6/08/2020, 22:14
—¡Ah! N-no, Ayame-san, s-sólo fue curiosidad —se excusó Ranko—. Mencionaste que era el shinobi más fuerte de nuestra generación y... p-pues… creo q-que me gustaría conocerlo… ¡S-siento si mi pregunta te incomoda!
—¡Oh, no, para nada! —respondió Ayame, agitando la mano en el aire—. Sólo me ha parecido... Eso, curioso —culminó, encogiéndose de hombros.
—Ayame-san también tuvo curiosidad hace rato, ¿no? S-sobre si tenía p-pareja... ¿Qué tal s-si…? ¿Que tal si te cuento lo q-que pasó con esa persona? Así estaremos iguales.
Pero antes de que pudiera responder nada al respecto, el camarero regresó con el pedido de las dos chicas.
—Con permiso, señoritas —dijo, mientras le cedía a Ranko su colosal helado con su enorme diversidad de sabores diferentes y a Ayame su granizado bañado en el zumo rojizo de sandía.
—¡Muchas gracias! —respondió Ayame, antes de que se marchara a atender a una mesa cercana. La muchacha le dio un primer tiento a su capricho, y no tardó en deleitarse con el fresco sabor de la fruta mezclado con el hielo.
«Fruta natural y no siropes azucarados, ¡perfecto!»
—Ah, perdona, Ranko. ¡Me encantaría escucharte! —agregó, con una sonrisa afable.
La observaba con curiosidad, no podía negarlo. Pero no era esa curiosidad que podía llegar a tildarse de cotilleo. Sólo la curiosidad de una amiga.
—¡Oh, no, para nada! —respondió Ayame, agitando la mano en el aire—. Sólo me ha parecido... Eso, curioso —culminó, encogiéndose de hombros.
—Ayame-san también tuvo curiosidad hace rato, ¿no? S-sobre si tenía p-pareja... ¿Qué tal s-si…? ¿Que tal si te cuento lo q-que pasó con esa persona? Así estaremos iguales.
Pero antes de que pudiera responder nada al respecto, el camarero regresó con el pedido de las dos chicas.
—Con permiso, señoritas —dijo, mientras le cedía a Ranko su colosal helado con su enorme diversidad de sabores diferentes y a Ayame su granizado bañado en el zumo rojizo de sandía.
—¡Muchas gracias! —respondió Ayame, antes de que se marchara a atender a una mesa cercana. La muchacha le dio un primer tiento a su capricho, y no tardó en deleitarse con el fresco sabor de la fruta mezclado con el hielo.
«Fruta natural y no siropes azucarados, ¡perfecto!»
—Ah, perdona, Ranko. ¡Me encantaría escucharte! —agregó, con una sonrisa afable.
La observaba con curiosidad, no podía negarlo. Pero no era esa curiosidad que podía llegar a tildarse de cotilleo. Sólo la curiosidad de una amiga.