3/09/2020, 15:39
—El Gran Dragón nos ha confiado el porvenir de este encuentro. Envía su saludo y espera que las negociaciones puedan llegar a buen puerto.
—Seguro que llegan. ¡Será por falta de puertos en el País del Agua! —exclamó, casi con voz chillona, para luego descoyuntarse de la risa mientras golpeaba una y otra vez el bastón de oro contra el suelo. La mujer que le custodiaba permaneció con el mismo semblante, inmutable como el hielo, pero el hombre que le acompañaba torció la boca en una especie de sonrisa. Luego Umigarasu tosió, como si para sus viejos pulmones aquel arranque de risa fuese demasiado.
Se limpió la boca con un paño de seda y pasó unos momentos hasta que recobró la respiración habitual.
—Bien hablado… Ehm… ¿Cómo era? —El hombre de pelo largo le susurró algo al oído—Ah, sí. Akame. Sí, sí, sin duda vuestra fama os precede. Una de mis primeras órdenes será pediros que reforcéis la seguridad para que ni siquiera ninjas como vosotros puedan penetrarlas. Que, ¿cómo lo hicisteis? ¿Cómo atravesasteis las murallas?
—Oh, pues os solplendelía de cómo fue. Un fallo en el sistema de segulidad bastante goldo, papi.
—¿Papi? Más respeto a Umigarasu-sama, ¡sucio basurero! —estalló el hombre de pelo largo, con una mano ya en la empuñadura de su katana.
Umigarasu le tranquilizó con un gesto de mano.
—Disculpe mi mala lengua… La falta de costumble —intervino rápidamente, haciendo una reverencia profunda—. Como le decía, estalemos encantados de decil-le cómo atlavesamos las mulallas. Pelo antes…
—Los negocios, ¿eh?
—Los negocios.
—Mi oferta es inigualable —anunció, dando un nuevo golpe con el bastón contra el suelo—. Tenéis cierto control sobre el omoide, tenéis cierta riqueza. Pero, ¿de qué os sirve, si seguís viviendo en un estercolero? ¿Para qué, si seguís teniendo que vivir escondidos? Yo os ofrezco inmunidad. Carta blanca para mercadear. Os ofrezco unos aposentos a la altura de vuestra reputación. Os ofrezco glamour. Os ofrezco poder. Os ofrezco prestigio. Y, a cambio…
—A cambio selemos sus gualdias pelsonales —el hombre de pelo largo frunció el ceño—, y estalemos a su disposición para cualquiel… tlabajito que usted tenga a bien demandalnos.
—Más una comisión de vuestras ganancias.
—Más una… comisión.
—La misma que cobro a todo el mundo. Veinte por ciento, no es negociable.
—Veinte… Sí, hablía que matizal ese veinte pol ciento.
—Los matices con mi contable —dijo, sin querer entrar en el fango de la negociación—. Ahora bien, aquí mis Guardias de Élite tienen ciertas preocupaciones con vosotros. Piensan que quizá la avaricia os pueda. Piensan que quizá os pueda el ansia de poder. Si os contrato, ¿sois hombres de palabra? ¿Puedo confiar en que no me daréis la puñalada por la espalda? Mirad a este viejo a los ojos, y responded con la verdad.
—Seguro que llegan. ¡Será por falta de puertos en el País del Agua! —exclamó, casi con voz chillona, para luego descoyuntarse de la risa mientras golpeaba una y otra vez el bastón de oro contra el suelo. La mujer que le custodiaba permaneció con el mismo semblante, inmutable como el hielo, pero el hombre que le acompañaba torció la boca en una especie de sonrisa. Luego Umigarasu tosió, como si para sus viejos pulmones aquel arranque de risa fuese demasiado.
Se limpió la boca con un paño de seda y pasó unos momentos hasta que recobró la respiración habitual.
—Bien hablado… Ehm… ¿Cómo era? —El hombre de pelo largo le susurró algo al oído—Ah, sí. Akame. Sí, sí, sin duda vuestra fama os precede. Una de mis primeras órdenes será pediros que reforcéis la seguridad para que ni siquiera ninjas como vosotros puedan penetrarlas. Que, ¿cómo lo hicisteis? ¿Cómo atravesasteis las murallas?
—Oh, pues os solplendelía de cómo fue. Un fallo en el sistema de segulidad bastante goldo, papi.
—¿Papi? Más respeto a Umigarasu-sama, ¡sucio basurero! —estalló el hombre de pelo largo, con una mano ya en la empuñadura de su katana.
Umigarasu le tranquilizó con un gesto de mano.
—Disculpe mi mala lengua… La falta de costumble —intervino rápidamente, haciendo una reverencia profunda—. Como le decía, estalemos encantados de decil-le cómo atlavesamos las mulallas. Pelo antes…
—Los negocios, ¿eh?
—Los negocios.
—Mi oferta es inigualable —anunció, dando un nuevo golpe con el bastón contra el suelo—. Tenéis cierto control sobre el omoide, tenéis cierta riqueza. Pero, ¿de qué os sirve, si seguís viviendo en un estercolero? ¿Para qué, si seguís teniendo que vivir escondidos? Yo os ofrezco inmunidad. Carta blanca para mercadear. Os ofrezco unos aposentos a la altura de vuestra reputación. Os ofrezco glamour. Os ofrezco poder. Os ofrezco prestigio. Y, a cambio…
—A cambio selemos sus gualdias pelsonales —el hombre de pelo largo frunció el ceño—, y estalemos a su disposición para cualquiel… tlabajito que usted tenga a bien demandalnos.
—Más una comisión de vuestras ganancias.
—Más una… comisión.
—La misma que cobro a todo el mundo. Veinte por ciento, no es negociable.
—Veinte… Sí, hablía que matizal ese veinte pol ciento.
—Los matices con mi contable —dijo, sin querer entrar en el fango de la negociación—. Ahora bien, aquí mis Guardias de Élite tienen ciertas preocupaciones con vosotros. Piensan que quizá la avaricia os pueda. Piensan que quizá os pueda el ansia de poder. Si os contrato, ¿sois hombres de palabra? ¿Puedo confiar en que no me daréis la puñalada por la espalda? Mirad a este viejo a los ojos, y responded con la verdad.
![[Imagen: MsR3sea.png]](https://i.imgur.com/MsR3sea.png)
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