27/08/2020, 05:18
¿Fun...cionó?
¡Funcionó!
«¡Já! cómo te quedó el ojo, Money hijo de puta»
El noble recuperó su compostura, alzó el pecho y asumió una pose más digna. Miró a las guardias con indiferencia y les siguió hacia la cortina de agua.
Lo que había detrás era, desde luego, un olimpo digno de la alta nobleza. Grandes estructuras, hermosos jardines, y portentosos estanques que bien hubiesen podido alojar a las cinco Aletas principales de la familia de tiburones con la que había firmado el pacto. No quiso verle la cara a Money, porque estaba seguro de que iba a delatarlo: debía estar fascinado con semejante opulencia. No era un secreto que el Administrador de Dragón Rojo soñaba con vivir así. Con un centenar de cortesanos, con un séquito a una campanada de disposición. Quizás por eso luchó tanto por estar en el grupo de infiltración. Porque quería saborear su nuevo futuro de primera mano. Lástima que las cosas no siempre salen tal y cómo uno quiere.
Como los nobles que eran, la comitiva fue conducida finalmente hasta la sala de estar del portentoso palacio real. De pronto, después de tanto esfuerzo y peligro, se encontraban en el corazón del País del Agua. Kaido sólo pudo imaginarse la importancia de aquellos pasillos. De las figuras públicas que habían pisado aquellas alfombras. Desde luego no todo el mundo tiene la oportunidad de echarle un vistazo a la estatua de aquél viejo barbudo con el cuervo, mucho menos verlo cara a cara.
—¡Umigarasu-sama, Señor Feudal del País del Agua, Rey de los Mares, Cuervo de Mar, General de Todas las Olas y Líder Supremo de los Ejércitos de las Islas del Archipiélago!
Kaido —o el noble—. reverenció al Lord Feudal. ¿Lo hizo a propósito, o fue un acto reflejo?
Ni él lo sabía.
Umigarasu estaba acompañado de dos distintivas figuras, que, probablemente, se trataba de su guardia personal. Kaido sonrió para sus adentros, porque curiosamente, ese era el puesto que se les había prometido, al menos durante el tiempo que lograsen recaudar el apoyo necesario para dar el golpe sobre la mesa con la constitución de Kirigakure: el gran plan maestro.
—Umigarasu-sama.
¡Funcionó!
«¡Já! cómo te quedó el ojo, Money hijo de puta»
El noble recuperó su compostura, alzó el pecho y asumió una pose más digna. Miró a las guardias con indiferencia y les siguió hacia la cortina de agua.
Lo que había detrás era, desde luego, un olimpo digno de la alta nobleza. Grandes estructuras, hermosos jardines, y portentosos estanques que bien hubiesen podido alojar a las cinco Aletas principales de la familia de tiburones con la que había firmado el pacto. No quiso verle la cara a Money, porque estaba seguro de que iba a delatarlo: debía estar fascinado con semejante opulencia. No era un secreto que el Administrador de Dragón Rojo soñaba con vivir así. Con un centenar de cortesanos, con un séquito a una campanada de disposición. Quizás por eso luchó tanto por estar en el grupo de infiltración. Porque quería saborear su nuevo futuro de primera mano. Lástima que las cosas no siempre salen tal y cómo uno quiere.
Como los nobles que eran, la comitiva fue conducida finalmente hasta la sala de estar del portentoso palacio real. De pronto, después de tanto esfuerzo y peligro, se encontraban en el corazón del País del Agua. Kaido sólo pudo imaginarse la importancia de aquellos pasillos. De las figuras públicas que habían pisado aquellas alfombras. Desde luego no todo el mundo tiene la oportunidad de echarle un vistazo a la estatua de aquél viejo barbudo con el cuervo, mucho menos verlo cara a cara.
—¡Umigarasu-sama, Señor Feudal del País del Agua, Rey de los Mares, Cuervo de Mar, General de Todas las Olas y Líder Supremo de los Ejércitos de las Islas del Archipiélago!
Kaido —o el noble—. reverenció al Lord Feudal. ¿Lo hizo a propósito, o fue un acto reflejo?
Ni él lo sabía.
Umigarasu estaba acompañado de dos distintivas figuras, que, probablemente, se trataba de su guardia personal. Kaido sonrió para sus adentros, porque curiosamente, ese era el puesto que se les había prometido, al menos durante el tiempo que lograsen recaudar el apoyo necesario para dar el golpe sobre la mesa con la constitución de Kirigakure: el gran plan maestro.
—Umigarasu-sama.