5/02/2021, 01:20
(Última modificación: 5/02/2021, 02:12 por Aotsuki Ayame. Editado 2 veces en total.)
Ajena al estado de sus dos compañeros, la técnica acuática de Ayame arrasó con los cuatro ninjas del Copo de Nieve, que terminaron inconscientes en el suelo después de recibir el impacto.
—¿¡Qué es esto!? ¡Yukio es un caos! ¿Hemos sido invadidos? —oyó gritar a Kokoroko.
Ya a salvo, Ayame aterrizó en el suelo, fuera del alcance de su propio charco de agua, y las alas de agua se deshicieron como lluvia caída. Pero no fue capaz de relajarse. Todos aquellos chillidos, todos los llantos, el terror, la desesperación... Era imposible no oírlos. Era imposible no sentirlo. Era imposible que el estómago no se le retorciera con cada segundo que pasaba allí. Habían despertado a las gentes de Yukio, los habían liberado de aquella felicidad esclava, ¿pero a qué precio? ¿Habrían preferido seguir dentro de aquella falsa realidad? Profundamente consternada, Ayame se llevó una mano a la cabeza, recordando una misión similar a aquella. Una misión donde la gente vivía falsamente entre las páginas de un libro.
—Esto no es un caos... es un infierno.
Entonces, un hombre hizo acto de aparición en la escena. Era más bien corpulento y vestía con ropas opulentas. Tenía el rostro grande y redondeado, con gafas en sus diminutos ojos gastaños y un enorme mostacho sobresaliente.
—Señora... Yui... ¿qué... le hemos hecho...? —Preguntó, abalanzándose a los pies de Yui.
—Hitochi. ¡Eso me gustaría saber a mí! —bramó Yui, sacudiéndose al desesperado hombre para soltar su pierna—. ¡¡Soldados del puto Kurama ocupando MI país!!
—D... de... de...
«No lo sabe...» Reparó Ayame, con los ojos abiertos como platos.
—Niña, basta —sentenció el enorme cocodrilo, llamando a la calma y refiriéndose a Yui de la forma más surrealista que Ayame jamás había escuchado. «¿Niña? ¿Yui?»—. Mira sus ojeras. Este hombre estaba también bajo los efectos del Genjutsu.
—S-señora Y-Yui. ¿Q-qué nos está pasando? ¿P-por qué...? ¡¡QUIERO MORIR!! ¡¡QUIERO MORIRME!!
¡PLAS! De un sonoro manotazo, Yui le dio la vuelta a la enorme cara de Hitochi. Sus gafas cayeron al suelo y el pobre hombre tuvo que recogerlas torpemente antes de reincorporarse como un pobre chiquillo.
—¡¡HITOCHI!! Deja de llorar. Los altavoces de la aldea. Alguien los está utilizando para hipnotizaros. No sé desde cuánto tiempo, pero céntrate. Escucha a tu ciudad. ¡Todo el mundo está peor que tú! ¡Necesitamos seguir rompiéndolos! ¡Pero yo necesito que tú devuelvas el orden a la ciudad!
—Sus shinobi... no puedo hacerlo sin las fuerzas del orden...
—Probablemente estén todos muertos, niña... —Intervino Kokoroko, y Ayame sintió que un escalofrío la recorría de los pies a la cabeza.
—Lo sé... —Yui miró a Kokoroko unos segundos y después chasqueó la lengua—. Necesitamos enviar un mensaje a Shanise. Necesitamos refuerzos. Ayame, ¿podrías preparar un halcón?
—Enseguida, Yui —asintió ella, y mientras Yui seguía hablando con Hitochi, ella se volvió a morder el dedo pulgar para llevar a cabo la técnica de invocación.
Y tras la pequeña nube de humo, surgió una estrella fugaz con la forma de un velocísimo halcón que aleteaba de forma frenética entre todos los presentes. Cabía perfectamente en la mano y tenía el vientre plateado, la espalda marrón y el lomo grisáceo. Su cola, oscura, estaba decorada con múltiples motitas blancas. Tenía los ojos oscuros, bordeados de plumas rojas como la sangre.
