10/01/2016, 01:20
—¿Eres tú el dueño de esta casa?
La trémula voz de la kunoichi de Uzushiogakure resonó junto a Ayame, sobresaltándola de nuevo. Inevitablemente, había vuelto a olvidar que no estaba sola en aquella casa.
En respuesta, el misterioso hombre se inclinó hasta que sus ojos apagados quedaron a la misma altura que la aterrorizada mirada de Ayame. Estiró sus brazos, y ella no pudo evitar encogerse sobre sí misma al esperar cualquier tipo de daño. En su lugar, los largos dedos del hombre removieron sus cabellos de una manera que se le antojó repentinamente familiar... Fraternal. Tras aquello, el hombre cerró los ojos con un pesado suspiro, antes de encaminarse de nuevo hacia las escaleras.
—Mi nombre es Katachi Kinma/color] —se excusó—. [color=darkorange]Esta casa tiene una larga historia, pero si nos quedamos aquí es posible que no pueda contárosla. Él es muy poderoso y muy maligno. Seguidme, os lo explicaré por el camino.
—¿Él? —intervino Ayame, pero antes de que pudiera obtener una respuesta, Kinma comenzó a subir la escalinata.
En aquella situación, aterrada, desesperada de ayuda y necesitada de conocer la verdad; ni siquiera pudo pensar en el hecho de que desde el exterior de la mansión no había visto ningún piso superior. Ni siquiera recordó aquel hecho. Como una polilla siguiendo una fuente de luz, apenas le dirigió una breve mirada a su compañera antes de seguir los pasos de Kinma, que proseguía con su relato:
—Esta morada está maldita —toqueteó la madera de la barandilla con sus largos dedos, como si fuera una suerte de piano. Tenía las uñas sucias y descuidadas—. Un ser de extraordinaria maldad habita ahora. Y también estoy yo. Procedo de un antiguo clan de monjes. Sellé a ese monstruo y me sellé con él. Si no fuera así ya estaríais muertas. O algo mucho peor. Lo que ese enfermo le haría a muchachitas jóvenes y atractivas como vosotros sería... Horrible.
Algo en la sonrisa que les dirigió cuando se giró hacia ellas le puso la carne de gallina a Ayame. Se ruborizó ligeramente, no acostumbrada a recibir halagos. Pero al asimilar sus palabras su corazón dio un vuelco.
—¿Ese monstruo es el que está en el sótano? ¿Qué tipo de monstruo es?
«¿Podría ser...?»
La trémula voz de la kunoichi de Uzushiogakure resonó junto a Ayame, sobresaltándola de nuevo. Inevitablemente, había vuelto a olvidar que no estaba sola en aquella casa.
En respuesta, el misterioso hombre se inclinó hasta que sus ojos apagados quedaron a la misma altura que la aterrorizada mirada de Ayame. Estiró sus brazos, y ella no pudo evitar encogerse sobre sí misma al esperar cualquier tipo de daño. En su lugar, los largos dedos del hombre removieron sus cabellos de una manera que se le antojó repentinamente familiar... Fraternal. Tras aquello, el hombre cerró los ojos con un pesado suspiro, antes de encaminarse de nuevo hacia las escaleras.
—Mi nombre es Katachi Kinma/color] —se excusó—. [color=darkorange]Esta casa tiene una larga historia, pero si nos quedamos aquí es posible que no pueda contárosla. Él es muy poderoso y muy maligno. Seguidme, os lo explicaré por el camino.
—¿Él? —intervino Ayame, pero antes de que pudiera obtener una respuesta, Kinma comenzó a subir la escalinata.
En aquella situación, aterrada, desesperada de ayuda y necesitada de conocer la verdad; ni siquiera pudo pensar en el hecho de que desde el exterior de la mansión no había visto ningún piso superior. Ni siquiera recordó aquel hecho. Como una polilla siguiendo una fuente de luz, apenas le dirigió una breve mirada a su compañera antes de seguir los pasos de Kinma, que proseguía con su relato:
—Esta morada está maldita —toqueteó la madera de la barandilla con sus largos dedos, como si fuera una suerte de piano. Tenía las uñas sucias y descuidadas—. Un ser de extraordinaria maldad habita ahora. Y también estoy yo. Procedo de un antiguo clan de monjes. Sellé a ese monstruo y me sellé con él. Si no fuera así ya estaríais muertas. O algo mucho peor. Lo que ese enfermo le haría a muchachitas jóvenes y atractivas como vosotros sería... Horrible.
Algo en la sonrisa que les dirigió cuando se giró hacia ellas le puso la carne de gallina a Ayame. Se ruborizó ligeramente, no acostumbrada a recibir halagos. Pero al asimilar sus palabras su corazón dio un vuelco.
—¿Ese monstruo es el que está en el sótano? ¿Qué tipo de monstruo es?
«¿Podría ser...?»