31/08/2020, 20:07
(Última modificación: 31/08/2020, 20:14 por Aotsuki Ayame. Editado 3 veces en total.)
El silencio en el compartimento no duró mucho más. Kaido se encargó de romper el hielo en miles de pedazos con sus afilados dientes.
—Lo siento —dijo de repente, y Zetsuo entrecerró peligrosamente los ojos—. He causado mucho daño. A su hija, a su hijo —continuó, mirando tanto a Zetsuo como a la escayolada Kiroe—. A ustedes mismos.
«Te estás olvidando de alguien.» Zetsuo gruñó de forma audible, apartando la mirada. Las manos, sobre su regazo, estaban entrelazadas tan fuertemente que los nudillos se le marcaban blancos.
—Y no es culpa de nadie más sino mía. Por no haber tenido la voluntad suficiente como para ganar la batalla más importante de todas y haber sido fiel a mis principios. A Ame.
Daruu respondió con un largo y tendido suspiro.
—Joder, Kaido, para ya —le espetó—. Yui te envió a la guarida de un enemigo peligrosísimo, uno al que subestimamos. Todos. Lo hicieron los que te hicieron meterte ahí cuando te enviaron. Y lo hemos hecho de nuevo. A la vista el resultado —agregó, bajando la mirada—. Nadie piensa que tengas tú la culpa, todos sabíamos lo del sello desde hace tiempo y queríamos rescatarte.
—Habla por ti, chico —volvió a gruñir el viejo Águila, girando de nuevo la cabeza y apartándola del cristal—. Una traición es una traición, y da igual como quieras pintarla. Mucho menos después de lo que hemos vivido en ese condenado Valle de los Dojos. He visto a muchos traidores a lo largo de mi vida como shinobi, he visto hombres y mujeres viendo sus voluntades rotas en pedazos por técnicas de diversa índole y siendo empujados a atacar a sus seres queridos. Uno de ellos un viejo amigo mío —argumentó, dirigiendo una intensa mirada a Daruu—. Y todos los que estamos aquí sabemos cómo han acabado. Sin excepción: Una traición es una traición —repitió, inflexible como una barra de acero—, y las palabras no bastan. Son los hechos los que demostrarán tu inocencia... o tu culpabilidad —añadió, volviéndose hacia Kaido con el ceño fruncido en una mirada dura como la furia de Amenokami—. Umikiba Kaido, no pienso quitarte el ojo de encima. En ningún momento. No hasta que esté seguro de que lo primero que harás nada más poner un pie en Amegakure es destruir la aldea como destruisteis el estadio, o lanzarle un nuevo balazo a Ayame o apuñalar a la Arashikage por la espalda. Y, créeme, si tengo la mínima sospecha de que alguna de mis sospechas puede verse hecha realidad, yo mismo te daré caza. Lo juro por el br... Bah —culminó, volviendo de nuevo la mirada hacia el ventanal del vagón.
Fuera, el cielo seguía oscuro y Amenokami seguía llorando. Y las gotas de lluvia repiqueteaban y se resbalaban por el cristal. En algún momento, un feroz rayo iluminó momentáneamente los endurecidos rasgos del viejo Águila y las gotas de lluvia se reflejaron en sus ojos aguamarina. ¿O estaban húmedos de verdad?
Nadie llegó a saberlo con certeza. Aotsuki Zetsuo se levantó de su asiento de golpe y se dirigió al compartimento contiguo mientras Daruu seguía hablando con Kaido. Ninguno de los allí presentes llegó a escuchar las palabras que le dirigió a su hijo, ni ninguno llegaría a ver la pastilla que dejó sobre su mano diestra y que Kōri se llevó a la boca sin rechistar, para terminar de pasarla por su garganta con el refresco que sujetaba.
«¿Dónde se habrá metido esa chiquilla ahora?» Se preguntó a la vuelta, volviendo la mirada hacia el otro extremo del vagón. Ningún niño necesitaba ir tantas veces al baño. Por muy niño que fuera.
Pero aquello no era de su incumbencia. El pensamiento había surgido en su cabeza como un reflejo hacia Ayame. Ella también tendía a meterse en líos a la mínima que le quitaban la vista de encima.
—Zetsuo. Gracias por salvar a mi madre. De corazón.
Aquella fue la primera frase que escuchó al regresar al compartimento. Zetsuo, inmóvil en el sitio, volvió a mirar a Daruu. Pero terminó por sacudir la cabeza y volver a sentarse en su sitio.
—Lo último que me haría falta sería tener que encargarme de otros dos mocosos como vosotros —gruñó—. No, gracias.
