13/01/2016, 00:57
—De los peores monstruos que existen, querida —dijo Kinma—. Tienen dos patas, parecen como tú y como yo, pero cuando llega la noche se dedican a practicar juegos sucios con niñas inocentes, colchones, suelos de piedra y cuchillos muy afilados.
«Entonces no es el tipo de monstruo que yo sospechaba... Sino algo mucho peor... Pensó Ayame, con un escalofrío. Por las palabras de Kinma, deducía que había otra persona en la casa. Una monstruo con forma de persona que le gustaban las chicas jóvenes para...
No quería pensar siquiera en eso...
Al terminar las escaleras, los tres se vieron en un pasillo inmensamente largo con puertas de madera a ambos lados. La única iluminación existente la daban unas tétricas antorchas que parecía que se iban a extinguir en cualquier momento. Al fondo, una puerta de hierro aguardaba férrea. Kinma se había detenido frente a la primera puerta, pero tras abrirla, echar una breve ojeada y negar con la cabeza, volvió a cerrarla antes de proseguir su camino.
Pero Ayame se había parado junto a la puerta, mirándola fijamente. Le llegó la voz de la joven de Uzushiogakure algo más adelante:
—¿Es... Es él quién nos ha llamado a este lugar?
Ayame ladeó la cabeza hacia su compañera con un nuevo escalofrío recorriendo su espina dorsal. Si algo le aterraba verdaderamente de aquella casa era el hecho de que parecía manejar sus voluntades sin que ellas fueran siquiera conscientes de ello.
—Sí —contestó el monje, quedamente—. Su influjo sobre el poder original del sello de esta casa es muy grande. Creada para seducirlo y atraparlo, ahora, en esta época del año en su estado más débil, es aprovechada por sus artes malignas.
«¿Su influjo sobre el poder del sello...?» Ahora sí que se había perdido. No entendía nada de Fuuinjutsu. Jamás lo había hecho.
Pero había algo que no había dejado de llamar a su curiosidad desde hacía rato. Inconscientemente, alzó la mano.
—¿Qué hay tras esta puerta, Kinma-san? —preguntó, con la mano prácticamente apoyada en el picaporte...
«Entonces no es el tipo de monstruo que yo sospechaba... Sino algo mucho peor... Pensó Ayame, con un escalofrío. Por las palabras de Kinma, deducía que había otra persona en la casa. Una monstruo con forma de persona que le gustaban las chicas jóvenes para...
No quería pensar siquiera en eso...
Al terminar las escaleras, los tres se vieron en un pasillo inmensamente largo con puertas de madera a ambos lados. La única iluminación existente la daban unas tétricas antorchas que parecía que se iban a extinguir en cualquier momento. Al fondo, una puerta de hierro aguardaba férrea. Kinma se había detenido frente a la primera puerta, pero tras abrirla, echar una breve ojeada y negar con la cabeza, volvió a cerrarla antes de proseguir su camino.
Pero Ayame se había parado junto a la puerta, mirándola fijamente. Le llegó la voz de la joven de Uzushiogakure algo más adelante:
—¿Es... Es él quién nos ha llamado a este lugar?
Ayame ladeó la cabeza hacia su compañera con un nuevo escalofrío recorriendo su espina dorsal. Si algo le aterraba verdaderamente de aquella casa era el hecho de que parecía manejar sus voluntades sin que ellas fueran siquiera conscientes de ello.
—Sí —contestó el monje, quedamente—. Su influjo sobre el poder original del sello de esta casa es muy grande. Creada para seducirlo y atraparlo, ahora, en esta época del año en su estado más débil, es aprovechada por sus artes malignas.
«¿Su influjo sobre el poder del sello...?» Ahora sí que se había perdido. No entendía nada de Fuuinjutsu. Jamás lo había hecho.
Pero había algo que no había dejado de llamar a su curiosidad desde hacía rato. Inconscientemente, alzó la mano.
—¿Qué hay tras esta puerta, Kinma-san? —preguntó, con la mano prácticamente apoyada en el picaporte...