30/11/2020, 13:51
Por suerte, Yui no descargó la ira de su relámpago sobre ella. Aliviada, Ayame comprobó cómo La Tormenta se limitaba a apretar los puños, a cruzarse de brazos y a acelerar el paso, de una manera similar a como lo había hecho cuando estaba bajo el disfraz de aquellas dos gemelas inexistentes. No hubo represalias, sólo la frustración de una curiosidad no satisfecha. Ayame lo entendía muy bien, ella podía ser tan o más curiosa que su superiora, pero su sentimiento de lealtad hacia los suyos la había refrenado de hablar. Simplemente, se limitó a seguirla.
Caminaron durante varias horas más, y el ambiente se fue tornando cada vez más frío a su alrededor. Ayame se arrebujó en su capa de viaje y enterró la boca y la nariz en la bufanda de su hermano, que aún olía a él. Ya creía que se convertiría en un polo congelado cuando llegaron ante las vías del ferrocarril.
«Genial...» Refunfuñó para sus adentros, pero no expresó su disconformidad en voz alta. Era consciente de que, pese a su reticiencia con aquel cacharro metálico, les llevaría a Yukio de forma más rápida y cómoda que si fueran a pie. Desde luego, al menos no pasarían tanto frío.
Y fue ella misma quien se adelantó para hablar con los encargados del armatoste y mostrarles sus identificaciones como shinobi para que les proporcionaran acceso al ferrocarril. Estando de misión, los shinobi podían utilizarlo como medio de transporte de forma gratuita para poder desplazarse de forma más rápida. Toda una ventaja para todos, y toda una condena para ella.
—Podríamos haber ido en mi halcón —masculló entre dientes en voz baja, malhumorada, mientras volvía hacia sus compañeros. Con las gemelas siendo un mero señuelo, Vedfolnir habría podido con los tres sin problema.
Pero, junto a Kaido y a una Yui que había ocultado sus rasgos tras una capucha y una máscara de madera, accedió a su interior. Se acomodaron en uno de los compartimentos individuales y Yui, con total ausencia de decoro, apoyó ambos pies sobre la mesa y aprovechó el momento para quitarse la máscara y retirarse la capucha.
—En mis tiempos de jōnin los viajes a Yukio eran una puta pesadilla, con el frío metiéndose por entre toda la ropa y haciendo que mis putos pezones pudieran rayar el vidrio.
Ayame, que se había quedado con los ojos abiertos como platos ante la intervención de La Tormenta, tuvo que sacudir la cabeza para apartar aquella ordinariez de su mente.
—Esto... Yui —la llamó, mientras dejaba su mochila en el portaequipajes que había sobre los asientos y terminaba por sentarse frente a la mujer. Señaló su cara—. ¿Crees que es prudente quitarse la máscara? Si alguien te ve...
No se atrevió a mencionar el tema de los pies sobre la mesa, aunque no le hacía ninguna gracia que aquellas sandalias llenas de barro húmedo estuviesen ensuciando de aquella manera el mueble.
Caminaron durante varias horas más, y el ambiente se fue tornando cada vez más frío a su alrededor. Ayame se arrebujó en su capa de viaje y enterró la boca y la nariz en la bufanda de su hermano, que aún olía a él. Ya creía que se convertiría en un polo congelado cuando llegaron ante las vías del ferrocarril.
«Genial...» Refunfuñó para sus adentros, pero no expresó su disconformidad en voz alta. Era consciente de que, pese a su reticiencia con aquel cacharro metálico, les llevaría a Yukio de forma más rápida y cómoda que si fueran a pie. Desde luego, al menos no pasarían tanto frío.
Y fue ella misma quien se adelantó para hablar con los encargados del armatoste y mostrarles sus identificaciones como shinobi para que les proporcionaran acceso al ferrocarril. Estando de misión, los shinobi podían utilizarlo como medio de transporte de forma gratuita para poder desplazarse de forma más rápida. Toda una ventaja para todos, y toda una condena para ella.
—Podríamos haber ido en mi halcón —masculló entre dientes en voz baja, malhumorada, mientras volvía hacia sus compañeros. Con las gemelas siendo un mero señuelo, Vedfolnir habría podido con los tres sin problema.
Pero, junto a Kaido y a una Yui que había ocultado sus rasgos tras una capucha y una máscara de madera, accedió a su interior. Se acomodaron en uno de los compartimentos individuales y Yui, con total ausencia de decoro, apoyó ambos pies sobre la mesa y aprovechó el momento para quitarse la máscara y retirarse la capucha.
—En mis tiempos de jōnin los viajes a Yukio eran una puta pesadilla, con el frío metiéndose por entre toda la ropa y haciendo que mis putos pezones pudieran rayar el vidrio.
Ayame, que se había quedado con los ojos abiertos como platos ante la intervención de La Tormenta, tuvo que sacudir la cabeza para apartar aquella ordinariez de su mente.
—Esto... Yui —la llamó, mientras dejaba su mochila en el portaequipajes que había sobre los asientos y terminaba por sentarse frente a la mujer. Señaló su cara—. ¿Crees que es prudente quitarse la máscara? Si alguien te ve...
No se atrevió a mencionar el tema de los pies sobre la mesa, aunque no le hacía ninguna gracia que aquellas sandalias llenas de barro húmedo estuviesen ensuciando de aquella manera el mueble.