—Me has apretado un montón la escayola, cabrón. Me duele.
—Y más te va a doler si te sigues quejando, pastelera.
—Lo siento —dijo de repente, y Zetsuo entrecerró peligrosamente los ojos—. He causado mucho daño. A su hija, a su hijo —continuó, mirando tanto a Zetsuo como a la escayolada Kiroe—. A ustedes mismos.
«Te estás olvidando de alguien.» Zetsuo gruñó de forma audible, apartando la mirada. Las manos, sobre su regazo, estaban entrelazadas tan fuertemente que los nudillos se le marcaban blancos.
—Y no es culpa de nadie más sino mía. Por no haber tenido la voluntad suficiente como para ganar la batalla más importante de todas y haber sido fiel a mis principios. A Ame.
Daruu respondió con un largo y tendido suspiro.
—Joder, Kaido, para ya —le espetó—. Yui te envió a la guarida de un enemigo peligrosísimo, uno al que subestimamos. Todos. Lo hicieron los que te hicieron meterte ahí cuando te enviaron. Y lo hemos hecho de nuevo. A la vista el resultado —agregó, bajando la mirada—. Nadie piensa que tengas tú la culpa, todos sabíamos lo del sello desde hace tiempo y queríamos rescatarte.
—Habla por ti, chico —volvió a gruñir el viejo Águila, girando de nuevo la cabeza y apartándola del cristal—. Una traición es una traición, y da igual como quieras pintarla. Mucho menos después de lo que hemos vivido en ese condenado Valle de los Dojos. He visto a muchos traidores a lo largo de mi vida como shinobi, he visto hombres y mujeres viendo sus voluntades rotas en pedazos por técnicas de diversa índole y siendo empujados a atacar a sus seres queridos. Uno de ellos un viejo amigo mío —argumentó, dirigiendo una intensa mirada a Daruu—. Y todos los que estamos aquí sabemos cómo han acabado. Sin excepción: Una traición es una traición —repitió, inflexible como una barra de acero—, y las palabras no bastan. Son los hechos los que demostrarán tu inocencia... o tu culpabilidad —añadió, volviéndose hacia Kaido con el ceño fruncido en una mirada dura como la furia de Amenokami—. Umikiba Kaido, no pienso quitarte el ojo de encima. En ningún momento. No hasta que esté seguro de que lo primero que harás nada más poner un pie en Amegakure es destruir la aldea como destruisteis el estadio, o lanzarle un nuevo balazo a Ayame o apuñalar a la Arashikage por la espalda. Y, créeme, si tengo la mínima sospecha de que alguna de mis sospechas puede verse hecha realidad, yo mismo te daré caza. Lo juro por el br... Bah —culminó, volviendo de nuevo la mirada hacia el ventanal del vagón.
Fuera, el cielo seguía oscuro y Amenokami seguía llorando. Y las gotas de lluvia repiqueteaban y se resbalaban por el cristal. En algún momento, un feroz rayo iluminó momentáneamente los endurecidos rasgos del viejo Águila y las gotas de lluvia se reflejaron en sus ojos aguamarina. ¿O estaban húmedos de verdad?
Nadie llegó a saberlo con certeza. Aotsuki Zetsuo se levantó de su asiento de golpe y se dirigió al compartimento contiguo mientras Daruu seguía hablando con Kaido. Ninguno de los allí presentes llegó a escuchar las palabras que le dirigió a su hijo, ni ninguno llegaría a ver la pastilla que dejó sobre su mano diestra y que Kōri se llevó a la boca sin rechistar, para terminar de pasarla por su garganta con el refresco que sujetaba.
«¿Dónde se habrá metido esa chiquilla ahora?» Se preguntó a la vuelta, volviendo la mirada hacia el otro extremo del vagón. Ningún niño necesitaba ir tantas veces al baño. Por muy niño que fuera.
Pero aquello no era de su incumbencia. El pensamiento había surgido en su cabeza como un reflejo hacia Ayame. Ella también tendía a meterse en líos a la mínima que le quitaban la vista de encima.
—Zetsuo. Gracias por salvar a mi madre. De corazón.
Aquella fue la primera frase que escuchó al regresar al compartimento. Zetsuo, inmóvil en el sitio, volvió a mirar a Daruu. Pero terminó por sacudir la cabeza y volver a sentarse en su sitio.
—Lo último que me haría falta sería tener que encargarme de otros dos mocosos como vosotros —gruñó—. No, gracias.
—Me has apretado un montón la escayola, cabrón. Me duele.
—Y más te va a doler si te sigues quejando, pastelera.