30/09/2020, 21:41
Ante la bravata de Kaido, Umigarasu quiso responder, pero un ataque de tos le interrumpió. Lanzó un esputo al suelo antes de levantarse apoyándose en su bastón de oro.
—¿Pulso? —¿Lo conservaba?
De pronto, algo inyectó su cuerpo con la violencia de una cucharada de omoide directamente al estómago. La energía que había estado recogiendo hasta aquel momento, mientras permanecía inmóvil en su trono, se introdujo en su sistema circulatorio con la fuerza de un torrente colándose por unas cañerías oxidadas. Su ojo sano pasó de un verde vivo al azul del mar, y su pupila se vio reducida a apenas una mota de polvo en la inmensidad del océano. Alrededor de los ojos surgieron unas marcas de un amarillo apagado, de un oro polvoriento.
Kaido había visto una transformación parecida hacía no tanto. Akame también, con el consiguiente aumento de chakra repentino.
—¿Pulso? Sí, creo que lo conservo. —Su sonrisa se ensanchó—. Pero para dar las cartas hace falta algo más. Un buen ojo, por ejemplo. —La mano zurda subió hasta el parche que cubría su ojo izquierdo y se lo quitó—. Es increíble lo que un fajo de billetes y el contacto adecuado te pueden conseguir. Las Náyades. ¡Menudo grupo! Con ellas sí que haría negocios.
Su ojo izquierdo… Ah, su ojo izquierdo. Brillaba con el carmesí de la sangre recién derramada y su pupila ocupaba todo el iris con una forma de lo más curiosa: asemejaba al timón de un barco. Así era su Mangekyō Sharingan.
—Aunque, ¿de qué sirve tener buen ojo si no tienes la sangre fría necesaria para sacar el as bajo la manga en el momento adecuado? Un ojo un tanto desperdiciado —respondió por ellos, y luego miró a Akame—. Claro que las cosas cambian si la persona adecuada te regala su sangre. Menuda suerte sería esa, ¿eh? Porque si dispones de los conocimientos adecuados... Bueno, bueno, quizá ya esté hablando demasiado —dijo, para luego soltar una risa atronadora, como si se riese de un chiste que solo Akame y él pudiesen comprender.
»Basta de cháchara. Acabad con ellos.
La Guardia de Élite solo necesitó un sello. Un sello, y los cuatro Ryūtōs se encontraron de pronto rodeados por un domo. Un domo de veintiún espejos hechos de hielo y que flotaban en el aire. Todos ellos reflejaban la figura de la Guardia de Élite.
—¡Vamos, hijos de puta! ¡Demostrad lo que sabéis hacer! —rugió el otro guardia, con la mano cargada de un raiton que chirriaba como una bandada de mil pájaros.
—¿Pulso? —¿Lo conservaba?
De pronto, algo inyectó su cuerpo con la violencia de una cucharada de omoide directamente al estómago. La energía que había estado recogiendo hasta aquel momento, mientras permanecía inmóvil en su trono, se introdujo en su sistema circulatorio con la fuerza de un torrente colándose por unas cañerías oxidadas. Su ojo sano pasó de un verde vivo al azul del mar, y su pupila se vio reducida a apenas una mota de polvo en la inmensidad del océano. Alrededor de los ojos surgieron unas marcas de un amarillo apagado, de un oro polvoriento.
Kaido había visto una transformación parecida hacía no tanto. Akame también, con el consiguiente aumento de chakra repentino.
—¿Pulso? Sí, creo que lo conservo. —Su sonrisa se ensanchó—. Pero para dar las cartas hace falta algo más. Un buen ojo, por ejemplo. —La mano zurda subió hasta el parche que cubría su ojo izquierdo y se lo quitó—. Es increíble lo que un fajo de billetes y el contacto adecuado te pueden conseguir. Las Náyades. ¡Menudo grupo! Con ellas sí que haría negocios.
Su ojo izquierdo… Ah, su ojo izquierdo. Brillaba con el carmesí de la sangre recién derramada y su pupila ocupaba todo el iris con una forma de lo más curiosa: asemejaba al timón de un barco. Así era su Mangekyō Sharingan.
—Aunque, ¿de qué sirve tener buen ojo si no tienes la sangre fría necesaria para sacar el as bajo la manga en el momento adecuado? Un ojo un tanto desperdiciado —respondió por ellos, y luego miró a Akame—. Claro que las cosas cambian si la persona adecuada te regala su sangre. Menuda suerte sería esa, ¿eh? Porque si dispones de los conocimientos adecuados... Bueno, bueno, quizá ya esté hablando demasiado —dijo, para luego soltar una risa atronadora, como si se riese de un chiste que solo Akame y él pudiesen comprender.
»Basta de cháchara. Acabad con ellos.
La Guardia de Élite solo necesitó un sello. Un sello, y los cuatro Ryūtōs se encontraron de pronto rodeados por un domo. Un domo de veintiún espejos hechos de hielo y que flotaban en el aire. Todos ellos reflejaban la figura de la Guardia de Élite.
—¡Vamos, hijos de puta! ¡Demostrad lo que sabéis hacer! —rugió el otro guardia, con la mano cargada de un raiton que chirriaba como una bandada de mil pájaros.
![[Imagen: MsR3sea.png]](https://i.imgur.com/MsR3sea.png)
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