28/07/2020, 21:04
—¡Oh, realmente se me antoja un helado! Uno muy grande, de hecho —respondió Ranko, con una radiante sonrisa.
—¡Pues marchando un helado gigante y un delicioso granizado!
Ya en la mesa, Ayame tomó una de las cartas y comenzó a ojearla con curiosidad. Entre sus hojas, todo tipo de helados, de cucurucho y de tarrina; de todo tipo de sabores, formas y tamaños; granizados coloridos gracias a siropes de mútiples sabores e incluso refrescos y zumos naturales. Si de algo estaba surtido El Refugio del Pingüino, era, precisamente, de cosas frías. Ideal para los veranos calurosos como aquel.
—Y co-co… ¿cómo es…? ¿Cómo es Daruu-san? —tartamudeó su acompañante, y Ayame la miró con cierta curiosidad.
—¿Físicamente, dices? —preguntó, ladeando la cabeza—. Pues... un poco más alto que yo, lleva el pelo recogido en una coleta -aunque se le despeina solo hacia arriba —Con una risotada, con sus dedos hizo como si le estuviesen creciendo picos o cuernos desde la cabeza—. Oh, y tiene los ojos prácticamente blancos. Puede que le hayas visto alguna vez, aunque sea de pasada.
—Buenas tardes, señoritas, ¿ya saben qué va a ser? —preguntó un hombre que acababa de aparecer junto a ellas. Iba vestido de los pies a la cabeza con un traje blanco y negro y sobre la cabeza llevaba una graciosa gorra con forma de cabeza de pingüino.
—¡Para mí un granizado de sandía, por favor! —pidió Ayame, cerrando la carta y dejándola a un lado.
—¿Y para usted, señorita?
—¡Pues marchando un helado gigante y un delicioso granizado!
Ya en la mesa, Ayame tomó una de las cartas y comenzó a ojearla con curiosidad. Entre sus hojas, todo tipo de helados, de cucurucho y de tarrina; de todo tipo de sabores, formas y tamaños; granizados coloridos gracias a siropes de mútiples sabores e incluso refrescos y zumos naturales. Si de algo estaba surtido El Refugio del Pingüino, era, precisamente, de cosas frías. Ideal para los veranos calurosos como aquel.
—Y co-co… ¿cómo es…? ¿Cómo es Daruu-san? —tartamudeó su acompañante, y Ayame la miró con cierta curiosidad.
—¿Físicamente, dices? —preguntó, ladeando la cabeza—. Pues... un poco más alto que yo, lleva el pelo recogido en una coleta -aunque se le despeina solo hacia arriba —Con una risotada, con sus dedos hizo como si le estuviesen creciendo picos o cuernos desde la cabeza—. Oh, y tiene los ojos prácticamente blancos. Puede que le hayas visto alguna vez, aunque sea de pasada.
—Buenas tardes, señoritas, ¿ya saben qué va a ser? —preguntó un hombre que acababa de aparecer junto a ellas. Iba vestido de los pies a la cabeza con un traje blanco y negro y sobre la cabeza llevaba una graciosa gorra con forma de cabeza de pingüino.
—¡Para mí un granizado de sandía, por favor! —pidió Ayame, cerrando la carta y dejándola a un lado.
—¿Y para usted, señorita?