—¡Pigmy está listo para la acción! —graznaba, de forma estruendosa—. ¡Ayame! ¡Ayame! ¿Qué tengo que hacer? ¡Ey! ¿Por qué ese humano está tan azul? ¿Se encuentra bien, Ayame?
—Espera, Pigmy, Yui necesita de tu ayuda —explicó Ayame, con toda la calma que fue capaz de reunir. Mientras, sus manos se habían entrelazado en un sello especial y otra nube de humo estalló junto a ella: un clon al que le tendió algo antes de que echara a correr a toda velocidad por donde habían venido—. Yui tiene que enviar un mensaje a Amegakure.
—¡Los mensajes son mi especialidad! Espera —Pigmy hizo una breve pausa, como si acabara de darse cuenta de algo. Giró su pequeña cabecita hacia Yui, y entonces comenzó a aletear de forma aún más frenética y a dar vueltas alrededor de su cabeza—. ¡Yui! ¿YUI? ¿La misma Yui-sama? ¿La mismísima Arashikage Yui-sama? ¿La misma Yui de la que tenías tanto tanto tanto mied...?
—¡PIGMY! —jadeó Ayame, entre agotada por el gasto de chakra y aterrorizada por la posible reacción de Yui.
—Matadlos.
Casi se desmayó al escucharla decir eso. Pero no se estaba refiriendo a ella, ni siquiera a Pigmy, sino a los cuatro hombres que había dejado inconscientes minutos atrás. Ayame se mordió el labio inferior y apretó sendos puños. Un lejano recuerdo del pasado volvía a resonar en su mente, acosándola:
Inspiró hondo tratando de relajarse de nuevo.
—E... espera, Yui —Aunque estaba claro, por el tembleque de su voz, que no lo había conseguido—. Podríamos obtener información valiosa de ellos. Quizás algo sobre Kurama.
Era algo que pensaba de verdad; pero, los que la conocieran suficiente sabrían ver la verdad a través de aquellas palabras: Ayame estaba intentando escurrir el bulto. Otra vez.
—¿¡Qué es esto!? ¡Yukio es un caos! ¿Hemos sido invadidos? —oyó gritar a Kokoroko.
Ya a salvo, Ayame aterrizó en el suelo, fuera del alcance de su propio charco de agua, y las alas de agua se deshicieron como lluvia caída. Pero no fue capaz de relajarse. Todos aquellos chillidos, todos los llantos, el terror, la desesperación... Era imposible no oírlos. Era imposible no sentirlo. Era imposible que el estómago no se le retorciera con cada segundo que pasaba allí. Habían despertado a las gentes de Yukio, los habían liberado de aquella felicidad esclava, ¿pero a qué precio? ¿Habrían preferido seguir dentro de aquella falsa realidad? Profundamente consternada, Ayame se llevó una mano a la cabeza, recordando una misión similar a aquella. Una misión donde la gente vivía falsamente entre las páginas de un libro.
—Esto no es un caos... es un infierno.
Entonces, un hombre hizo acto de aparición en la escena. Era más bien corpulento y vestía con ropas opulentas. Tenía el rostro grande y redondeado, con gafas en sus diminutos ojos gastaños y un enorme mostacho sobresaliente.
—Señora... Yui... ¿qué... le hemos hecho...? —Preguntó, abalanzándose a los pies de Yui.
—Hitochi. ¡Eso me gustaría saber a mí! —bramó Yui, sacudiéndose al desesperado hombre para soltar su pierna—. ¡¡Soldados del puto Kurama ocupando MI país!!
—D... de... de...
«No lo sabe...» Reparó Ayame, con los ojos abiertos como platos.
—Niña, basta —sentenció el enorme cocodrilo, llamando a la calma y refiriéndose a Yui de la forma más surrealista que Ayame jamás había escuchado. «¿Niña? ¿Yui?»—. Mira sus ojeras. Este hombre estaba también bajo los efectos del Genjutsu.
