5/02/2021, 01:40
—¡Joder, por qué me tiene que pasar esto a mí, y justo ahora, coño! —mentaba el escualo, que correteaba por los alrededores de su piso como quien busca una aguja en un pajar. Mentaba aquí y allá, intercambiando miradas con el reloj de pared, que parecía recordarle con cada tic-tac que iba a llegar tarde a una jodida misión oficial. Pero no lo hallaba. No hallaba el puto pergamino, y sin el pergamino, no era capaz de discernir el punto de encuentro con el solicitante y los otros dos shinobi que pudo leer la noche anterior, de reojo, que habían sido convocados bajo su cuidado—. donde coño estás, papel de los cojones. ¡Dónde!
El chapoteo de sus botas ninjas acompañaba su paso. Kaido corría, corría, y corría; dando giros allí en donde sabía que podía encontrar atajos que le permitiesen llegar a tiempo. Conocía Amegakure como la palma de su mano —tres años ausente no habían servido para que olvidase sus dotes de callejeo—. así que, gracias a esa pericia para moverse por las lúgubres entrañas de la Aldea, fue que pudo dar con el puente justo a tiempo.
Kaido se acercó e irrumpió en la escena con su pletórica sonrisa de tiburón.
—Le indicaron bien, caballero. Umikiba Kaido, líder asignado para esta misión. Lamento la tardanza.
Qué decir de Umikiba Kaido. Ninguno de los genin le conocían. Y siempre la primera impresión era la más abrumadora. Kaido era alto. Bastante para su edad. ¿Quizás un metro ochenta? él te iba a decir que sí, aunque puede que fuera un poco menos. También era portentoso en musculatura. Un tipo curtido, vamos, de los que piensas que una hostia suya debe doler bastante. Su piel, pues tan azul como el mismísimo mar, y su cabellera del mismo color, larga y fluctuante como las olas rompientes de un morro. Llevaba los brazos de yuques descubiertos, con el chaleco táctico calzado en el pecho y su placa identificatoria bordada en uno de los compartimientos de la pieza. Por encima, un largo y oscuro haori con grabados de olas blancas recaía sobre su regazo, aunque no tan largo como para tapar sus pantalones militares camuflados. A su espalda, haciéndole sombra, su fiel acompañante: Nokomizuchi.
Miró a Nao y a Ren y les sonrió. Luego atizó al carruaje con ojos de desaprobación.
—¿Iremos en ese cacharro?
. . .
El chapoteo de sus botas ninjas acompañaba su paso. Kaido corría, corría, y corría; dando giros allí en donde sabía que podía encontrar atajos que le permitiesen llegar a tiempo. Conocía Amegakure como la palma de su mano —tres años ausente no habían servido para que olvidase sus dotes de callejeo—. así que, gracias a esa pericia para moverse por las lúgubres entrañas de la Aldea, fue que pudo dar con el puente justo a tiempo.
Kaido se acercó e irrumpió en la escena con su pletórica sonrisa de tiburón.
—Le indicaron bien, caballero. Umikiba Kaido, líder asignado para esta misión. Lamento la tardanza.
Qué decir de Umikiba Kaido. Ninguno de los genin le conocían. Y siempre la primera impresión era la más abrumadora. Kaido era alto. Bastante para su edad. ¿Quizás un metro ochenta? él te iba a decir que sí, aunque puede que fuera un poco menos. También era portentoso en musculatura. Un tipo curtido, vamos, de los que piensas que una hostia suya debe doler bastante. Su piel, pues tan azul como el mismísimo mar, y su cabellera del mismo color, larga y fluctuante como las olas rompientes de un morro. Llevaba los brazos de yuques descubiertos, con el chaleco táctico calzado en el pecho y su placa identificatoria bordada en uno de los compartimientos de la pieza. Por encima, un largo y oscuro haori con grabados de olas blancas recaía sobre su regazo, aunque no tan largo como para tapar sus pantalones militares camuflados. A su espalda, haciéndole sombra, su fiel acompañante: Nokomizuchi.
Miró a Nao y a Ren y les sonrió. Luego atizó al carruaje con ojos de desaprobación.
—¿Iremos en ese cacharro?