31/08/2020, 20:45
(Última modificación: 31/08/2020, 20:45 por Amedama Daruu.)
Zetsuo tenía su propia manera de aceptar las cosas. Por ejemplo, las gracias. Con ese gruñido inconfundible. Y luego estaba el tema de Kaido. Desde el primer momento Zetsuo había sido totalmente beligerante con el asunto. No es que Daruu esperase otra cosa: precisamente el tema que acababa de sacar Kaido tenía relación con la actitud del médico.
—Las Náyades —dijo Daruu, girando el rostro a la ventana. No quería entablar miradas con su madre. Ni con Zetsuo. Ni con el propio Kaido—. Una banda de traficantes de Kekkei Genkai, como el Byakugan. Y también los que nos hicieron creer que mi padre había sido un traidor. Al final, resultó que le habían lavado el cerebro.
»Desde aquél día nos hemos ganado una reputación de cazadores de exiliados, Ayame y yo. Nos infiltramos en su guarida en Shinogi-To, les arrebatamos mis Byakugan, y acabamos con sus vidas. Al fin.
—Naia sólo buscaba una cosa: arrebatarme lo que más quería. Por eso fue a por Daruu. Quería que yo fuese a buscar los ojos de mi hijo. Pero al donarle los míos, ese deseo se vio frustrado. Y no esperaba que fuese el propio Daruu el que los recuperase. Junto a Ayame. Me esperaba sólo a mí.
—Eso nos permitió cazarlas, cuando ni siquiera Kiroe y Zetsuo juntos fueron capaces, en su día. —Daruu miró a Kaido con una sonrisa triste, evitando por todos los medios la del Águila—. Entiende que Zetsuo desconfíe de cualquiera que haya salido de la aldea más de una semana. Todo aquello fue bastante traumático para todos. Y además, están los Kajitsu... —Esta vez, sí desvió la mirada hacia él, levemente. «Pero probablemente, lo que más le duela en este momento es...»
—¿Te duele? —Preguntó tímidamente Chiiro, sentándose en el asiento del vagón y señalando discretamente un punto en el costado izquierdo de Kōri—. Lo siento, no quiero que pienses que... es sólo que... —La niña desvió la mirada, incómoda.
—Las Náyades —dijo Daruu, girando el rostro a la ventana. No quería entablar miradas con su madre. Ni con Zetsuo. Ni con el propio Kaido—. Una banda de traficantes de Kekkei Genkai, como el Byakugan. Y también los que nos hicieron creer que mi padre había sido un traidor. Al final, resultó que le habían lavado el cerebro.
»Desde aquél día nos hemos ganado una reputación de cazadores de exiliados, Ayame y yo. Nos infiltramos en su guarida en Shinogi-To, les arrebatamos mis Byakugan, y acabamos con sus vidas. Al fin.
—Naia sólo buscaba una cosa: arrebatarme lo que más quería. Por eso fue a por Daruu. Quería que yo fuese a buscar los ojos de mi hijo. Pero al donarle los míos, ese deseo se vio frustrado. Y no esperaba que fuese el propio Daruu el que los recuperase. Junto a Ayame. Me esperaba sólo a mí.
—Eso nos permitió cazarlas, cuando ni siquiera Kiroe y Zetsuo juntos fueron capaces, en su día. —Daruu miró a Kaido con una sonrisa triste, evitando por todos los medios la del Águila—. Entiende que Zetsuo desconfíe de cualquiera que haya salido de la aldea más de una semana. Todo aquello fue bastante traumático para todos. Y además, están los Kajitsu... —Esta vez, sí desvió la mirada hacia él, levemente. «Pero probablemente, lo que más le duela en este momento es...»
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—¿Te duele? —Preguntó tímidamente Chiiro, sentándose en el asiento del vagón y señalando discretamente un punto en el costado izquierdo de Kōri—. Lo siento, no quiero que pienses que... es sólo que... —La niña desvió la mirada, incómoda.
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