10/05/2020, 18:55
—Sí —Ranko se asomó por la ventana junto a Kazuma —. E-es curioso que como ninjas podamos… podamos movernos a veces demasiado rápido. P-pero al hacerlo no podemos v-ver algo tan genial como e-en un tren.
Ranko disfrutó del tiempo entre pláticas con Kazuma y maravillosas vistas del País del Bosque. Antes de que se diera cuenta, estaban pasando por sobre el famoso risco de la ciudad de Yachi. Entre ratos, la kunoichi sacaba las galletas de entre sus ropas y comía un poco, convidándole cada que podía al espadachín, hasta que sólo quedó un pañuelo con migajas.
Fue cuando las montañas los flanquearon y los árboles comenzaban a escasear que Ranko se cruzó de brazos y apoyó la cabeza contra el respaldo del asiento. Si iban a llegar tan tarde, era mejor ahorrar toda la energía posible, ¿no? Aunque le costó varios minutos, logró dormirse, arrullada por el movimiento del tren, mientras el sol lanzaba algunas últimas despedidas naranja opaco más allá del horizonte.
A pesar de que era la primera vez que Ranko iba a esa zona del continente, se perdió la mayor parte de la transición: el paisaje perdía plantas gradualmente, hasta que se notaban más áreas áridas y arenosas que árboles y arbustos floridos. Algunas palmeras y matorrales adornaban aquellas vistas extrañas para los Kusajin. La arena, oscura a esas horas, parecía más un infierno frío que uno ardiente. El tren viraba levemente hacia el suroeste, hasta que se detuvieron en una estructura similar a aquellas en las que brevemente habían parado en Tane-Shigai y Yachi.
—¡Última parada de la línea! ¡Inaka! —diría un vozarrón, después de que se abrieran las puertas de vagón —. ¡Hagan el favor de descender con cuidado!
La gente comenzaría a bajar con ojos cansados y pasos lentos, pues la oscuridad del País del Viento era apenas rota por los farolillos de la estación de Inaka. La voz había despertado a Ranko, quien se alteró brevemente, pues pensaba que había pasado de lugar.
—¡Ah! Yo… ¿ah? ¿Ya? —diría, mirando por la ventana —. ¿Ya? Bueno… —Se estiraría en su asiento antes de prepararse para descender —. ¿C-Cómo le pareció a Kazuma-san?
Ranko disfrutó del tiempo entre pláticas con Kazuma y maravillosas vistas del País del Bosque. Antes de que se diera cuenta, estaban pasando por sobre el famoso risco de la ciudad de Yachi. Entre ratos, la kunoichi sacaba las galletas de entre sus ropas y comía un poco, convidándole cada que podía al espadachín, hasta que sólo quedó un pañuelo con migajas.
Fue cuando las montañas los flanquearon y los árboles comenzaban a escasear que Ranko se cruzó de brazos y apoyó la cabeza contra el respaldo del asiento. Si iban a llegar tan tarde, era mejor ahorrar toda la energía posible, ¿no? Aunque le costó varios minutos, logró dormirse, arrullada por el movimiento del tren, mientras el sol lanzaba algunas últimas despedidas naranja opaco más allá del horizonte.
A pesar de que era la primera vez que Ranko iba a esa zona del continente, se perdió la mayor parte de la transición: el paisaje perdía plantas gradualmente, hasta que se notaban más áreas áridas y arenosas que árboles y arbustos floridos. Algunas palmeras y matorrales adornaban aquellas vistas extrañas para los Kusajin. La arena, oscura a esas horas, parecía más un infierno frío que uno ardiente. El tren viraba levemente hacia el suroeste, hasta que se detuvieron en una estructura similar a aquellas en las que brevemente habían parado en Tane-Shigai y Yachi.
—¡Última parada de la línea! ¡Inaka! —diría un vozarrón, después de que se abrieran las puertas de vagón —. ¡Hagan el favor de descender con cuidado!
La gente comenzaría a bajar con ojos cansados y pasos lentos, pues la oscuridad del País del Viento era apenas rota por los farolillos de la estación de Inaka. La voz había despertado a Ranko, quien se alteró brevemente, pues pensaba que había pasado de lugar.
—¡Ah! Yo… ¿ah? ¿Ya? —diría, mirando por la ventana —. ¿Ya? Bueno… —Se estiraría en su asiento antes de prepararse para descender —. ¿C-Cómo le pareció a Kazuma-san?
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