—S-señora Y-Yui. ¿Q-qué nos está pasando? ¿P-por qué...? ¡¡QUIERO MORIR!! ¡¡QUIERO MORIRME!!
¡PLAS! De un sonoro manotazo, Yui le dio la vuelta a la enorme cara de Hitochi. Sus gafas cayeron al suelo y el pobre hombre tuvo que recogerlas torpemente antes de reincorporarse como un pobre chiquillo.
—¡¡HITOCHI!! Deja de llorar. Los altavoces de la aldea. Alguien los está utilizando para hipnotizaros. No sé desde cuánto tiempo, pero céntrate. Escucha a tu ciudad. ¡Todo el mundo está peor que tú! ¡Necesitamos seguir rompiéndolos! ¡Pero yo necesito que tú devuelvas el orden a la ciudad!
—Sus shinobi... no puedo hacerlo sin las fuerzas del orden...
—Probablemente estén todos muertos, niña... —Intervino Kokoroko, y Ayame sintió que un escalofrío la recorría de los pies a la cabeza.
—Lo sé... —Yui miró a Kokoroko unos segundos y después chasqueó la lengua—. Necesitamos enviar un mensaje a Shanise. Necesitamos refuerzos. Ayame, ¿podrías preparar un halcón?
—Enseguida, Yui —asintió ella, y mientras Yui seguía hablando con Hitochi, ella se volvió a morder el dedo pulgar para llevar a cabo la técnica de invocación.
Y tras la pequeña nube de humo, surgió una estrella fugaz con la forma de un velocísimo halcón que aleteaba de forma frenética entre todos los presentes. Cabía perfectamente en la mano y tenía el vientre plateado, la espalda marrón y el lomo grisáceo. Su cola, oscura, estaba decorada con múltiples motitas blancas. Tenía los ojos oscuros, bordeados de plumas rojas como la sangre.
—¡Pigmy está listo para la acción! —graznaba, de forma estruendosa—. ¡Ayame! ¡Ayame! ¿Qué tengo que hacer? ¡Ey! ¿Por qué ese humano está tan azul? ¿Se encuentra bien, Ayame?
—Espera, Pigmy, Yui necesita de tu ayuda —explicó Ayame, con toda la calma que fue capaz de reunir. Mientras, sus manos se habían entrelazado en un sello especial y otra nube de humo estalló junto a ella: un clon al que le tendió algo antes de que echara a correr a toda velocidad por donde habían venido—. Yui tiene que enviar un mensaje a Amegakure.
—¡Los mensajes son mi especialidad! Espera —Pigmy hizo una breve pausa, como si acabara de darse cuenta de algo. Giró su pequeña cabecita hacia Yui, y entonces comenzó a aletear de forma aún más frenética y a dar vueltas alrededor de su cabeza—. ¡Yui! ¿YUI? ¿La misma Yui-sama? ¿La mismísima Arashikage Yui-sama? ¿La misma Yui de la que tenías tanto tanto tanto mied...?
—¡PIGMY! —jadeó Ayame, entre agotada por el gasto de chakra y aterrorizada por la posible reacción de Yui.
—Matadlos.
Casi se desmayó al escucharla decir eso. Pero no se estaba refiriendo a ella, ni siquiera a Pigmy, sino a los cuatro hombres que había dejado inconscientes minutos atrás. Ayame se mordió el labio inferior y apretó sendos puños. Un lejano recuerdo del pasado volvía a resonar en su mente, acosándola:
«...Es una orden...»
Inspiró hondo tratando de relajarse de nuevo.
—E... espera, Yui —Aunque estaba claro, por el tembleque de su voz, que no lo había conseguido—. Podríamos obtener información valiosa de ellos. Quizás algo sobre Kurama.
Era algo que pensaba de verdad; pero, los que la conocieran suficiente sabrían ver la verdad a través de aquellas palabras: Ayame estaba intentando escurrir el bulto. Otra vez.

![[Imagen: kQqd7V9.png]](https://i.imgur.com/kQqd7V9.png)