20/01/2021, 22:16
(Última modificación: 20/01/2021, 22:26 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
—¡JajajajaJajajaja! ¡Tranquila Ayame, si te muerde, usa el Sui.... KaaAAaAaAaAaAhhhHHHHhhh!
El Umikiba se dio la vuelta y echó a correr tan rápido como podía. Él no era tan rápido como podía serlo Ayame pero ni de coña iba a dejarse alcanzar por esa jodida bestia.
Ah, pero es que una cosas es no querer. Ya de poder, pues era un tema aparte; porque el cocodrilo gigante sí que lo alcanzó, aunque antes de devorarse a la trucha viva, el animal pegó un salto, usando su cola como trampolín. Para Kaido todo sucedió casi que en cámara lenta, y no, no porque tuviese el sharingan. Si ya de por sí en Yukio no hacía mucho sol, verse de pronto bajo el dantesco estómago del cocodrilo resultó como si le hubieran apagado las luces. Porciones de nieve caían a su alrededor cual granizo, y la boca de Umikiba Kaido era un canuto que, abrumado por la escena, esperaba no ser aplastado por el centenar de kilos que debía de pesar ese bicharraco. Esos kilos, no obstante, no destruyeron al gyojin, sino a uno de los parlantes que, sin ellos saberlo; les había mantenido alejados de la realidad durante demasiado tiempo.
Un chirrido le aterrorizó los tímpanos por un momento. Kaido se llevó las manos hasta las orejas, tratando de acallar el dolor. Entonces abrió los ojos, y ya el mundo no se veía tan colorido como hasta hace un segundo antes. Ya no estaba tan enérgico ni sublime: con el silencio, esa realidad paralela, la verdadera, les golpeó de pronto y sin avisar como lo hace una tormenta en mar adentro, a un barco a la deriva.
El gyojin buscó respuestas allí en donde no las había. ¿Por qué? ¿por qué perdieron tanto tiempo?
Miró a Ayame. Miró a Yui. Luego al portentoso cocodrilo, que habló.
—Niña, esa música os estaba comiendo el coco.
Ya con los gritos de Yui, todo cogió sentido. En Yukio yacía preparada una trampa, y ellos habían caído directo en ella. Eso, para bien o para mal, certificaba una cosa; y es que en definitiva, Yukio estaba bajo la influencia de ese zorro malparido. Kaido apretó los dientes y suspiró, tratando de no caer en el pesimismo de Yui.
—Ya el tifón lo ha destruido todo, y los focos están sobre nuestras cabezas —soltó Kaido, rememorando las palabras de Ayame—. cambio de planes, no hay más tiempo que perder —si es que aquello era posible—. es hora de ir a por el Gobernador, si es que no ha cogido ya sus maletas y se ha pirado a acicalarle los nueve rabos al puto zorro de los cojones.
El Umikiba se dio la vuelta y echó a correr tan rápido como podía. Él no era tan rápido como podía serlo Ayame pero ni de coña iba a dejarse alcanzar por esa jodida bestia.
Ah, pero es que una cosas es no querer. Ya de poder, pues era un tema aparte; porque el cocodrilo gigante sí que lo alcanzó, aunque antes de devorarse a la trucha viva, el animal pegó un salto, usando su cola como trampolín. Para Kaido todo sucedió casi que en cámara lenta, y no, no porque tuviese el sharingan. Si ya de por sí en Yukio no hacía mucho sol, verse de pronto bajo el dantesco estómago del cocodrilo resultó como si le hubieran apagado las luces. Porciones de nieve caían a su alrededor cual granizo, y la boca de Umikiba Kaido era un canuto que, abrumado por la escena, esperaba no ser aplastado por el centenar de kilos que debía de pesar ese bicharraco. Esos kilos, no obstante, no destruyeron al gyojin, sino a uno de los parlantes que, sin ellos saberlo; les había mantenido alejados de la realidad durante demasiado tiempo.
¡KRRRIIIIIIIIIIIEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEK!
Un chirrido le aterrorizó los tímpanos por un momento. Kaido se llevó las manos hasta las orejas, tratando de acallar el dolor. Entonces abrió los ojos, y ya el mundo no se veía tan colorido como hasta hace un segundo antes. Ya no estaba tan enérgico ni sublime: con el silencio, esa realidad paralela, la verdadera, les golpeó de pronto y sin avisar como lo hace una tormenta en mar adentro, a un barco a la deriva.
El gyojin buscó respuestas allí en donde no las había. ¿Por qué? ¿por qué perdieron tanto tiempo?
Miró a Ayame. Miró a Yui. Luego al portentoso cocodrilo, que habló.
—Niña, esa música os estaba comiendo el coco.
Ya con los gritos de Yui, todo cogió sentido. En Yukio yacía preparada una trampa, y ellos habían caído directo en ella. Eso, para bien o para mal, certificaba una cosa; y es que en definitiva, Yukio estaba bajo la influencia de ese zorro malparido. Kaido apretó los dientes y suspiró, tratando de no caer en el pesimismo de Yui.
—Ya el tifón lo ha destruido todo, y los focos están sobre nuestras cabezas —soltó Kaido, rememorando las palabras de Ayame—. cambio de planes, no hay más tiempo que perder —si es que aquello era posible—. es hora de ir a por el Gobernador, si es que no ha cogido ya sus maletas y se ha pirado a acicalarle los nueve rabos al puto zorro de los cojones.
