19/08/2020, 19:43
Violeta detuvo a Ranko para decirle que ella esperaría hasta ser llamada. La chica de la trenza tuvo un cúmulo de emociones al ver el rostro avergonzado y el brillante cuerpo atlético de la pelirroja. Abrió la boca para decir algo, pero las palabras no salieron, y sólo pareció que estaba masticando algo invisible. Al final pudo soltar palabras.
—C-cre… Creo q-que s-sé por qué… ¡D-digo! Vi-Violeta-senpai e-es muy… es muy… imponente —”Oh, cielos, sé que estamos en un desierto, pero ¿hacía tanto calor?” —. S-si senpai así lo prefiere, le… le llamaré en un m-momento.
Le regaló una reverencia y, con una gran sonrisa, entró a la tienda.
Y su buen humor se desmoronó al encontrarse con tal escena. Kazuma estaba herido. Kyo tenía una espada en ristre. Uragiri estaba detrás de él, ahora cerca de Ranko. Y Yōgi estaba derribado sobre la mesa.
—¡Kazuma-san! ¡Yōgi-san! ¿¿Qué ha pasado?? —Ranko alzó su mano izquierda hacia adelante, para indicar que se detuvieran. Su mano derecha estaba a la espera, a un costado, lista para moverse y desenvainar su wakizashi de ser necesario o para retener a Uragiri si intentaba pasar de ella. Sus piernas se flexionaron levemente, preparadas para saltar si lo requería —. ¡Kyo-san! ¡Estamos aquí para ayudar! Baja el arma, por favor. Uragiri-san debería estar detenido, Yōgi-san lo ordenó. ¿Qué le pasó?
La mirada de Ranko, lo más atenta que podía, saltaba cada tantos segundos entre los presentes. La última pregunta fue dirigida a su compañero genin. Se preguntaba por qué Kazuma no había sacado su propia espada. ¿Había Kyo atacado por la espalda en secreto? ¿Estaba aliado con Uragiri? ¿Era entonces Uragiri culpable de todo?
Claro, podría lanzarse a defender a su amigo con una ofensiva contra Kyo, pero tenía que pensar con calma. Si todos estaban a la expectativa y no en una batalla encarnizada, era por alguna razón. Esperaba lograr resolver todo, por el bien de Kazuma. Por el bien de la misión.
—C-cre… Creo q-que s-sé por qué… ¡D-digo! Vi-Violeta-senpai e-es muy… es muy… imponente —”Oh, cielos, sé que estamos en un desierto, pero ¿hacía tanto calor?” —. S-si senpai así lo prefiere, le… le llamaré en un m-momento.
Le regaló una reverencia y, con una gran sonrisa, entró a la tienda.
Y su buen humor se desmoronó al encontrarse con tal escena. Kazuma estaba herido. Kyo tenía una espada en ristre. Uragiri estaba detrás de él, ahora cerca de Ranko. Y Yōgi estaba derribado sobre la mesa.
—¡Kazuma-san! ¡Yōgi-san! ¿¿Qué ha pasado?? —Ranko alzó su mano izquierda hacia adelante, para indicar que se detuvieran. Su mano derecha estaba a la espera, a un costado, lista para moverse y desenvainar su wakizashi de ser necesario o para retener a Uragiri si intentaba pasar de ella. Sus piernas se flexionaron levemente, preparadas para saltar si lo requería —. ¡Kyo-san! ¡Estamos aquí para ayudar! Baja el arma, por favor. Uragiri-san debería estar detenido, Yōgi-san lo ordenó. ¿Qué le pasó?
La mirada de Ranko, lo más atenta que podía, saltaba cada tantos segundos entre los presentes. La última pregunta fue dirigida a su compañero genin. Se preguntaba por qué Kazuma no había sacado su propia espada. ¿Había Kyo atacado por la espalda en secreto? ¿Estaba aliado con Uragiri? ¿Era entonces Uragiri culpable de todo?
Claro, podría lanzarse a defender a su amigo con una ofensiva contra Kyo, pero tenía que pensar con calma. Si todos estaban a la expectativa y no en una batalla encarnizada, era por alguna razón. Esperaba lograr resolver todo, por el bien de Kazuma. Por el bien de la misión.
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