9/09/2020, 23:28
—Oh, con que eso era, entonces —comentó Kaido entonces, como si de repente hubiesen encajado las piezas en su cabeza—. Ayame me presentó a su amiga en Coladragón —Kaido arrugó la cara, con un gesto cargado de rencor y adoptó un tono de voz gutural—. Humanos...
Kaido se rio. Pero sus risas cayeron en saco roto. Fue respondido por un tenso y electrizante silencio. Daruu miró de reojo a Zetsuo. Y los ojos del médico destellaron peligrosamente.
—Déjate de gilipolleces, pitufo —masculló entre dientes, apretando aún más las uñas contra sus brazos.
—Joder, si ya de por sí la idea de que estos bichos sean seres racionales me tiene consternado, lo hace aún más el hecho de que sean capaces de tomar sus propias decisiones —Kaido viró hacia aguas más calmadas—. Si el bicho que habita en Ayame se negó a ayudar a Kurama, debemos suponer que los otros también pueden hacerlo? ¿Kurama habrá logrado encontrar a las otras bestias con cola? ¿pero y cómo, además? si hace tiempo que no aparece uno... Ah, y Datsue qué. ¿También le pasó lo mismo?
—Sí, pero el caso de Shukaku es bastante particular. Está un poco... desequilibrado —explicó Daruu—. Escucha, los bijū tienen formas de ser diferentes entre sí. Entre ellos, se llaman hermanos. Son esencialmente humanos, porque los creó uno de ellos. ¿Entiendes? Es lo que averigüe yo hablando con Kokuō en los calabozos de la Arashikage. Fue ahí cuando entre Ayame y yo fuimos entendiéndonos con ella. Aunque pasó mucho tiempo hasta que Ayame finalmente lo logró... y liberó el sello del bijū.
Zetsuo exhaló una buena bocanada de aire por la nariz y cerró los ojos. Seguía sin entender cómo Ayame se había atrevido a hacer algo así, a ocultárselo, y además conseguir salir viva. No entendía cómo el monstruo que sus propios ojos vieron destruir la que en aquellos instantes se llamaba la Ciudad Fantasma hubiese congeniado con su captora y, no sólo eso, que además ahora colaborase abiertamente con ella. Ellos la habían educado para ser la Guardiana del Gobi, la kunoichi que debía controlar que ese demoníaco poder quedara encerrado y bien sellado para que no pudiera volver a destruir nada más. Pero, de alguna manera, Ayame había conseguido darle la vuelta a aquel término. Una vuelta que nadie se esperaba.
—Por lo que sé, un shinobi de Uzushio se encontró con el Ocho Colas en estado de libertad. Le dijo que Rikudō quería que sus hijos colaborasen con los humanos para combatir un gran mal que asolaría Oonindo. Este pensaba que el gran mal era Kurama. Y aquí estamos. Las Tres Grandes colaboran ahora contra los Generales de Kurama y confiando en los bijū que conocemos. Bueno, perdón —Daruu bufó—. Los kusareños no.
—No me extraña, tampoco —respondió Kiroe, recostándose en el asiento con un resoplido—. Después de que su jinchūriki se cargase a Kenzou y casi masacrara la aldea.
—Parece que no todos los bijū son tan amigables como nos quiere hacer entender nuestra educada amiguita —resopló Zetsuo, mirando al techo. Alzó los dedos de una mano y comenzó a enumerar—. Tenemos al que se cree Emperador de Ōnindo, al desquiciado como el mismo Amedama ha definido, al que casi se lleva una aldea por delante y le arrancó la vida al Morikage en el proceso y la que en teoría sólo quiere vivir en paz. Joder, parece que nos ha tocado la lotería y todo —dijo, con sorna—. Ahora esperemos que el de Kusagakure no haya decidido unirse al Nueve Colas, o ya tendremos dos de los que preocuparnos. Mierda, como si no tuviésemos ya suficientes problemas.
