23/10/2020, 22:43
Una vorágine carmesí —que a Umigarasu le recordó al símbolo de Uzushiogakure— envolvió a Akame y Kaido en un parpadeo antes de desaparecer. Su Guardia de Élite, avisado del poder del Uchiha, no fue capaz de impedirlo a tiempo.
—Eso fue… decepcionante.
—¡Ah, cobardes!
Umigarasu miró con el ceño fruncido a su guarda personal. Más tarde recibiría su castigo, de eso podía estar seguro. Primero por fallarle y después por sorprenderse de la cobardía de unos tipos que se habían pasado un año escondidos en una cueva.
Vio al llamado Money farfullar palabras inconexas, tratando de encontrar una solución a todo aquel entuerto. Una amnistía. Un perdón. Otohime, en cambio, de rodillas y con la mano alzada hacia la vorágine en la que habían desaparecido sus dos compañeros, derramaba lágrimas mudas.
—Solo quielo sabel quién fue. ¿Quién?
¿El último deseo de un hombre antes de morir? Supuso que no era alguien tan desalmado como para no concedérselo.
—La misma persona que os convenció para no entrar a las bravas en mi palacio. La misma persona que os engañó para que votaseis a mi favor y así luego colocaros en una bandejita de plata hacia mi morada. ¿Con qué fue que os convenció? ¿Que yo tenía pensado volver a levantar Kirigakure? —Una carcajada aguda afloró en su garganta. Su espía había sabido jugar muy bien sus cartas, después de todo.
—No puede sel… ¿Ella?
—Ella… Él… —se encogió de hombros—. Lo único cierto es que mientras pensabais que Kyūtsuki las pasaba putas —se le escapó una sonrisa—, y nunca mejor dicho, para sacarme información, en realidad vivía la buena vida en la capital y os contaba solo lo que yo quería que os contase. Desde el primer día. Me reveló quién era y vuestros objetivos y me ofreció jugar para mí en esta partida que llega a su fin, a cambio de dinero y… ciertos favores. Obviamente le puse vigilancia muy de cerca, no terminaba de fiarme, pero después de lo de hoy…
Después de lo de hoy había demostrado su lealtad. Su lealtad al dinero, a la buena vida y al total apoyo que estaba recibiendo en sus experimentos, por lo menos. Era todo lo que pedía a sus subordinados. La lealtad a una casa, al honor y a la familia podía funcionar en otros países, pero desde luego no en el Agua.
—Ahora, Money, si me haces el favor, necesito enviar un mensaje a Ryū.
El hombre de negocios de Dragón Rojo se permitió suspirar de alivio.
—¡P-pol supuesto! ¡E-entlegalé cualquiel tipo de mensaje que usted desee envial a Ryū! ¿De qué se tlata?
—No, Money, no. No me has entendido bien. El mensaje se lo quiero enviar ahora.
Cuando del extremo del bastón de oro de Umigarasu salió una cuchilla que atravesó el pecho de Money, el Cabeza de Dragón todavía tenía teñido en su rostro una expresión de incomprensión. Money dejó de respirar antes de terminar de entender lo que Umigarasu le había tratado de decir, y ardió en una combustión espontánea. De sus labios que caían derretidos por el fuego salieron voces ajenas.
—¿Huh?
—¿Hmm?
Umigarasu extrajo la hoja de un rápido movimiento del pecho de Money y lo tumbó al suelo de una patada. Ellos le mirarían desde abajo, y él desde arriba. Así tenía que ser. Así era lo natural.
—¿Lo oyes, Ryū? Tu hora se acerca. Tic, toc. Tic, toc…
—Eso fue… decepcionante.
—¡Ah, cobardes!
Umigarasu miró con el ceño fruncido a su guarda personal. Más tarde recibiría su castigo, de eso podía estar seguro. Primero por fallarle y después por sorprenderse de la cobardía de unos tipos que se habían pasado un año escondidos en una cueva.
Vio al llamado Money farfullar palabras inconexas, tratando de encontrar una solución a todo aquel entuerto. Una amnistía. Un perdón. Otohime, en cambio, de rodillas y con la mano alzada hacia la vorágine en la que habían desaparecido sus dos compañeros, derramaba lágrimas mudas.
—Solo quielo sabel quién fue. ¿Quién?
¿El último deseo de un hombre antes de morir? Supuso que no era alguien tan desalmado como para no concedérselo.
—La misma persona que os convenció para no entrar a las bravas en mi palacio. La misma persona que os engañó para que votaseis a mi favor y así luego colocaros en una bandejita de plata hacia mi morada. ¿Con qué fue que os convenció? ¿Que yo tenía pensado volver a levantar Kirigakure? —Una carcajada aguda afloró en su garganta. Su espía había sabido jugar muy bien sus cartas, después de todo.
—No puede sel… ¿Ella?
—Ella… Él… —se encogió de hombros—. Lo único cierto es que mientras pensabais que Kyūtsuki las pasaba putas —se le escapó una sonrisa—, y nunca mejor dicho, para sacarme información, en realidad vivía la buena vida en la capital y os contaba solo lo que yo quería que os contase. Desde el primer día. Me reveló quién era y vuestros objetivos y me ofreció jugar para mí en esta partida que llega a su fin, a cambio de dinero y… ciertos favores. Obviamente le puse vigilancia muy de cerca, no terminaba de fiarme, pero después de lo de hoy…
Después de lo de hoy había demostrado su lealtad. Su lealtad al dinero, a la buena vida y al total apoyo que estaba recibiendo en sus experimentos, por lo menos. Era todo lo que pedía a sus subordinados. La lealtad a una casa, al honor y a la familia podía funcionar en otros países, pero desde luego no en el Agua.
—Ahora, Money, si me haces el favor, necesito enviar un mensaje a Ryū.
El hombre de negocios de Dragón Rojo se permitió suspirar de alivio.
—¡P-pol supuesto! ¡E-entlegalé cualquiel tipo de mensaje que usted desee envial a Ryū! ¿De qué se tlata?
—No, Money, no. No me has entendido bien. El mensaje se lo quiero enviar ahora.
Cuando del extremo del bastón de oro de Umigarasu salió una cuchilla que atravesó el pecho de Money, el Cabeza de Dragón todavía tenía teñido en su rostro una expresión de incomprensión. Money dejó de respirar antes de terminar de entender lo que Umigarasu le había tratado de decir, y ardió en una combustión espontánea. De sus labios que caían derretidos por el fuego salieron voces ajenas.
—¿Huh?
—¿Hmm?
Umigarasu extrajo la hoja de un rápido movimiento del pecho de Money y lo tumbó al suelo de una patada. Ellos le mirarían desde abajo, y él desde arriba. Así tenía que ser. Así era lo natural.
—¿Lo oyes, Ryū? Tu hora se acerca. Tic, toc. Tic, toc…
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