27/10/2020, 23:38
Para alivio de Ayame, Shanise negó sistemáticamente con la cabeza, pero las dos ANBU que la acompañaban hicieron repiquetear sus pies contra el suelo con aún más insistencia si cabía.
—Ahem —La Arashikage se aclaró la garganta, buscando ser escuchada—. Buenos días, chicos. Os he hecho venir porque necesito que os embarquéis en una misión de extrema importancia. Os reúno porque sois los más fuertes que están ahora mismo a mi disposición.
«¿Una misión? ¿Con Kaido?» Ayame no pudo disimular su sorpresa, pero intentó refrenar la inquietud que la envolvió. Miró de reojo al Escualo, pero él estaba tan sorprendido como ella misma. «¿Y qué hay de Daruu? ¿No podría haber sido él?» Se sorprendió preguntándose, pero enseguida apartó aquellos envenenados pensamientos de su cabeza.
—Por eso mismo, os pido que imaginéis cuán delicado es el asunto —continuó Shanise—. Y peligroso. Se trata de Kurama.
Ayame sintió como si le acabaran de echar un cubo de agua congelada por encima. Con los ojos abiertos como platos, la muchacha se quedó pálida como la leche. Aún por aquel entonces las pesadillas seguían acribillándola por las noches: Volvía a estar en el estadio del Valle de los Dojos, entre los bastidores, y seguía viendo a Kuroyuki frente a ella, con aquellos brillantes ojos naranjas. Alzaba la mano, y ella era incapaz de moverse, y un haz de luz incandescente acompañado de aquel escalofriante sonido supersónico surgía de ella. En sus sueños muchas veces ni siquiera era salvada por Daruu en el último momento. Sentía su piel arder, sentía que le arrancaban cada fibra de su ser, y la bijūdama terminaba reduciéndola a cenizas en aquel infierno de dolor y calor para después hacerla despertar entre sudores fríos.
Pese a todo, Ayame no había compartido aquellas pesadillas con nadie, a excepción de Kokuō, que era parte de sí misma.
—Ayame, ¿recuerdas el reporte que hiciste hace tiempo, en relación a Yukio?
—S... Sí, claro —se apresuró a responder.
—Hemos estado intentando hacer averiguaciones a pequeña escala, pero no hemos conseguido nada. Y el gobernador asegura que el hotel Alba del Invierno no existe.
—C... ¿Cómo? ¡Pero eso fue lo que Kurama le dijo a...!
—Estoy empezando a sospechar que los Generales podrían tener algo más que un hotel controlado en la ciudad, no sé si me entendéis. Enviamos dos chūnin hace un mes. No hemos vuelto a tener noticias de ellos.
No. Ayame no terminaba de entenderlo. Y Kokuō parecía que tampoco. Ambas estaban seguras del mensaje que habían recibido, Kokuō aún más que Ayame. ¿Entonces qué era eso de que el hotel Alba del Invierno no existía?
«Quizás era un nombre clave, para cuando te estaba esperando allí.» Supuso la kunoichi, pero no llegó a expresarse en voz alta.
Shanise, por su parte, se había dado media vuelta para acercarse a la mesa. De un momento a otro, un destello dorado cruzó sus ojos en el aire, y cuando giró la cabeza lo que vio la dejó sin palabras. Umikiba Kaido sujetaba una placa triangular entre sus manos, una placa de Jōnin como la que ella misma lucía.
—Por tu trabajo durante la misión de Sekiryū, y tu terrible sacrificio. Esta es tu primera misión desde que volviste de ese infierno, así que no me falles —pronunció la Arashikage, solemne.
—No lo haré, Arashikage-sama —respondió Kaido, con los ojos tan brillantes como su dentadura aserrada.
—También me ha dicho que te enseñará algo que te prometió hace mucho tiempo si vuelves con vida.
Ayame no lo entendió, pero la sonrisa en el gesto de Kaido se hizo aún más pronunciada, y algo se removió en su interior. Hacía tiempo que no veía aquella sonrisa, demasiado tiempo. Hacía tiempo que sólo tenía grabada en su memoria aquella sonrisa maliciosa y llena de inquina que no era la de su viejo amigo.
—Ya lo hablaremos cuando mi compañera y yo volvamos con éxito de la misión —respondió, mientras se colocaba la placa en el cinto—. Entonces han perdido comunicación con los dos chūnin. ¿Debemos suponer lo peor, que algo les ha pasado?
—¿Dónde se encontraban estos dos Chūnin cuando perdisteis el contacto con ellos? ¿Fue hace mucho tiempo? —preguntó Ayame, antes de mirar a las dos ANBU y añadir, algo dubitativa—. ¿Supongo que nos acompañarán... ellas?