—Si, bueno, en fin. El caso es que Ayame y yo ayudamos a Datsue a matar a un General. Esos tipos están locos, y Kurama, más —concluyó Daruu.
Kaido se rio. Pero sus risas cayeron en saco roto. Fue respondido por un tenso y electrizante silencio. Daruu miró de reojo a Zetsuo. Y los ojos del médico destellaron peligrosamente.
—Déjate de gilipolleces, pitufo —masculló entre dientes, apretando aún más las uñas contra sus brazos.
—Joder, si ya de por sí la idea de que estos bichos sean seres racionales me tiene consternado, lo hace aún más el hecho de que sean capaces de tomar sus propias decisiones —Kaido viró hacia aguas más calmadas—. Si el bicho que habita en Ayame se negó a ayudar a Kurama, debemos suponer que los otros también pueden hacerlo? ¿Kurama habrá logrado encontrar a las otras bestias con cola? ¿pero y cómo, además? si hace tiempo que no aparece uno... Ah, y Datsue qué. ¿También le pasó lo mismo?
—Sí, pero el caso de Shukaku es bastante particular. Está un poco... desequilibrado —explicó Daruu—. Escucha, los bijū tienen formas de ser diferentes entre sí. Entre ellos, se llaman hermanos. Son esencialmente humanos, porque los creó uno de ellos. ¿Entiendes? Es lo que averigüe yo hablando con Kokuō en los calabozos de la Arashikage. Fue ahí cuando entre Ayame y yo fuimos entendiéndonos con ella. Aunque pasó mucho tiempo hasta que Ayame finalmente lo logró... y liberó el sello del bijū.
Zetsuo exhaló una buena bocanada de aire por la nariz y cerró los ojos. Seguía sin entender cómo Ayame se había atrevido a hacer algo así, a ocultárselo, y además conseguir salir viva. No entendía cómo el monstruo que sus propios ojos vieron destruir la que en aquellos instantes se llamaba la Ciudad Fantasma hubiese congeniado con su captora y, no sólo eso, que además ahora colaborase abiertamente con ella. Ellos la habían educado para ser la Guardiana del Gobi, la kunoichi que debía controlar que ese demoníaco poder quedara encerrado y bien sellado para que no pudiera volver a destruir nada más. Pero, de alguna manera, Ayame había conseguido darle la vuelta a aquel término. Una vuelta que nadie se esperaba.
—Por lo que sé, un shinobi de Uzushio se encontró con el Ocho Colas en estado de libertad. Le dijo que Rikudō quería que sus hijos colaborasen con los humanos para combatir un gran mal que asolaría Oonindo. Este pensaba que el gran mal era Kurama. Y aquí estamos. Las Tres Grandes colaboran ahora contra los Generales de Kurama y confiando en los bijū que conocemos. Bueno, perdón —Daruu bufó—. Los kusareños no.
—No me extraña, tampoco —respondió Kiroe, recostándose en el asiento con un resoplido—. Después de que su jinchūriki se cargase a Kenzou y casi masacrara la aldea.
—Parece que no todos los bijū son tan amigables como nos quiere hacer entender nuestra educada amiguita —resopló Zetsuo, mirando al techo. Alzó los dedos de una mano y comenzó a enumerar—. Tenemos al que se cree Emperador de Ōnindo, al desquiciado como el mismo Amedama ha definido, al que casi se lleva una aldea por delante y le arrancó la vida al Morikage en el proceso y la que en teoría sólo quiere vivir en paz. Joder, parece que nos ha tocado la lotería y todo —dijo, con sorna—. Ahora esperemos que el de Kusagakure no haya decidido unirse al Nueve Colas, o ya tendremos dos de los que preocuparnos. Mierda, como si no tuviésemos ya suficientes problemas.
—Si, bueno, en fin. El caso es que Ayame y yo ayudamos a Datsue a matar a un General. Esos tipos están locos, y Kurama, más —concluyó Daruu.