12/05/2020, 01:33
La kunoichi iba asintiendo ante la explicación del de gafas, este segundo no es que se explicara precisamente bien, pero ella parecía seguir el hilo de lo que buscaba decir. Por un momento en su cara se reflejó una sonrisa... ¿Melancólica? Pero no llegó a dar vueltas a esto ya que seguía con la celeste mirada de la pelirroja sobre él.
Takumi había vivido desde los siete años hasta los quince únicamente junto a Itona en un campamento apartado de toda civilización, de vez en cuando bajaba a Inaka para comprar medicinas o algún alimento, pero nada más. Por aquella peculiar situación lo que es la interacción con otras personas no la tenía muy trabajada y le costaba llevar una conversación normal; esto es otro de los tantos factores que le llevaban a tener esa expresión, una mezcla de tristeza y melancolía, junto a unos ojos fijos en el horizonte. Gracias a Dios al año de vivir dentro de los lindes de Uzushiogakure había conseguido tener conversaciones normales, forzando una expresión más feliz y amable, dejando de preocupar así a quien dialogara con él.
—¡Pero tienes un montón de posibilidades a contemplar! —Exclamó la Uzumaki, soltándole la manos. Esto hizo que el enrojecimiento del genin se rebajara, pero aún se notaba algo de rubor en sus mejillas. Ya estaba acostumbrado a hablar sin dificultades con otras personas, pero por alguna extraña razón que no llegaba a comprender al entablar conversación con una chica a veces todo su esfuerzo quedaba en nada y sus dificultades volvían. «Itona, ya me podrías haber enseñado a hablar sin parecer subnormal en vez de a preparar té... No sería por falta de tiempo...»
»Fíjate, yo soy jōnin, pero aun así, siempre quise poder servir a mi villa de cualquier forma, entonces me conformé, tu tienes grandes aspiraciones que seguro algún día logras, ¡y yo estaré ahí para verlo! —Culminó mostrando una gran sonrisa. Y una sensación que parecía olvidada para el de Inaka volvió tras años enterrada en las arenas de su desierto personal.
Esta sensación... Era agradable. Le costaba recordar la última vez que había sentido algo similar. Era similar a cuando era pequeño, cuando salía a jugar con sus amigos de Inaka, ¿qué habría sido de ellos? «Lo más probable es que muchos murieran en la Guerra Civil...» Le recordaba a cuando llegaba a casa y su madre cosía hermosos kimonos, le recordaba a su hermano contándole viejas historias sobre los shinobis y la extinta Sunagakure... Le recordaba a cuando era feliz. Una tímida sonrisa melancólica apareció en su rostro.
—Si quieres, claro...
—¡Claro que sí! ¿Cómo no iba a querer? —Dijo el marionetista con una sonrisa de oreja a oreja.
»Pero Eri-san, —Comenzó, ya más calmado por aquella sensación. —no digas que te has conformado. Eres aún muy joven, vamos seguro que somos de la misma quinta más o menos, —Se aventuró a adivinar aunque sabía que los Uzumakis podían engañar mucho con su edad. —¡y ya eres una kunoichi de élite!
»Aún te quedan muchos años por delante y hay una infinidad de formas en las que servir a la Villa. Tu aspiración es enorme también y estoy seguro de que serás capaz de encontrar otros métodos para lograrlo. —Esta vez fue el kazejin el que agarró las manos de la jōnin.
»Al fin y al cabo compartes sangre con Shiona-sama, no llegué a conocerla por desgracia, pero mi sensei habla maravillas de ella. Eres una Uzumaki y seguro que encontrarás mil y un maneras de hacer de Uzushiogakure no Sato un lugar mil veces mejor... ¡Y yo estaré ahí para verlo! —Finalizó manteniendo su sonrisa.
No era mucho de dar discursos así pero notó cierta, ¿tristeza?, en las palabras de su compañera sobre sus ambiciones. Y no iba a dejar que después de todos los ánimos que le había dado y aquel agradable calor de su niñez que le hizo volver a sentir se fuera pensando que se estaba conformando. No. Ella estaba haciendo un servicio ejemplar por la Aldea, ayudando a Takumi a integrarse como si hubiera nacido en el Remolino desde siempre.
Takumi había vivido desde los siete años hasta los quince únicamente junto a Itona en un campamento apartado de toda civilización, de vez en cuando bajaba a Inaka para comprar medicinas o algún alimento, pero nada más. Por aquella peculiar situación lo que es la interacción con otras personas no la tenía muy trabajada y le costaba llevar una conversación normal; esto es otro de los tantos factores que le llevaban a tener esa expresión, una mezcla de tristeza y melancolía, junto a unos ojos fijos en el horizonte. Gracias a Dios al año de vivir dentro de los lindes de Uzushiogakure había conseguido tener conversaciones normales, forzando una expresión más feliz y amable, dejando de preocupar así a quien dialogara con él.
—¡Pero tienes un montón de posibilidades a contemplar! —Exclamó la Uzumaki, soltándole la manos. Esto hizo que el enrojecimiento del genin se rebajara, pero aún se notaba algo de rubor en sus mejillas. Ya estaba acostumbrado a hablar sin dificultades con otras personas, pero por alguna extraña razón que no llegaba a comprender al entablar conversación con una chica a veces todo su esfuerzo quedaba en nada y sus dificultades volvían. «Itona, ya me podrías haber enseñado a hablar sin parecer subnormal en vez de a preparar té... No sería por falta de tiempo...»
»Fíjate, yo soy jōnin, pero aun así, siempre quise poder servir a mi villa de cualquier forma, entonces me conformé, tu tienes grandes aspiraciones que seguro algún día logras, ¡y yo estaré ahí para verlo! —Culminó mostrando una gran sonrisa. Y una sensación que parecía olvidada para el de Inaka volvió tras años enterrada en las arenas de su desierto personal.
Esta sensación... Era agradable. Le costaba recordar la última vez que había sentido algo similar. Era similar a cuando era pequeño, cuando salía a jugar con sus amigos de Inaka, ¿qué habría sido de ellos? «Lo más probable es que muchos murieran en la Guerra Civil...» Le recordaba a cuando llegaba a casa y su madre cosía hermosos kimonos, le recordaba a su hermano contándole viejas historias sobre los shinobis y la extinta Sunagakure... Le recordaba a cuando era feliz. Una tímida sonrisa melancólica apareció en su rostro.
—Si quieres, claro...
—¡Claro que sí! ¿Cómo no iba a querer? —Dijo el marionetista con una sonrisa de oreja a oreja.
»Pero Eri-san, —Comenzó, ya más calmado por aquella sensación. —no digas que te has conformado. Eres aún muy joven, vamos seguro que somos de la misma quinta más o menos, —Se aventuró a adivinar aunque sabía que los Uzumakis podían engañar mucho con su edad. —¡y ya eres una kunoichi de élite!
»Aún te quedan muchos años por delante y hay una infinidad de formas en las que servir a la Villa. Tu aspiración es enorme también y estoy seguro de que serás capaz de encontrar otros métodos para lograrlo. —Esta vez fue el kazejin el que agarró las manos de la jōnin.
»Al fin y al cabo compartes sangre con Shiona-sama, no llegué a conocerla por desgracia, pero mi sensei habla maravillas de ella. Eres una Uzumaki y seguro que encontrarás mil y un maneras de hacer de Uzushiogakure no Sato un lugar mil veces mejor... ¡Y yo estaré ahí para verlo! —Finalizó manteniendo su sonrisa.
No era mucho de dar discursos así pero notó cierta, ¿tristeza?, en las palabras de su compañera sobre sus ambiciones. Y no iba a dejar que después de todos los ánimos que le había dado y aquel agradable calor de su niñez que le hizo volver a sentir se fuera pensando que se estaba conformando. No. Ella estaba haciendo un servicio ejemplar por la Aldea, ayudando a Takumi a integrarse como si hubiera nacido en el Remolino desde siempre.