11/01/2016, 14:02
Allí estaba ella, con sus ropas típicas, mochila a la espalda con provisiones necesarias y bandana bien colocada en su frente; justo en las puertas de su querida villa, dispuesta a caminar por varios días hasta su destino. ¿Por qué tenía que emprender este viaje? Ni ella misma lo entendía, solo sabía que su efusiva vecina, la señora Yoko, una mujer alta y extremadamente delgada, de cabellos rojos oscuros y ojos azulados; a parte de dedicarse a diseñar prendas para gente adinerada, su mayor entretenimiento era hacer tartas. ¡Pero no tartas cualquiera! Tartas de sabores exóticos y extraños, desconocidos en su propia villa y, por tanto, cada dos por tres pedía a alguien que emprendía un viaje a traerla un ingrediente diferente.
Y ella fue la que pringó esa vez.
Solo estaba sacando la basura... Pero se acercó a saludar a su vecina como persona educada que era y... No supo como terminó engatusada por su chillona voz.
-¿Has oído hablar de Yachi, Eri? Supondré que no, ¡con lo poco que sales! - Se atrevió a decirla, sabiendo el genio de la joven cuando acaban con su paciencia, aún así escuchó sin interrumpirla. - Pues bien, a parte del conocido río que pasa por el cañón y al cual llaman por ese nombre, ¡tienen unos campos de calabazas increíbles! Pero eso no suele ser de interés por los turistas... - Explicó, mientras la kunoichi entrecerraba los ojos pensando que si fuera una cotorra la tendría más aprecio, porque sería un animal. -Sabes que me encanta cocinar tartas... Y tú sales tan poco... Que si vas a Yachi a por una calabacita, la más pequeña incluso, te estaría haciendo un gran favor porque así saldrías de las cuatro paredes de la villa a conocer mundo.
En fin, ahí estaba, viajando por una triste calabaza, esperando que no se pusiese mala después de cuatro días de viaje de vuelta a Uzushiogakure. Y es que ese fue el número de días que Mizumi Eri pasó viajando entre los países de la Espiral y de la Tormenta para dar con el pequeño pueblo que llevaba el nombre de Yachi.
Y lo encontró al mediodía del cuarto día. Exhausta y sedienta porque el agua se le había agotado, buscó una tienda para reponer el líquido necesitado.
Y ella fue la que pringó esa vez.
Solo estaba sacando la basura... Pero se acercó a saludar a su vecina como persona educada que era y... No supo como terminó engatusada por su chillona voz.
-¿Has oído hablar de Yachi, Eri? Supondré que no, ¡con lo poco que sales! - Se atrevió a decirla, sabiendo el genio de la joven cuando acaban con su paciencia, aún así escuchó sin interrumpirla. - Pues bien, a parte del conocido río que pasa por el cañón y al cual llaman por ese nombre, ¡tienen unos campos de calabazas increíbles! Pero eso no suele ser de interés por los turistas... - Explicó, mientras la kunoichi entrecerraba los ojos pensando que si fuera una cotorra la tendría más aprecio, porque sería un animal. -Sabes que me encanta cocinar tartas... Y tú sales tan poco... Que si vas a Yachi a por una calabacita, la más pequeña incluso, te estaría haciendo un gran favor porque así saldrías de las cuatro paredes de la villa a conocer mundo.
En fin, ahí estaba, viajando por una triste calabaza, esperando que no se pusiese mala después de cuatro días de viaje de vuelta a Uzushiogakure. Y es que ese fue el número de días que Mizumi Eri pasó viajando entre los países de la Espiral y de la Tormenta para dar con el pequeño pueblo que llevaba el nombre de Yachi.
Y lo encontró al mediodía del cuarto día. Exhausta y sedienta porque el agua se le había agotado, buscó una tienda para reponer el líquido necesitado.