Aún no conocía sus nombres.
—Ahem —La Arashikage se aclaró la garganta, buscando ser escuchada—. Buenos días, chicos. Os he hecho venir porque necesito que os embarquéis en una misión de extrema importancia. Os reúno porque sois los más fuertes que están ahora mismo a mi disposición.
«¿Una misión? ¿Con Kaido?» Ayame no pudo disimular su sorpresa, pero intentó refrenar la inquietud que la envolvió. Miró de reojo al Escualo, pero él estaba tan sorprendido como ella misma. «¿Y qué hay de Daruu? ¿No podría haber sido él?» Se sorprendió preguntándose, pero enseguida apartó aquellos envenenados pensamientos de su cabeza.
—Por eso mismo, os pido que imaginéis cuán delicado es el asunto —continuó Shanise—. Y peligroso. Se trata de Kurama.
Ayame sintió como si le acabaran de echar un cubo de agua congelada por encima. Con los ojos abiertos como platos, la muchacha se quedó pálida como la leche. Aún por aquel entonces las pesadillas seguían acribillándola por las noches: Volvía a estar en el estadio del Valle de los Dojos, entre los bastidores, y seguía viendo a Kuroyuki frente a ella, con aquellos brillantes ojos naranjas. Alzaba la mano, y ella era incapaz de moverse, y un haz de luz incandescente acompañado de aquel escalofriante sonido supersónico surgía de ella. En sus sueños muchas veces ni siquiera era salvada por Daruu en el último momento. Sentía su piel arder, sentía que le arrancaban cada fibra de su ser, y la bijūdama terminaba reduciéndola a cenizas en aquel infierno de dolor y calor para después hacerla despertar entre sudores fríos.
Pese a todo, Ayame no había compartido aquellas pesadillas con nadie, a excepción de Kokuō, que era parte de sí misma.
—Ayame, ¿recuerdas el reporte que hiciste hace tiempo, en relación a Yukio?
—S... Sí, claro —se apresuró a responder.
—Hemos estado intentando hacer averiguaciones a pequeña escala, pero no hemos conseguido nada. Y el gobernador asegura que el hotel Alba del Invierno no existe.
—C... ¿Cómo? ¡Pero eso fue lo que Kurama le dijo a...!
—Estoy empezando a sospechar que los Generales podrían tener algo más que un hotel controlado en la ciudad, no sé si me entendéis. Enviamos dos chūnin hace un mes. No hemos vuelto a tener noticias de ellos.
No. Ayame no terminaba de entenderlo. Y Kokuō parecía que tampoco. Ambas estaban seguras del mensaje que habían recibido, Kokuō aún más que Ayame. ¿Entonces qué era eso de que el hotel Alba del Invierno no existía?
«Quizás era un nombre clave, para cuando te estaba esperando allí.» Supuso la kunoichi, pero no llegó a expresarse en voz alta.
Shanise, por su parte, se había dado media vuelta para acercarse a la mesa. De un momento a otro, un destello dorado cruzó sus ojos en el aire, y cuando giró la cabeza lo que vio la dejó sin palabras. Umikiba Kaido sujetaba una placa triangular entre sus manos, una placa de Jōnin como la que ella misma lucía.
—Por tu trabajo durante la misión de Sekiryū, y tu terrible sacrificio. Esta es tu primera misión desde que volviste de ese infierno, así que no me falles —pronunció la Arashikage, solemne.
—No lo haré, Arashikage-sama —respondió Kaido, con los ojos tan brillantes como su dentadura aserrada.
—También me ha dicho que te enseñará algo que te prometió hace mucho tiempo si vuelves con vida.
Ayame no lo entendió, pero la sonrisa en el gesto de Kaido se hizo aún más pronunciada, y algo se removió en su interior. Hacía tiempo que no veía aquella sonrisa, demasiado tiempo. Hacía tiempo que sólo tenía grabada en su memoria aquella sonrisa maliciosa y llena de inquina que no era la de su viejo amigo.
—Ya lo hablaremos cuando mi compañera y yo volvamos con éxito de la misión —respondió, mientras se colocaba la placa en el cinto—. Entonces han perdido comunicación con los dos chūnin. ¿Debemos suponer lo peor, que algo les ha pasado?
—¿Dónde se encontraban estos dos Chūnin cuando perdisteis el contacto con ellos? ¿Fue hace mucho tiempo? —preguntó Ayame, antes de mirar a las dos ANBU y añadir, algo dubitativa—. ¿Supongo que nos acompañarán... ellas?
Aún no conocía sus nombres.