25/10/2020, 20:20
El primero en llegar fue Umikiba Kaido.
No porque fuera el más puntual, ni el más cumplidor, porque desde luego no lo era. De hecho, a Umikiba Kaido siempre le había costado llegar a tiempo a sus compromisos. Todo por ese sueño profundo en el que sumía cada noche, y del que le costaba horrores despertar. Él siempre creyó que era a causa de la eterna lluvia que se ceñía sobre la fulgurante Amegakure. Esta le daba calma. Le regalaba paz. Le hacía sentir en casa. Quizás por eso podía dormir tan bien, estando allí, en donde siempre debió estar. En su hogar.
Ya la palabra daba el sabor de boca correcto. Habían pasado dos meses desde su agridulce regreso después de los funestos acontecimientos del Torneo de los Dojos, y casi que podía decir que todo parecía haber quedado tal y como cuando les abandonó, por allá en el 218. Muchos pueden decir que Amegakure es un lugar lúgubre, y oscuro, pero en su interior, allí en el corazón de su urbe y de su gente, hay mucha luz. Kaido esperaba rechazo y prejuicio allí a donde fuera, pero la voluntad de la Tormenta siempre es compartida por todos sus hijos. Si Yui fue capaz de recibirle de regreso con los brazos abiertos, así también lo hicieron todos los demás. Y Kaido lo agradecía. Era lo que más necesitaba. Esa fraternidad y camaradería que tanto caracterizaba a la Aldea de la Lluvia. A su Aldea.
Por eso, cuando se vio postrado una vez más frente a ese enorme rascacielos que hacía de centro de operaciones para las altas esferas de poder; no sintió temor alguno. Sino por el contrario, una energía revitalizadora le invadió el cuerpo. Era el orgullo amejin que siempre estuvo allí, en su interior, suprimido; pero vivo. Y que ahora azotaba incontrolable como la fúrica marea de una luna llena.
Frsssst. El sonido inconfundible de la tela haciendo fricción. Eran los extremos de su bandana ninja volviéndose a ajustar en su frente después de tanto tiempo.
Kaido sonreía, como siempre. Eso sí que no había cambiado.
Un camino inconfundible. Un camino inolvidable. De entrar a la recepción, tomar el elevador, y llegar a ese pasillo. Luego tocaba transcurrirlo. Caminarlo, vaya. Mientras lo hacía, era inevitable pensar en todas las veces que tuvo que cruzarlo, y de lo que le generaba a uno pensar lo que podía pasar una vez cruzase esa puerta, frente a ese escritorio de ébano tan resistente. Kaido se preguntaba si aún guardaba las heridas de guerra tras las numerosas embestidas de su ahora Arashi, y de si el pobre mueble habría tenido su tan merecida jubilación tras la ocupación de Hōzuki Shanise en el cargo.
Kaido tocó a la puerta, y una vez recibiera la comanda, se adentraría, una vez más, a la boca del lobo.
—Arashikage-sama. Umikiba Kaido, a su servicio.
No porque fuera el más puntual, ni el más cumplidor, porque desde luego no lo era. De hecho, a Umikiba Kaido siempre le había costado llegar a tiempo a sus compromisos. Todo por ese sueño profundo en el que sumía cada noche, y del que le costaba horrores despertar. Él siempre creyó que era a causa de la eterna lluvia que se ceñía sobre la fulgurante Amegakure. Esta le daba calma. Le regalaba paz. Le hacía sentir en casa. Quizás por eso podía dormir tan bien, estando allí, en donde siempre debió estar. En su hogar.
Ya la palabra daba el sabor de boca correcto. Habían pasado dos meses desde su agridulce regreso después de los funestos acontecimientos del Torneo de los Dojos, y casi que podía decir que todo parecía haber quedado tal y como cuando les abandonó, por allá en el 218. Muchos pueden decir que Amegakure es un lugar lúgubre, y oscuro, pero en su interior, allí en el corazón de su urbe y de su gente, hay mucha luz. Kaido esperaba rechazo y prejuicio allí a donde fuera, pero la voluntad de la Tormenta siempre es compartida por todos sus hijos. Si Yui fue capaz de recibirle de regreso con los brazos abiertos, así también lo hicieron todos los demás. Y Kaido lo agradecía. Era lo que más necesitaba. Esa fraternidad y camaradería que tanto caracterizaba a la Aldea de la Lluvia. A su Aldea.
Por eso, cuando se vio postrado una vez más frente a ese enorme rascacielos que hacía de centro de operaciones para las altas esferas de poder; no sintió temor alguno. Sino por el contrario, una energía revitalizadora le invadió el cuerpo. Era el orgullo amejin que siempre estuvo allí, en su interior, suprimido; pero vivo. Y que ahora azotaba incontrolable como la fúrica marea de una luna llena.
Frsssst. El sonido inconfundible de la tela haciendo fricción. Eran los extremos de su bandana ninja volviéndose a ajustar en su frente después de tanto tiempo.
Kaido sonreía, como siempre. Eso sí que no había cambiado.
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Un camino inconfundible. Un camino inolvidable. De entrar a la recepción, tomar el elevador, y llegar a ese pasillo. Luego tocaba transcurrirlo. Caminarlo, vaya. Mientras lo hacía, era inevitable pensar en todas las veces que tuvo que cruzarlo, y de lo que le generaba a uno pensar lo que podía pasar una vez cruzase esa puerta, frente a ese escritorio de ébano tan resistente. Kaido se preguntaba si aún guardaba las heridas de guerra tras las numerosas embestidas de su ahora Arashi, y de si el pobre mueble habría tenido su tan merecida jubilación tras la ocupación de Hōzuki Shanise en el cargo.
Kaido tocó a la puerta, y una vez recibiera la comanda, se adentraría, una vez más, a la boca del lobo.
—Arashikage-sama. Umikiba Kaido, a su servicio.