4/02/2021, 12:56
La respuesta de Kokuō pilló a los soldados de Kurama por sorpresa. Quedaron paralizados un instante, como si no pudiesen creerse las palabras de la bijū. Un momento de distracción suficiente que Ayame aprovechó haciéndolos resbalar y caer de espaldas al suelo. El torrente de agua que vino después terminó por noquearlos. Probablemente siguieran con vida, pero estaban inconscientes.
Mientras tanto, Kaido lidiaba con otros dos shinobi, que despachó rápidamente con una de las técnicas estrellas del clan Hōzuki. Esos dos no despertarían nunca más.
—¿¡Qué es esto!? ¡Yukio es un caos! ¿Hemos sido invadidos? —gritó Kokoroko.
Y no había mejor forma de definirlo. La ciudad entera estaba sumida en el pánico. Los gritos y llantos inundaban sus oídos como el ruido de la maquinaria pesada de unas obras. Cuando Yui aterrizó de nuevo al lado de sus compañeros, un hombre gordo, vestido con traje, corrió hacia ellos y casi se abalanzó a sus pies, agarrándole la túnica.
—Señora... Yui... ¿qué... le hemos hecho...? —Sus ojos hundidos en dos pronunciadas ojeras casi parecían un resto evolutivo. Dos pequeñas almentras enmarcadas en una carota grande, con un bigote aún más grande.
—Hitochi. ¡Eso me gustaría saber a mí! —Yui se sacudió al hombretón de la pierna y le señaló con el dedo—. ¡¡Soldados del puto Kurama ocupando MI país!!
—D... de... de...
—Niña, basta. —El cocodrilo de Yui llamó a la calma, aunque los ojos del hombretón daban a entender que el gigantesco reptil le producía de todo menos calma—. Mira sus ojeras. Este hombre estaba también bajo los efectos del Genjutsu.
—S-señora Y-Yui. ¿Q-qué nos está pasando? ¿P-por qué...? ¡¡QUIERO MORIR!! ¡¡QUIERO MORIRME!!
¡BLAM!
Yui marcó con la mano abierta la cara del gobernador de Yukio. Sus gafas cayeron momentáneamente al suelo. El hombre las recogió y se levantó del suelo lentamente.
—¡¡HITOCHI!! Deja de llorar. Los altavoces de la aldea. Alguien los está utilizando para hipnotizaros. No sé desde cuánto tiempo, pero céntrate. Escucha a tu ciudad. ¡Todo el mundo está peor que tú! —Era cierto. Los gritos de dolor y de impotencia, la sensación de que habían perdido meses, tal vez años de su vida en un sueño se estaba extendiendo por al menos la mitad de Yukio—. ¡Necesitamos seguir rompiéndolos! ¡Pero yo necesito que tú devuelvas el orden a la ciudad!
—Sus shinobi... no puedo hacerlo sin las fuerzas del orden...
—Probablemente estén todos muertos, niña...
—Lo sé... —Yui miró a Kokoroko unos segundos. Chasqueó la lengua—. Necesitamos enviar un mensaje a Shanise. Necesitamos refuerzos. Ayame, ¿podrías preparar un halcón? —Se volteó hacia el gobernador—. Tú te vienes con nosotros. No estoy segura de tu inocencia y tenemos que comprobar los calabozos y el sistema de megafonía de la ciudad. ¿Están en gobernación, verdad?
Hitochi asintió.
—C-claro, mi señora Yui, v-vamos.
Yui hizo una señal a sus compañeros con la cabeza. Pero se detuvo un momento a observar a los cuatro shinobi que yacían en el suelo, noqueados por la técnica de Ayame.
—Matadlos.
Mientras tanto, Kaido lidiaba con otros dos shinobi, que despachó rápidamente con una de las técnicas estrellas del clan Hōzuki. Esos dos no despertarían nunca más.
—¿¡Qué es esto!? ¡Yukio es un caos! ¿Hemos sido invadidos? —gritó Kokoroko.
Y no había mejor forma de definirlo. La ciudad entera estaba sumida en el pánico. Los gritos y llantos inundaban sus oídos como el ruido de la maquinaria pesada de unas obras. Cuando Yui aterrizó de nuevo al lado de sus compañeros, un hombre gordo, vestido con traje, corrió hacia ellos y casi se abalanzó a sus pies, agarrándole la túnica.
—Señora... Yui... ¿qué... le hemos hecho...? —Sus ojos hundidos en dos pronunciadas ojeras casi parecían un resto evolutivo. Dos pequeñas almentras enmarcadas en una carota grande, con un bigote aún más grande.
—Hitochi. ¡Eso me gustaría saber a mí! —Yui se sacudió al hombretón de la pierna y le señaló con el dedo—. ¡¡Soldados del puto Kurama ocupando MI país!!
—D... de... de...
—Niña, basta. —El cocodrilo de Yui llamó a la calma, aunque los ojos del hombretón daban a entender que el gigantesco reptil le producía de todo menos calma—. Mira sus ojeras. Este hombre estaba también bajo los efectos del Genjutsu.
—S-señora Y-Yui. ¿Q-qué nos está pasando? ¿P-por qué...? ¡¡QUIERO MORIR!! ¡¡QUIERO MORIRME!!
¡BLAM!
Yui marcó con la mano abierta la cara del gobernador de Yukio. Sus gafas cayeron momentáneamente al suelo. El hombre las recogió y se levantó del suelo lentamente.
—¡¡HITOCHI!! Deja de llorar. Los altavoces de la aldea. Alguien los está utilizando para hipnotizaros. No sé desde cuánto tiempo, pero céntrate. Escucha a tu ciudad. ¡Todo el mundo está peor que tú! —Era cierto. Los gritos de dolor y de impotencia, la sensación de que habían perdido meses, tal vez años de su vida en un sueño se estaba extendiendo por al menos la mitad de Yukio—. ¡Necesitamos seguir rompiéndolos! ¡Pero yo necesito que tú devuelvas el orden a la ciudad!
—Sus shinobi... no puedo hacerlo sin las fuerzas del orden...
—Probablemente estén todos muertos, niña...
—Lo sé... —Yui miró a Kokoroko unos segundos. Chasqueó la lengua—. Necesitamos enviar un mensaje a Shanise. Necesitamos refuerzos. Ayame, ¿podrías preparar un halcón? —Se volteó hacia el gobernador—. Tú te vienes con nosotros. No estoy segura de tu inocencia y tenemos que comprobar los calabozos y el sistema de megafonía de la ciudad. ¿Están en gobernación, verdad?
Hitochi asintió.
—C-claro, mi señora Yui, v-vamos.
Yui hizo una señal a sus compañeros con la cabeza. Pero se detuvo un momento a observar a los cuatro shinobi que yacían en el suelo, noqueados por la técnica de Ayame.
—Matadlos.