9/11/2020, 19:42
Y las gemelas, en silencio, simplemente, echaron a caminar a paso rápido. No contestaron a saludo ni a sugerencia alguna, solo echaron a caminar. De hecho, no lo hicieron en momento alguno durante una hora de viaje. Con aquella capa negra con capucha y los guantes y botas bien preparados para aguantar el frío, resultaban todavía más enigmáticas. Si Ayame o Kaido trataban de ir a la par, parecían esforzarse por adelantarlos y liderar la marcha. Tan sólo veían sus espaldas y las suelas de sus botas, horadando ahora un terreno embarrado por la lluvia y carente de vegetación, al norte del puente. A su izquierda todavía veían el lago, y a lo lejos al oeste, la sombra de un tren que salía ahora de la estación afuera de Shinogi-To.
Fue entonces cuando, aproximadamente a quince metros de Ayame y Kaido, las siluetas de las gemelas se dieron la vuelta. Ambas desenvainaron sus espadas y apuntaron directamente a sus compañeros de misión. Una risa socarrona salió de debajo de una de las máscaras.
—Al fin se acaba esta puta farsa —dijo, y dobló las rodillas para comenzar a correr...
...hacia su hermana.
El acero besó el cuello y la cabeza se separó de su cuerpo un instante. Luego, una nube de humo. Otra más pequeña. De la humareda emergió una mujer. Una mujer alta y altiva.
Usualmente, aquella mujer llegaba, veía y vencía. Rápido, sencillo. Como un rayo.
Como la Tormenta.
—Ey, sorpresa, cachorritos míos. —Yui, bajo la capucha de la túnica, les sonrió con aquellos dientes de sierra. Intercambió miradas entre Kaido y Ayame—. Qué puta vergüenza, lo que tiene que hacer una para que la dejen salir a pasear, ¿eh?
Fue entonces cuando, aproximadamente a quince metros de Ayame y Kaido, las siluetas de las gemelas se dieron la vuelta. Ambas desenvainaron sus espadas y apuntaron directamente a sus compañeros de misión. Una risa socarrona salió de debajo de una de las máscaras.
—Al fin se acaba esta puta farsa —dijo, y dobló las rodillas para comenzar a correr...
...hacia su hermana.
El acero besó el cuello y la cabeza se separó de su cuerpo un instante. Luego, una nube de humo. Otra más pequeña. De la humareda emergió una mujer. Una mujer alta y altiva.
Usualmente, aquella mujer llegaba, veía y vencía. Rápido, sencillo. Como un rayo.
Como la Tormenta.
—Ey, sorpresa, cachorritos míos. —Yui, bajo la capucha de la túnica, les sonrió con aquellos dientes de sierra. Intercambió miradas entre Kaido y Ayame—. Qué puta vergüenza, lo que tiene que hacer una para que la dejen salir a pasear, ¿eh?
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