4/02/2021, 02:23
La triada liberatoria, encargada de despertar a Yukio de una vez por todas; arrasó todo a su paso. No sólo porque la vanguardia estaba compuesta por dos fúricos ninjas como lo eran Yui y Kaido, también Ayame, que llevaba a un monstruo poderosísimo en su interior, y sendas invocaciones animales que competían entre sí para ver quién destruía más parlantes; sino que además ninguno de ellos encontró mayor oposición durante los primeros tramos de su avance. A medida de que ganaban más y más terreno, al Hōzuki se le hacía un tanto extraño que aún no hubiera aparecido nadie en aras de detenerlos. Porque ese ha de ser el deber de los guardias gubernamentales de una ciudad como aquella, claro. El problema era que, como se pudieron dar cuenta luego, no había guardia. Sólo el enemigo. Ratas. Roedores saliendo a montones de sus escondrijos y atacando de forma sorpresiva y por la espalda, como los seres rastreros que eran.
El enorme cocodrilo fue quien detuvo las armas que arrojaron en un principio, y alertó a Yui, del inminente peligro. El grito iracundo de Amekoro Yui contagió una vez más a Umikiba Kaido, quien ahora encontraba su primera oposición en tan peligrosa e importante misión. Eran dos shinobi, que identificados con una bandana grabada con un copo de nieve —símbolo que no guardaba relación alguna con ninguna Villa Oculta y que según Ayame, representaba la Armada de Kurama—. pretendían flanquear su azulado trasero, con sendas uchigatana. Ah, ataques de vieja usanza. Y es que cuantas veces no le habían intentado cortar el cogote con una de esas mierdas. Y cuantos de esos intentos habían fallado, gracias a los múltiples secretos que esconde su clan.
Pero esta vez, no estaba por la labor de permitir que aquellos aceros indignos de un verdadero Amejin cortasen su piel. Kaido era un ninja de timing. Todo era cuestión de aguardar al momento justo, y contraatacar con aquello que le permitiese acabar con esos canijas en un parpadeo, tal y como lo había hecho Yui. Porque a falta de otras herramientas ninja —que tal y como le había sucedido a Ayame, no las cargaba encima como de costumbre—. un shinobi ha de encontrar otros recursos para vencer.
El gyojin esperó, esperó, y esperó. Ellos se acercaban, a paso agigantado; y cuando estuvieron tan cerca que se les podía oler el hedor que emanaba ese zorro cabrón de todos sus esclavos, Kaido alzó los brazos apuntando al pecho de ambos enemigos, al mismo tiempo que echaba el torso para atrás, y de la yema de sus dedos índice tanto derecho como izquierdo emergieron dos gotas de agua que de encontrar oposición, traspasarían lo que fuese —carne y hueso—. como si fuese un cubo de mantequilla lo que les estuviera haciendo frente.
El enorme cocodrilo fue quien detuvo las armas que arrojaron en un principio, y alertó a Yui, del inminente peligro. El grito iracundo de Amekoro Yui contagió una vez más a Umikiba Kaido, quien ahora encontraba su primera oposición en tan peligrosa e importante misión. Eran dos shinobi, que identificados con una bandana grabada con un copo de nieve —símbolo que no guardaba relación alguna con ninguna Villa Oculta y que según Ayame, representaba la Armada de Kurama—. pretendían flanquear su azulado trasero, con sendas uchigatana. Ah, ataques de vieja usanza. Y es que cuantas veces no le habían intentado cortar el cogote con una de esas mierdas. Y cuantos de esos intentos habían fallado, gracias a los múltiples secretos que esconde su clan.
Pero esta vez, no estaba por la labor de permitir que aquellos aceros indignos de un verdadero Amejin cortasen su piel. Kaido era un ninja de timing. Todo era cuestión de aguardar al momento justo, y contraatacar con aquello que le permitiese acabar con esos canijas en un parpadeo, tal y como lo había hecho Yui. Porque a falta de otras herramientas ninja —que tal y como le había sucedido a Ayame, no las cargaba encima como de costumbre—. un shinobi ha de encontrar otros recursos para vencer.
El gyojin esperó, esperó, y esperó. Ellos se acercaban, a paso agigantado; y cuando estuvieron tan cerca que se les podía oler el hedor que emanaba ese zorro cabrón de todos sus esclavos, Kaido alzó los brazos apuntando al pecho de ambos enemigos, al mismo tiempo que echaba el torso para atrás, y de la yema de sus dedos índice tanto derecho como izquierdo emergieron dos gotas de agua que de encontrar oposición, traspasarían lo que fuese —carne y hueso—. como si fuese un cubo de mantequilla lo que les estuviera haciendo frente.
¡Fsjiúpp Fsjiúpp!
