2/06/2020, 01:05
Takumi se había levantado pronto esa mañana y había salido pronto de la residencia. Dentro de poco sería el combate por el quinto puesto contra Himura Ren, una amejin de la cual solo sabía su nombre. Él había mostrado ya todo lo que tenía en su primer combate, así que había que encontrar más formas de combatir y mejorar las que ya tenía. Lo primero ya estaba hecho, lo segundo... Estaba en ello.
La preocupación le corroía por dentro, había perdido un combate estrepitosamente contra Ranko y había "ganado" otro porque su rival ni se llegó a presentar, para él esta situación es como si no hubiera ganado nada, no había tenido oportunidad de demostrar nada. «Encima hubiera sido la oportunidad perfecta para resarcirme... ¡Era un kusajin joder!» Le preocupaba más la imagen que estaba dando de la Aldea en medio de la situación que había entre la Hierba y la Alianza que demostrar nada por si mismo como shinobi. Por esa razón se estaba sobreesforzando con los entrenamientos estos últimos días, tenía que demostrar de que pasta estaban hechos los ninjas de Uzushiogakure y de que pasta estaba hecho él.
Después de desayunar se dirigió a una tienda de Sendōshi a la cual ya le había echado el ojo unos días atrás. Allí compró gran cantidad de pequeños tarros de barro que le servirían de diana.
Y allí estaba el joven marionetista, sobre un tocón bajo rodeado de de tocones más altos sobre los cuales había colocado unas de las vasijas. Con sus dos kunais conectados con hilos de chakra a sendas manos buscaba romper lo más rápido y certeramente posible todas las dianas que había colocado. Los filos se movían a gran velocidad, variando de altura y rompiendo los recipientes. Cuando acabó se subió al tronco más alto en el que ahora había trozos cerámicos y echó una mirada a su alrrededor.
—¡Joder! —Maldijo. —Otra vez igual siempre se me escapa esa. —Dijo mirando a un tronco que permanecía oculto desde donde comenzaba a hacer los movimientos de kunais, sobre el cual reposaba un objetivo de terracota con pequeñas marcas de corte, pero no rota. Llevaba ya un buen rato buscando mejorar su precisión pero con ese objetivo, aún sabiendo que estaba ahí, no conseguía afinar lo suficiente como para quebrarlo.
Tan concentrado estaba el kazejin que ni se percató que unos troncos más atrás había aparecido Hana, su compañera de oficio, la cual probablemente habría escuchado el grito de frustración del de gafas sin entender mucho que pasaba. Este último sacó de un petate de tamaño considerable nuevos cuencos de arcilla, para colocarlos otra vez y seguir con su entrenamiento.
La preocupación le corroía por dentro, había perdido un combate estrepitosamente contra Ranko y había "ganado" otro porque su rival ni se llegó a presentar, para él esta situación es como si no hubiera ganado nada, no había tenido oportunidad de demostrar nada. «Encima hubiera sido la oportunidad perfecta para resarcirme... ¡Era un kusajin joder!» Le preocupaba más la imagen que estaba dando de la Aldea en medio de la situación que había entre la Hierba y la Alianza que demostrar nada por si mismo como shinobi. Por esa razón se estaba sobreesforzando con los entrenamientos estos últimos días, tenía que demostrar de que pasta estaban hechos los ninjas de Uzushiogakure y de que pasta estaba hecho él.
Después de desayunar se dirigió a una tienda de Sendōshi a la cual ya le había echado el ojo unos días atrás. Allí compró gran cantidad de pequeños tarros de barro que le servirían de diana.
Y allí estaba el joven marionetista, sobre un tocón bajo rodeado de de tocones más altos sobre los cuales había colocado unas de las vasijas. Con sus dos kunais conectados con hilos de chakra a sendas manos buscaba romper lo más rápido y certeramente posible todas las dianas que había colocado. Los filos se movían a gran velocidad, variando de altura y rompiendo los recipientes. Cuando acabó se subió al tronco más alto en el que ahora había trozos cerámicos y echó una mirada a su alrrededor.
—¡Joder! —Maldijo. —Otra vez igual siempre se me escapa esa. —Dijo mirando a un tronco que permanecía oculto desde donde comenzaba a hacer los movimientos de kunais, sobre el cual reposaba un objetivo de terracota con pequeñas marcas de corte, pero no rota. Llevaba ya un buen rato buscando mejorar su precisión pero con ese objetivo, aún sabiendo que estaba ahí, no conseguía afinar lo suficiente como para quebrarlo.
Tan concentrado estaba el kazejin que ni se percató que unos troncos más atrás había aparecido Hana, su compañera de oficio, la cual probablemente habría escuchado el grito de frustración del de gafas sin entender mucho que pasaba. Este último sacó de un petate de tamaño considerable nuevos cuencos de arcilla, para colocarlos otra vez y seguir con su entrenamiento.