7/07/2020, 20:20
Pero, según giraba sobre sus talones, Ayame sintió un brusco golpe en su espalda que la tiró contra el agua.
—¡De eso nada, monada! —escuchó a Daruu reírse, mientras se reincorporaba de nuevo sobre la superficie del agua—. Creo que es un uso justo y razonable.
—Di isi nidi, minidi... Mimimi —repitió Ayame, enfurruñada, aún de espaldas a su compañero—. Ya te daré a ti un uso justo y razonable.
—A ver, a ver, tampoco te me pongas a tirar bijūdamas, que te estoy leyendo la mente. A ti y al caballito.
Un súbito silencio se extendió en la piscina. Daruu tragó saliva, inmediatamente arrepentido de lo que acababa de decir; y Ayame se mantenía petrificada en el sitio, entre sudores fríos, esperando.
Y entonces ocurrió.
—¡Nngh! —Sus manos soltaron repentinamente el churro, que se quedó flotando a la deriva, y se entrelazaron en un sello en peculiar.
Un pequeño ¡puff! acompañó a una pequeña nube de humo que la cubrió por completo. Y entonces un pequeño, diminuto, láser de energía emergió desde ella, directo a la frente de Daruu.
—Vuelva a llamarme caballito y será lo último que pronuncie en su corta vida de humano, Daruu —le espetó una versión en miniatura de Kokuō, del tamaño de un peluche, desde la cabeza de Ayame. Se agarraba a ella como podía, con sus casquitos de caballo.
—¡Kokuō, eso no se hace! —la reprendió Ayame, retomando el churro. Aunque sabía que de nada serviría cualquier cosa que le pudiera decir. Kokuō era un alma libre, siempre lo había sido, y no iba a permitir que nada ni nadie le pusiera las riendas.
—Bah, ha sido un uso justo y razonable.
—¡De eso nada, monada! —escuchó a Daruu reírse, mientras se reincorporaba de nuevo sobre la superficie del agua—. Creo que es un uso justo y razonable.
—Di isi nidi, minidi... Mimimi —repitió Ayame, enfurruñada, aún de espaldas a su compañero—. Ya te daré a ti un uso justo y razonable.
—A ver, a ver, tampoco te me pongas a tirar bijūdamas, que te estoy leyendo la mente. A ti y al caballito.
Un súbito silencio se extendió en la piscina. Daruu tragó saliva, inmediatamente arrepentido de lo que acababa de decir; y Ayame se mantenía petrificada en el sitio, entre sudores fríos, esperando.
Y entonces ocurrió.
—¡Nngh! —Sus manos soltaron repentinamente el churro, que se quedó flotando a la deriva, y se entrelazaron en un sello en peculiar.
Un pequeño ¡puff! acompañó a una pequeña nube de humo que la cubrió por completo. Y entonces un pequeño, diminuto, láser de energía emergió desde ella, directo a la frente de Daruu.
—Vuelva a llamarme caballito y será lo último que pronuncie en su corta vida de humano, Daruu —le espetó una versión en miniatura de Kokuō, del tamaño de un peluche, desde la cabeza de Ayame. Se agarraba a ella como podía, con sus casquitos de caballo.
—¡Kokuō, eso no se hace! —la reprendió Ayame, retomando el churro. Aunque sabía que de nada serviría cualquier cosa que le pudiera decir. Kokuō era un alma libre, siempre lo había sido, y no iba a permitir que nada ni nadie le pusiera las riendas.
—Bah, ha sido un uso justo y razonable.