—. Eres de los que creen que se reirían cuando Izanami susurrase a su oído y que se darían golpes en el pecho al ver las puertas del Yomi abiertas para él. Déjame contarte un pequeño secreto.
Quizá a Etsu se le diese por querer interrumpirle. Por replicar. Por simplemente chillar de dolor. No podía. Algo había cosido sus labios convirtiendo su boca en una tumba cerrada.
¡No! No se lo imaginaba, ¡ni quería hacerlo! «¡No me desconcentres, cojones!»
Tras un breve instante de desconexión, el Uchiha volvió a centrarse en Etsu. ¿Qué le estaba contando? Ah, ya. El secreto.
—Verás, si fueses la mitad de tío duro que te crees, podrías moverte. ¿Puedes? ¿No? Ah, eso mismo pensaba yo. —Con Etsu paralizado, caminó hacia él con la misma parsimonia de un verdugo que ama su trabajo y quiere saborear cada gota y cada segundo de él. En su diestra, una esfera de energía turquesa iluminó su palma. Datsue se inclinó sobre el oído de Etsu para susurrarle algo, como uno haría con su amante—. No vuelvas a tocarme los cojones.
Y...
Datsue estrelló el Rasengan en el pecho de Etsu, de idéntica forma a como había hecho con Daigo. La esfera de energía rotante impactó con fuerza y le mandó volando por los aires, con la idea de que cayese junto a su perro y, como él, no volviese a levantarse.
Nunca.
No, ahora, era su turno. Tras asegurarse de que el perro seguía con vida —lo supo porque su cuerpo seguía rebosante de chakra—, pero inconsciente, supo que era el momento de centrarse en Etsu. Sin ataduras. Sin reservas. No solo por venganza. Había algo más. Una lección que debía darle.
Ya no por orgullo, sino por respeto a su sangre.
Ya no por su nombre, sino por el de todos sus antepasados.
Ya no por demostrar, sino por honrar a Hazama y su tradición. La tradición de la familia. La tradición del clan.
Verán, Inuzuka Etsu estaba osando no apartar la mirada. No agacharla como hacían todos. No bajar el mentón. Es más, le miraba como si… como si sus orbes quisiesen aniquilarlo, al menos cien veces. ¡A él! ¡A los putos ojos! No, aquello era inadmisible. Etsu debía aprender que…
…que ningún humano o bijū miraba a los ojos de un Uchiha y sobrevivía a la mañana siguiente para contarlo.
Así que lo hizo, penetró su alma a través de sus ojos con la delicadeza de una daga al rojo vivo. Entonces Datsue abrió los brazos, también alzados en horizontal. Como si aquella fuese una señal de guerra, desde la grada uzujin empezaron a salir lanzas disparadas. Eran como saetas, trazando un arco en el cielo y cayendo en dirección a Etsu.
Le atravesaron como mantequilla, con la misma frialdad de un carnicero cortando filetes. La primera fue a una rodilla. Le atravesó la rótula de lado a lado y se ancló en el suelo. La segunda fue al pie, ¡tac!, como un clavo haría al clavarse en un trozo de madera. La tercera al estómago. La cuarta al antebrazo. La quinta a la mano.
Llegó un momento en el que Etsu se convirtió en un erizo humano que no podía ni moverse.
«¡JIA JIA JIA! ¡Veo que has aprendido un par de cosas de mí, Hijo!»
—¿Tú te crees un tío muy duro, verdad? —le espetó Datsue, que había creado la ilusión de tal modo que todo lo demás se viese igual—. Eres de los que creen que se reirían cuando Izanami susurrase a su oído y que se darían golpes en el pecho al ver las puertas del Yomi abiertas para él. Déjame contarte un pequeño secreto.
Quizá a Etsu se le diese por querer interrumpirle. Por replicar. Por simplemente chillar de dolor. No podía. Algo había cosido sus labios convirtiendo su boca en una tumba cerrada.
«Ingenioso, ingenioso. Pero Datsue, un consejo, deja siempre que se expresen. A ver cómo lo explico para que tu mente humana lo entienda. Una tortura sin gritos es como… Como follar en completo silencio, ¿comprendes? Quizá llegues al clímax, pero menudo coñazo el camino a él ¿no? ¿Te lo imaginas?»
¡No! No se lo imaginaba, ¡ni quería hacerlo! «¡No me desconcentres, cojones!»
Tras un breve instante de desconexión, el Uchiha volvió a centrarse en Etsu. ¿Qué le estaba contando? Ah, ya. El secreto.
—Verás, si fueses la mitad de tío duro que te crees, podrías moverte. ¿Puedes? ¿No? Ah, eso mismo pensaba yo. —Con Etsu paralizado, caminó hacia él con la misma parsimonia de un verdugo que ama su trabajo y quiere saborear cada gota y cada segundo de él. En su diestra, una esfera de energía turquesa iluminó su palma. Datsue se inclinó sobre el oído de Etsu para susurrarle algo, como uno haría con su amante—. No vuelvas a tocarme los cojones.
Y...
¡¡¡BAAAAAMMMMMMMMM!!!
Datsue estrelló el Rasengan en el pecho de Etsu, de idéntica forma a como había hecho con Daigo. La esfera de energía rotante impactó con fuerza y le mandó volando por los aires, con la idea de que cayese junto a su perro y, como él, no volviese a levantarse.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado