1/06/2020, 18:04
Y al fin la vieron: Kasukami, el puerto más oriental de Ōnindo. Akame nunca lo había visto con sus propios ojos, pero sí había escuchado historias de viajeros de tiempos anteriores al aislacionismo de Umigarasu, y había visto fotografías del lugar en los libros. Aunque la visión que él había tenido del lugar era muy distinta a la que ahora le daba la bienvenida: una ciudad cubierta en niebla, como si ella misma quisiera ocultarse a los extraños. Su precario estado y el evidente abandono que sufrían sus calles no lo hizo mejor. El Uchiha no pudo evitar pensar que aquello era más de lo que, en realidad, tendrían que haber esperado; si Umigarasu había cerrado fronteras y declarado su enemistad a las Grandes Villas... Las dificultades económicas eran las menos que podían causarle.
Por suerte para él, Sekiryū estaba allí para ponerle remedio. Aquel pensamiento le infundió cierto optimismo al exjōnin: el mal estado de la capital del país era en sí mismo prueba de cuánto necesitaba su señor a Dragón Rojo, y eso les colocaba en una posición ventajosa. Sólo esperaba que Umigarasu no supiera que, en realidad, ellos le necesitaban mucho más a él.
Akame despidió a Nagare. Si le hubieran dicho los problemas que iban a tener para llegar hasta Kasukami probablemente habría mandado a la mierda a Kyūtsuki, a Ryu y a cualquiera que le mandara a la ciudad. Por suerte habían podido solventarlos, sí, pero todavía estaban marcados por aquella niebla roja y las reservas de chakra del joven Akame estaban bajo mínimos. Necesitaba descansar, necesitaba un cigarrillo y tumbarse un rato. La caminata, el estrés y el gasto de chakra empezaban a hacerse evidentes en su rostro agotado; de modo que cuando el bueno de Kaido sugirió hacer una para preventiva en el piso franco que Kyūtsuki les había dejado preparado, Akame ni se lo pensó.
—No tenemos otra opción —afirmó—. Sólo espero que esa condenada hermafrodita haya hecho su puto trabajo por una vez y no nos encontremos con una emboscada de dos docenas de Protectores del Muelle esperándonos en el portal.
Con el kasa bien ceñido, el paso rápido y buscando siempre evitar las calles amplias y las aglomeraciones de transeútes, Akame esperaba que pudieran llegar al piso franco a salvo... Y sin más sorpresas.
Por suerte para él, Sekiryū estaba allí para ponerle remedio. Aquel pensamiento le infundió cierto optimismo al exjōnin: el mal estado de la capital del país era en sí mismo prueba de cuánto necesitaba su señor a Dragón Rojo, y eso les colocaba en una posición ventajosa. Sólo esperaba que Umigarasu no supiera que, en realidad, ellos le necesitaban mucho más a él.
Akame despidió a Nagare. Si le hubieran dicho los problemas que iban a tener para llegar hasta Kasukami probablemente habría mandado a la mierda a Kyūtsuki, a Ryu y a cualquiera que le mandara a la ciudad. Por suerte habían podido solventarlos, sí, pero todavía estaban marcados por aquella niebla roja y las reservas de chakra del joven Akame estaban bajo mínimos. Necesitaba descansar, necesitaba un cigarrillo y tumbarse un rato. La caminata, el estrés y el gasto de chakra empezaban a hacerse evidentes en su rostro agotado; de modo que cuando el bueno de Kaido sugirió hacer una para preventiva en el piso franco que Kyūtsuki les había dejado preparado, Akame ni se lo pensó.
—No tenemos otra opción —afirmó—. Sólo espero que esa condenada hermafrodita haya hecho su puto trabajo por una vez y no nos encontremos con una emboscada de dos docenas de Protectores del Muelle esperándonos en el portal.
Con el kasa bien ceñido, el paso rápido y buscando siempre evitar las calles amplias y las aglomeraciones de transeútes, Akame esperaba que pudieran llegar al piso franco a salvo... Y sin más sorpresas.