9/01/2021, 01:30
—¿Pirañas? —sugirió Ayame.
—¡¡JA JA JA JA JA JA JA!! —Si Yui quería ser discreta, desde luego, no lo demostraba. Sus risotadas pudieron oírse desde todo el vagón, desde los vagones adyacentes, y si hubiese habido alguien encima del tren probablemente se habría asustado y defenestrado contra la nieve.
A continuación Kaido pasó a explicar lo obvio: que se trataba de la familia de los tiburones. Aunque Yui hizo rodar sus ojos cuando habló sobre una tal Reina del Océano y una guerra contra un grupo de orcas mafiosas. Por lo visto la Tormenta se lo tomaba a broma, claro que Kaido hablaba muy, muy en serio.
—¡Pff! Muy impresionante, Kaido. Pero si invocas uno en tierra lo único que conseguirías es que se ahogase. Yo prefiero algo más versátil, y con muchos, muchos dientes afilados. —Yui sonrió, mostrando, de hecho, una hilera de estos.
El silbato del tren anunció que estaban llegando. A Yui le pilló por sorpresa, pues las ventanas se habían empañado y el sol del atardecer les reflejaba desde el cristal de la puerta del compartimento.
»Bueno, hora de trabajar. —La Tormenta, al menos, se colocó la capucha y la máscara antes de levantarse y salir.
La estación estaba en las afueras de Yukio. Cuando bajaron del tren, un intenso frío les golpeó la piel de la cara. Era de esos vientos helados que le quebraba a uno los labios y le resecaba los párpados. Hasta Yui se removió y se frotó los brazos, cruzándolos.
—Me cago en la puta, al final voy a rallar la capa con ellos —bromeó, guiñándole un ojo a Ayame. Echó a caminar, resuelta, sin esperar a que la siguieran, pero en el fondo, sabiendo que lo harían.
Nada más llegar al pueblo, los tres sintieron un inmenso alivio, una sensación hogareña de familiaridad, incluso bajó la sensación de frío. Las calles de Yukio estaban alegres. Ayame y Kaido se dieron cuenta entonces: probablemente la festividad de fin de año les tomase en medio de una misión de rango S. Quizás para Kaido estaba entre la mejor compañía, pues no tenía familia a la que acudir. Pero para Ayame, sin duda sería un duro golpe.
De todas formas, era el deber, ¿no?
Aunque quizás...
—Oye... estoy pensando... ¿y si nos relajamos un poco? Conozco un sitio de onsen buenísimo. Podemos descansar, que el tren me ha dejado el culo cuadrado. —Yui se quedó un momento parada. Como si se acabase de dar cuenta de algo—. Coño, si mañana es la noche de fin de año. ¿Harán fuegos artificiales aquí? ¿Os apetece subir a un lugar alto y verlo? ¿O quizás vendan castañas asadas? Podríamos verlos mientras disfrutamos de ellas.
Por alguna extraña razón, aquél cálido pero extraño comportamiento en Yui reconfortó tanto a Ayame como Kaido. Sin duda eran todas buenas ideas. Los tres lo necesitaban.
Lo necesitaban.
—¡¡JA JA JA JA JA JA JA!! —Si Yui quería ser discreta, desde luego, no lo demostraba. Sus risotadas pudieron oírse desde todo el vagón, desde los vagones adyacentes, y si hubiese habido alguien encima del tren probablemente se habría asustado y defenestrado contra la nieve.
A continuación Kaido pasó a explicar lo obvio: que se trataba de la familia de los tiburones. Aunque Yui hizo rodar sus ojos cuando habló sobre una tal Reina del Océano y una guerra contra un grupo de orcas mafiosas. Por lo visto la Tormenta se lo tomaba a broma, claro que Kaido hablaba muy, muy en serio.
—¡Pff! Muy impresionante, Kaido. Pero si invocas uno en tierra lo único que conseguirías es que se ahogase. Yo prefiero algo más versátil, y con muchos, muchos dientes afilados. —Yui sonrió, mostrando, de hecho, una hilera de estos.
El silbato del tren anunció que estaban llegando. A Yui le pilló por sorpresa, pues las ventanas se habían empañado y el sol del atardecer les reflejaba desde el cristal de la puerta del compartimento.
»Bueno, hora de trabajar. —La Tormenta, al menos, se colocó la capucha y la máscara antes de levantarse y salir.
La estación estaba en las afueras de Yukio. Cuando bajaron del tren, un intenso frío les golpeó la piel de la cara. Era de esos vientos helados que le quebraba a uno los labios y le resecaba los párpados. Hasta Yui se removió y se frotó los brazos, cruzándolos.
—Me cago en la puta, al final voy a rallar la capa con ellos —bromeó, guiñándole un ojo a Ayame. Echó a caminar, resuelta, sin esperar a que la siguieran, pero en el fondo, sabiendo que lo harían.
Nada más llegar al pueblo, los tres sintieron un inmenso alivio, una sensación hogareña de familiaridad, incluso bajó la sensación de frío. Las calles de Yukio estaban alegres. Ayame y Kaido se dieron cuenta entonces: probablemente la festividad de fin de año les tomase en medio de una misión de rango S. Quizás para Kaido estaba entre la mejor compañía, pues no tenía familia a la que acudir. Pero para Ayame, sin duda sería un duro golpe.
De todas formas, era el deber, ¿no?
Aunque quizás...
—Oye... estoy pensando... ¿y si nos relajamos un poco? Conozco un sitio de onsen buenísimo. Podemos descansar, que el tren me ha dejado el culo cuadrado. —Yui se quedó un momento parada. Como si se acabase de dar cuenta de algo—. Coño, si mañana es la noche de fin de año. ¿Harán fuegos artificiales aquí? ¿Os apetece subir a un lugar alto y verlo? ¿O quizás vendan castañas asadas? Podríamos verlos mientras disfrutamos de ellas.
Por alguna extraña razón, aquél cálido pero extraño comportamiento en Yui reconfortó tanto a Ayame como Kaido. Sin duda eran todas buenas ideas. Los tres lo necesitaban.
Lo necesitaban.
