18/08/2020, 18:39
Pero, entonces, Ranko rompió a reír. Era una risa tímida, pero a la vez una risa alegre. La de Kusagakure se cubrió la boca, y Ayame la miró, confundida. ¿Qué había dicho que fuera tan divertido? ¿Quizás el malentendido que había tenido?
«Bueno, al menos no se lo ha tomado a mal...» Sonrió, nerviosa.
—Lo… Lo siento. Quiero decir… —dijo, y paró de reír, pero Ayame negó con la cabeza.
—No tienes que disculparte por algo así —le aseguró, afable. Mejor eso a que se lo tomara mal por haber pensado algo así.
—N-no te preocupes. Ayame-san. E-está bien. Gracias, de nuevo. No sabes cuánto a-aprecio… poder hablar de esto.
Pero Ayame agitó una mano en el aire.
—¡Es lo que menos puedo hacer! —repitió—. Si puedo hacer cualquier cosa para ayudar, aunque sea sólo escuchar, cuenta conmigo para eso. Oh, y no te preocupes por nada: no le diré nada a nadie. Esto queda entre tú y yo —le aseguró, guiñándole un ojo.
Fue entonces cuando Ranko alzó la mirada desde su helado, y sus curiosos ojos dorados se fijaron en su frente.
—¿P-puedo preguntar por eso, Ayame-san? La luna en tu frente. ¿E-es… es un tatuaje?
—Oh, ¿esto? —respondió, señalándose la marca que refulgía en su frente. Cómo habían cambiado los tiempos: si le hubiese hecho aquella pregunta varios años atrás, Ayame habría murmurado cualquier excusa estúpida habría corrido a ocultársela. Pero ella ya no era así, ni volvería a serlo. Ahora lucía la luna azul de su frente con pleno orgullo. No había ya motivos para eclipsarla—. No, es una marca de nacimiento. Todos en la familia Aotsuki tienen una, de ahí nuestro apellido. Aunque no todos la tenemos en el mismo lugar, ni en la misma fase: mi padre sí la tiene en la frente, pero es una luna creciente; pero mi hermano la tiene en la palma de la mano y es un círculo azul que apenas se ve: es la luna nueva.
«Bueno, al menos no se lo ha tomado a mal...» Sonrió, nerviosa.
—Lo… Lo siento. Quiero decir… —dijo, y paró de reír, pero Ayame negó con la cabeza.
—No tienes que disculparte por algo así —le aseguró, afable. Mejor eso a que se lo tomara mal por haber pensado algo así.
—N-no te preocupes. Ayame-san. E-está bien. Gracias, de nuevo. No sabes cuánto a-aprecio… poder hablar de esto.
Pero Ayame agitó una mano en el aire.
—¡Es lo que menos puedo hacer! —repitió—. Si puedo hacer cualquier cosa para ayudar, aunque sea sólo escuchar, cuenta conmigo para eso. Oh, y no te preocupes por nada: no le diré nada a nadie. Esto queda entre tú y yo —le aseguró, guiñándole un ojo.
Fue entonces cuando Ranko alzó la mirada desde su helado, y sus curiosos ojos dorados se fijaron en su frente.
—¿P-puedo preguntar por eso, Ayame-san? La luna en tu frente. ¿E-es… es un tatuaje?
—Oh, ¿esto? —respondió, señalándose la marca que refulgía en su frente. Cómo habían cambiado los tiempos: si le hubiese hecho aquella pregunta varios años atrás, Ayame habría murmurado cualquier excusa estúpida habría corrido a ocultársela. Pero ella ya no era así, ni volvería a serlo. Ahora lucía la luna azul de su frente con pleno orgullo. No había ya motivos para eclipsarla—. No, es una marca de nacimiento. Todos en la familia Aotsuki tienen una, de ahí nuestro apellido. Aunque no todos la tenemos en el mismo lugar, ni en la misma fase: mi padre sí la tiene en la frente, pero es una luna creciente; pero mi hermano la tiene en la palma de la mano y es un círculo azul que apenas se ve: es la luna nueva.