26/11/2020, 16:29
—La pregunta, querida Ayame, no es qué estoy haciendo aquí. —respondió Yui, casi paladeando cada palabra. Negó con un dedo en el aire—. ¡Es cómo voy a partirle el culo a ese zorro hijo de puta como se le ocurra haber puesto una sola manita en MI TERRITORIO! —bramó entonces, abriendo los brazos con un grito gutural de guerra antes de echarse a reír a mandíbula batiente—. ¡¡Oooooh, qué bien se siente estar aquí, en campo abierto!! ¡¡En el campo de batalla una vez más!! ¡¡SE ME ESTABA QUEDANDO EL CULO COMO UNA MANTARRAYA UZUJIN!! ¡AAAAH!
«Ahora entiendo por qué Shanise estaba tan nerviosa...» Ayame torció el gesto, e intercambió el peso de su cuerpo de una pierna a la otra, visiblemente incómoda. Viéndola así, más que una kunoichi parecía una de aquellas guerreras bárbaras que las historias contaban que vivían en las islas congeladas del norte.
—Ey, ¿y a este tarugo qué le pasa?
—¿Qué? —Ayame se volvió para mirar a Kaido, cuyos ojos se habían perdido en la nada y su boca entreabierta dejaba entrever un hilillo brillante—. Eh... ¿Kaido?
Él sacudió la cabeza, con una sonrisa afilada.
—Nada, nada. La impresión, Yui-sama, pero ya me espabilo, no se preocupe —respondió—. Qué bueno verla.
—En fin, vamos. Tenemos mucho camino por delante. —Yui se dio la vuelta y echó a caminar, a paso más resuelto—. Oye, Ayame —La llamó, y la muchacha aceleró el paso hasta colocarse a su vera—, ¿qué cojones le echa Kiroe a esos putos pasteles como para tener que ir a Yukio a recogerlos? Nunca me lo ha querido decir. Pero tú sí, ¿verdad? ¡Tú y yo somos amigas!
—Eeeeehhh... —Titubeó, con el corazón en un puño. No pudo evitar echar una breve mirada de soslayo a Kaido, buscando auxilio. Pero sabía que no lo encontraría. ¿Pero qué debía hacer? Contárselo suponía traicionar la confianza que Kiroe, prácticamente una madre para ella, había depositado sobre ella. Ocultárselo suponía desafiar a la voluntad de Amekoro Yui, ahora Tormenta, un rango incluso por encima de el de Arashikage—. E... esto... —Y mentir quedaba absolutamente descartado. Ella no sabía mentir, y Yui se ofendería aún más de intentarlo. Pero si ni siquiera Kiroe había soltado prenda...—. Yu... Yui, se supone que, como kunoichi de Amegakure, no debo revelar los secretos de una misión, ya sabe...
Una gota de sudor frío resbaló por su sien.
«Ahora entiendo por qué Shanise estaba tan nerviosa...» Ayame torció el gesto, e intercambió el peso de su cuerpo de una pierna a la otra, visiblemente incómoda. Viéndola así, más que una kunoichi parecía una de aquellas guerreras bárbaras que las historias contaban que vivían en las islas congeladas del norte.
—Ey, ¿y a este tarugo qué le pasa?
—¿Qué? —Ayame se volvió para mirar a Kaido, cuyos ojos se habían perdido en la nada y su boca entreabierta dejaba entrever un hilillo brillante—. Eh... ¿Kaido?
Él sacudió la cabeza, con una sonrisa afilada.
—Nada, nada. La impresión, Yui-sama, pero ya me espabilo, no se preocupe —respondió—. Qué bueno verla.
—En fin, vamos. Tenemos mucho camino por delante. —Yui se dio la vuelta y echó a caminar, a paso más resuelto—. Oye, Ayame —La llamó, y la muchacha aceleró el paso hasta colocarse a su vera—, ¿qué cojones le echa Kiroe a esos putos pasteles como para tener que ir a Yukio a recogerlos? Nunca me lo ha querido decir. Pero tú sí, ¿verdad? ¡Tú y yo somos amigas!
—Eeeeehhh... —Titubeó, con el corazón en un puño. No pudo evitar echar una breve mirada de soslayo a Kaido, buscando auxilio. Pero sabía que no lo encontraría. ¿Pero qué debía hacer? Contárselo suponía traicionar la confianza que Kiroe, prácticamente una madre para ella, había depositado sobre ella. Ocultárselo suponía desafiar a la voluntad de Amekoro Yui, ahora Tormenta, un rango incluso por encima de el de Arashikage—. E... esto... —Y mentir quedaba absolutamente descartado. Ella no sabía mentir, y Yui se ofendería aún más de intentarlo. Pero si ni siquiera Kiroe había soltado prenda...—. Yu... Yui, se supone que, como kunoichi de Amegakure, no debo revelar los secretos de una misión, ya sabe...
Una gota de sudor frío resbaló por su sien.