6/02/2021, 08:12
Plop.
Como si de un par de canicas de plomo se tratasen, los cuerpos de ambos ninja de Kurama se dieron de bruces contra la nieve que cubría el suelo de Yukio, convirtiéndose ésta, finalmente, en su improvisada tumba. Kaido les regaló una condescendiente mirada a ambos cascarones sin vida, que estáticos y vacíos; no pudieron devolverle el gesto.
El tiburón se dio media vuelta, tendiéndole la batuta al inclemente clima, quien sería el encargado de lidiar con los cadáveres. Pronto volvió a donde estaban sus compañeros, sólo para comprobar que Ayame había reducido también a cuatro de estos esbirros y que Yui, tras zurrarse a otro; había vuelto con ellos. La pequeña comitiva fue testigo entonces de el despertar de Yukio, una tétrica y emotiva balada de gritos y llantos que al unísono, les mostraba el estado de paranoia colectiva en la que estaba sumida la ciudad por las secuelas de aquél eterno genjutsu. Si ya para los amejin, estar metidos en esa mierda durante más de una semana había resultado agobiante, no quería imaginar lo que debían estar sintiendo todos ellos, siendo que probablemente llevaban así más tiempo del que hubiesen querido admitir. Pero ahora lo importante era controlar el caos y no dejar que les calara en los huesos, o de lo contrario, sería la poderosa mano de Yui la que les ayudaría a recuperar la compostura tal y como sucedió con el recién aparecido Hitochi. Tras la bofetada, Kaido le siguió viendo con gran desconfianza. ¿Podía estar fingiendo, quizás, para salvarse el culo?
No pensó en decirlo en voz alta, pero por las dudas se guardaría sus reservas.
—Sus shinobi... no puedo hacerlo sin las fuerzas del orden...
—Probablemente estén todos muertos, niña...
—Lo sé... necesitamos enviar un mensaje a Shanise. Necesitamos refuerzos. Ayame, ¿podrías preparar un halcón? —Yui volteó a ver al gobernador. Ayame también había accedido a las peticiones de la Tormenta y no tardó en morderse ella su propio dedo, e invocar a otro de sus halcones, aunque siendo éste más pequeño y versatil para la tarea que le sería encomendada, que era la de avisar a Shanise-sempai—. Tú te vienes con nosotros. No estoy segura de tu inocencia y tenemos que comprobar los calabozos y el sistema de megafonía de la ciudad. ¿Están en gobernación, verdad?
Mientras Ayame y Pigmy discutían —una vez más, acerca de su color de piel—, Kaido no perdió el tiempo y ejecutó una serie de sellos, sólo después de rozarse el pulgar con uno de sus afilados colmillos. Puso la mano en la nieve y una capa de humo trajo consigo no a un tiburón —cosa que hubiese resultado absurda—. sino a un arma. Su Uchigatana había viajado desde Amegakure hasta Yukio en un parpadeo, gracias al vínculo sanguíneo establecido previo al viaje. Y que apropiado había resultado, porque sería con ella que ejecutaría la orden de Yui.
Se acercó hasta los esbirros cerciorándose de no verse afectado por la técnica de Ayame —si es que aún permanecía allí—. y clavó el filo en el cuello del primero, a pesar de la reticencia de Ayame.
—No sé yo si hay tiempo para eso, Ayame. Y si tal, ya pillaremos a alguno en el camino, que es muy probable que hayan otros más por ahí esperándonos ahí a donde ha dicho de ir Yui.
Como si de un par de canicas de plomo se tratasen, los cuerpos de ambos ninja de Kurama se dieron de bruces contra la nieve que cubría el suelo de Yukio, convirtiéndose ésta, finalmente, en su improvisada tumba. Kaido les regaló una condescendiente mirada a ambos cascarones sin vida, que estáticos y vacíos; no pudieron devolverle el gesto.
El tiburón se dio media vuelta, tendiéndole la batuta al inclemente clima, quien sería el encargado de lidiar con los cadáveres. Pronto volvió a donde estaban sus compañeros, sólo para comprobar que Ayame había reducido también a cuatro de estos esbirros y que Yui, tras zurrarse a otro; había vuelto con ellos. La pequeña comitiva fue testigo entonces de el despertar de Yukio, una tétrica y emotiva balada de gritos y llantos que al unísono, les mostraba el estado de paranoia colectiva en la que estaba sumida la ciudad por las secuelas de aquél eterno genjutsu. Si ya para los amejin, estar metidos en esa mierda durante más de una semana había resultado agobiante, no quería imaginar lo que debían estar sintiendo todos ellos, siendo que probablemente llevaban así más tiempo del que hubiesen querido admitir. Pero ahora lo importante era controlar el caos y no dejar que les calara en los huesos, o de lo contrario, sería la poderosa mano de Yui la que les ayudaría a recuperar la compostura tal y como sucedió con el recién aparecido Hitochi. Tras la bofetada, Kaido le siguió viendo con gran desconfianza. ¿Podía estar fingiendo, quizás, para salvarse el culo?
No pensó en decirlo en voz alta, pero por las dudas se guardaría sus reservas.
—Sus shinobi... no puedo hacerlo sin las fuerzas del orden...
—Probablemente estén todos muertos, niña...
—Lo sé... necesitamos enviar un mensaje a Shanise. Necesitamos refuerzos. Ayame, ¿podrías preparar un halcón? —Yui volteó a ver al gobernador. Ayame también había accedido a las peticiones de la Tormenta y no tardó en morderse ella su propio dedo, e invocar a otro de sus halcones, aunque siendo éste más pequeño y versatil para la tarea que le sería encomendada, que era la de avisar a Shanise-sempai—. Tú te vienes con nosotros. No estoy segura de tu inocencia y tenemos que comprobar los calabozos y el sistema de megafonía de la ciudad. ¿Están en gobernación, verdad?
Mientras Ayame y Pigmy discutían —una vez más, acerca de su color de piel—, Kaido no perdió el tiempo y ejecutó una serie de sellos, sólo después de rozarse el pulgar con uno de sus afilados colmillos. Puso la mano en la nieve y una capa de humo trajo consigo no a un tiburón —cosa que hubiese resultado absurda—. sino a un arma. Su Uchigatana había viajado desde Amegakure hasta Yukio en un parpadeo, gracias al vínculo sanguíneo establecido previo al viaje. Y que apropiado había resultado, porque sería con ella que ejecutaría la orden de Yui.
Se acercó hasta los esbirros cerciorándose de no verse afectado por la técnica de Ayame —si es que aún permanecía allí—. y clavó el filo en el cuello del primero, a pesar de la reticencia de Ayame.
—No sé yo si hay tiempo para eso, Ayame. Y si tal, ya pillaremos a alguno en el camino, que es muy probable que hayan otros más por ahí esperándonos ahí a donde ha dicho de ir Yui.