19/01/2021, 06:41
Pero antes de que Kaido pudiera ganarse un par de puntos tras acribillar a Ayame a bolas de nieve, algo sucedió. Un estruendo, que bien podría haber sido la ira de Amekoro Yui tomando forma física. La forma de un...
de un...
—¡¡¡¡¿Cocodrilo?!!!!!!!
A Kaido pronto se le olvidó la guerra de bolas de nieve. Ahora lucía atónito, con la quijada desencajada víctima de una mezcla de sorpresa y admiración. ¡Yui podía invocar cocodrilos! ¡a eso se refería a lo de extra de dientes! quién lo diría. El gyojin pensó en una anécdota que le contó Mogura un día, acerca de que en las alcantarillas de Amegakure vivían cocodrilos, acechando. Siempre creyó que eran fábulas para mantener a los niños en la casa. Para que fuesen obedientes. Pero ahora todo era posible. Muy posible.
Kaido rió a carcajada limpia cuando vio a aquél mastuerzo de piel escamoza espaturrar la nieve bajo sus patas y a Ayame huyendo como una pequeña, aunque ágil y escurridiza gacela.
Aunque ésta le pidió ayuda, él estaba más por la labor de disfrutar vívidamente aquella escena, para no olvidarla. Porque, últimamente, todo era muy difuso. Porque, aunque estar en Yukio era increíblemente satisfactorio, día tras día; si se ponía a pensar, le resultaba imposible encontrar el porqué. Y eso era muy extraño, por más que la conciencia se empecinase con convencer a su sentido común de que realmente no lo era tanto. Que todo aquello era normal. Que el hecho de que un enorme cocodrilo estuviera transitando las calles de Yukio era una situación absolutamente cotidiana.
—¡Usa el Kakuremino, Ayame, que seguro no te pilla! ¡JAJAJAJA!
Claro, absolutamente cotidiana...
de un...
—¡¡¡¡¿Cocodrilo?!!!!!!!
A Kaido pronto se le olvidó la guerra de bolas de nieve. Ahora lucía atónito, con la quijada desencajada víctima de una mezcla de sorpresa y admiración. ¡Yui podía invocar cocodrilos! ¡a eso se refería a lo de extra de dientes! quién lo diría. El gyojin pensó en una anécdota que le contó Mogura un día, acerca de que en las alcantarillas de Amegakure vivían cocodrilos, acechando. Siempre creyó que eran fábulas para mantener a los niños en la casa. Para que fuesen obedientes. Pero ahora todo era posible. Muy posible.
Kaido rió a carcajada limpia cuando vio a aquél mastuerzo de piel escamoza espaturrar la nieve bajo sus patas y a Ayame huyendo como una pequeña, aunque ágil y escurridiza gacela.
Aunque ésta le pidió ayuda, él estaba más por la labor de disfrutar vívidamente aquella escena, para no olvidarla. Porque, últimamente, todo era muy difuso. Porque, aunque estar en Yukio era increíblemente satisfactorio, día tras día; si se ponía a pensar, le resultaba imposible encontrar el porqué. Y eso era muy extraño, por más que la conciencia se empecinase con convencer a su sentido común de que realmente no lo era tanto. Que todo aquello era normal. Que el hecho de que un enorme cocodrilo estuviera transitando las calles de Yukio era una situación absolutamente cotidiana.
—¡Usa el Kakuremino, Ayame, que seguro no te pilla! ¡JAJAJAJA!
Claro, absolutamente cotidiana...