15/08/2020, 22:23
(Última modificación: 15/08/2020, 22:23 por Aotsuki Ayame.)
—¡Oh, Ayame-san! —exclamó Ranko, apretando su mano—. ¡Será posible que…! N-no… creo… creo que es mejor que no lo haga. Di-Digo… Sí me preocupa si Mei-san está bien, p-pero… ¿Y si no es eso? ¿Y si sí fue adrede? Quisiera… Quisiera dejar eso atrás. Te-tengo la impresión de que… Si la busco… ahm… no sé cómo decirlo... Recaeré.
Ranko agachó la mirada, y Ayame la miró con lástima. Era cierto que después de tanto tiempo, podía suponer abrir una herida ya cicatrizada. Pero la alemana ver de aquella manera a la Kusajin, con el corazón hecho pedazos.
«Es su decisión, será mejor que no me entrometa más...» Decidió, con el corazón encogido.
—A-agradezco mucho que me hayas escuchado, Ayame-san —añadió, dedicándole una inclinación de cabeza y una cálida sonrisa.
—Es lo que menos puedo hacer —sonrió ella, cálida—. Para mí ya eres una amiga —le confesó. Y era sincera, pese a la situación tan complicada de sus dos aldeas.
—¡S-se siente tan bien contarlo! S-solamente mi hermana Kuumi lo sabe. Si madre se enterara de… esa faceta mía… C-creo que entendería. P-pero padre… Creo que padre se molestaría. Y mucho.
Ayame entrecerró ligeramente los ojos. Comprendía su temor, había personas que no aceptaban ese tipo de relaciones a la ligera... Y cuando se trataba de sus propios padres...
—Yo no conozco a tus padres personalmente, pero... —Ayame le devolvió un apretón de manos, intentando infundarle confianza—. Pero estoy segura de que, llegado el momento de contárselo, todo irá bien. Eres su hija querida, después de todo.
Pero de repente le pasó algo extraño a Ranko. Casi se atragantó con la cucharada que se acababa de llevar a la boca. Le soltó la mano de repente, y se abanicó el rostro, con pudor.
—¡¡M-Mei-san y yo n-n-no hicimos n-na-nada!! —aclaró de repente, hablando a toda velocidad —. ¡Di-di-digo, sí hicimos co-cosas ju-juntas…! ¡P-pero no e-e-esas cosas! ¡P-por favor, n-n-no quiero que Ayame-san p-piense que a la primera y-yo… yo...! ¡Ni-ni siquiera hubo…! Ni siquiera hubo… Un beso —culminó, con una mezcla de lástima y una extraña calma en su voz.
—O... Oh... —Los labios de Ayame formaron una O perfecta. La muchacha se había quedado congelada en el sitio, y según pasaban los segundos su rostro se fue tornando rojo. Tan rojo el fuego que ardía en sus mejillas—. Y... Yo... P... Parece que... M... Malinterpreté las cosas... L... ¡Lo siento...!
¡Y tanto que las había malinterpretado! ¡Había dando cien pasos por delante! ¿Qué pensaría Ranko ahora de ella? ¿Creería que ella era de ese tipo de personas?