1/12/2020, 20:33
—Si alguien la ve, se lo haremos olvidar a hostias —resolvió Kaido.
Simple, directo como las fauces de un tiburón. Y antes de que Ayame tuviera siquiera tiempo de responder, Yui le respondió con el mismo ímpetu.
—¡Eso es, joder, eso es! —bramó La Tormenta. Y un fuerte vaivén obligó a Ayame a agarrarse con fuerza a lo primero que pilló. ¿Esa sacudida había sido cosa de Yui o un bache en el camino?—. A dar hostias. Hostias tengo ganas de dar. En cuanto lleguemos a Yukio, nos vamos directos a por ese hijo de puta de Maimai. O esa hija de puta. Quién sabe qué es —añadió Yui, chocando uno de sus puños contra la palma de la mano—. Y le damos de hostias hasta que confunda la izquierda con la derecha. ¡¡JA!!
Ayame se adelantó. Parecía que le iba a tocar interpretar el papel de la prudencia en aquel explosivo grupo.
—Antes de dar... hostias, Yui, creo que deberíamos andarnos con cuidado —intervino, conciliadora, intentando aplacar aquellas peligrosas chispas. Un paso en falso y podrían salir todos despedidos por los aires. Entonces bajó un poco más la voz, para evitar que oídos indeseados pudiesen escucharla—. No sabemos quién es Maimai, ni tampoco sabemos dónde está ese hotel, si es que de verdad existe, como tampoco sabemos si alguno de los Generales de Kurama anda por ahí. Lo primero que tenemos que hacer es recabar información, no entrar como un tifón destruyéndolo todo y poniendo los focos sobre nuestras cabezas.
«Por Amenokami, ¿dónde me he metido?» Sollozaba para sus adentros.
Ayame era una kunoichi de tácticas más bien calmadas. Ella era de entrar con subterfugios, ocultarse, engañar al otro, tal y como hizo en Coladragón. Ella no estaba acostumbrada a las fuerzas explosivas que esgrimían sus compañeros y que tan peligrosas le parecían.
Simple, directo como las fauces de un tiburón. Y antes de que Ayame tuviera siquiera tiempo de responder, Yui le respondió con el mismo ímpetu.
—¡Eso es, joder, eso es! —bramó La Tormenta. Y un fuerte vaivén obligó a Ayame a agarrarse con fuerza a lo primero que pilló. ¿Esa sacudida había sido cosa de Yui o un bache en el camino?—. A dar hostias. Hostias tengo ganas de dar. En cuanto lleguemos a Yukio, nos vamos directos a por ese hijo de puta de Maimai. O esa hija de puta. Quién sabe qué es —añadió Yui, chocando uno de sus puños contra la palma de la mano—. Y le damos de hostias hasta que confunda la izquierda con la derecha. ¡¡JA!!
Ayame se adelantó. Parecía que le iba a tocar interpretar el papel de la prudencia en aquel explosivo grupo.
—Antes de dar... hostias, Yui, creo que deberíamos andarnos con cuidado —intervino, conciliadora, intentando aplacar aquellas peligrosas chispas. Un paso en falso y podrían salir todos despedidos por los aires. Entonces bajó un poco más la voz, para evitar que oídos indeseados pudiesen escucharla—. No sabemos quién es Maimai, ni tampoco sabemos dónde está ese hotel, si es que de verdad existe, como tampoco sabemos si alguno de los Generales de Kurama anda por ahí. Lo primero que tenemos que hacer es recabar información, no entrar como un tifón destruyéndolo todo y poniendo los focos sobre nuestras cabezas.
«Por Amenokami, ¿dónde me he metido?» Sollozaba para sus adentros.
Ayame era una kunoichi de tácticas más bien calmadas. Ella era de entrar con subterfugios, ocultarse, engañar al otro, tal y como hizo en Coladragón. Ella no estaba acostumbrada a las fuerzas explosivas que esgrimían sus compañeros y que tan peligrosas le parecían.