31/08/2020, 23:27
(Última modificación: 31/08/2020, 23:28 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
El médico se dejó caer pesadamente junto a Kiroe y se cruzó de brazos. En aquellos instantes, Kaido le estaba preguntando a Daruu sobre el asunto de sus ojos, y este no dudó ni un instante en contarle los detalles de su aventura con Las Náyades desde que el viejo amigo de Zetsuo se convirtiera en un traidor por culpa del influjo de aquellas malditas mujeres. Sin embargo, él no intervino en ningún momento, ni siquiera cuando Daruu hizo una referencia directa hacia é. Ni siquiera cuando mencionó a los Kajitsu. Se mantuvo inamovible, con la mirada perdida a través de la ventana pero el oído y los sentidos siempre alerta.
Si los demás iban a confiar ciegamente en Umikiba Kaido, él sería quien velara por ellos. Al menos, hasta que le demostrase que volvía a ser de confianza.
Y pensar que había sido él, precisamente él, quien les había ayudado a recuperar a Ayame de las garras de esos Kajitsu...
Kōri apenas volvió los iris hacia Chiiro cuando escuchó sus pasos infantiles trotando de vuelta.
—¿Te duele? —le preguntó, de forma tan directa como inocente, mientras volvía a sentarse en su asiento.
Su dedo señalaba hacia uno de sus costados, y cuando Kōri siguió la dirección con su mirada, volvió a sentir que el estómago se le retorcía hasta el punto de darle ganas de vomitar. La manga izquierda de su chaqueta colgaba junto a él, inerte, con un terrible vacío que nada podía llenar lo que ahí debía estar. El Hielo apartó la mirada, terriblemente incómodo. Aunque se esforzaba por mantener aquella fachada de imperturbabilidad, lo cierto era que le costaría mucho adaptarse a verse... así.
—Lo siento, no quiero que pienses que... es sólo que... —farfullaba Chiiro, apurada.
Pero Kōri negó lentamente.
—No. No me duele —respondió.
Era lo bueno de tener un padre médico, y que además tuviese acceso a calmantes. Pero estos también le dejaban un incómodo embotamiento que aletargaba su mente y se extendía al resto de su cuerpo. Suspiró, terriblemente agotado. En aquellos instantes, sólo tenía ganas de dormir. Dormir y alejarse de aquella pesadilla. Al menos durante unas horas.
—¿Por qué estás tan interesada en el otro compartimento? —la interrogó, sin ningún tipo de anestesia—. Para la próxima vez será mejor que te busques una excusa mejor que la del baño.
Si los demás iban a confiar ciegamente en Umikiba Kaido, él sería quien velara por ellos. Al menos, hasta que le demostrase que volvía a ser de confianza.
Y pensar que había sido él, precisamente él, quien les había ayudado a recuperar a Ayame de las garras de esos Kajitsu...
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Kōri apenas volvió los iris hacia Chiiro cuando escuchó sus pasos infantiles trotando de vuelta.
—¿Te duele? —le preguntó, de forma tan directa como inocente, mientras volvía a sentarse en su asiento.
Su dedo señalaba hacia uno de sus costados, y cuando Kōri siguió la dirección con su mirada, volvió a sentir que el estómago se le retorcía hasta el punto de darle ganas de vomitar. La manga izquierda de su chaqueta colgaba junto a él, inerte, con un terrible vacío que nada podía llenar lo que ahí debía estar. El Hielo apartó la mirada, terriblemente incómodo. Aunque se esforzaba por mantener aquella fachada de imperturbabilidad, lo cierto era que le costaría mucho adaptarse a verse... así.
—Lo siento, no quiero que pienses que... es sólo que... —farfullaba Chiiro, apurada.
Pero Kōri negó lentamente.
—No. No me duele —respondió.
Era lo bueno de tener un padre médico, y que además tuviese acceso a calmantes. Pero estos también le dejaban un incómodo embotamiento que aletargaba su mente y se extendía al resto de su cuerpo. Suspiró, terriblemente agotado. En aquellos instantes, sólo tenía ganas de dormir. Dormir y alejarse de aquella pesadilla. Al menos durante unas horas.
—¿Por qué estás tan interesada en el otro compartimento? —la interrogó, sin ningún tipo de anestesia—. Para la próxima vez será mejor que te busques una excusa mejor que la del baño.