8/02/2021, 00:46
—¡DIOS MÍO, MALDITO POLLO, CÁLMATE! —gritó Yui, y agarró al halcón con una sola mano. Se lo acercó a la cara—. Escúchame. Vas a ir a Amegakure tan rápido como puedas y vas a usar esa vocecilla estridente tuya para decirle a la Arashikage que mande todos los refuerzos que pueda a Yukio para reestablecer el orden. La ciudad ha sido ocupada y manipulada con un Genjutsu. ¿Queda claro? —Sólo entonces soltó el agarre. Y sólo entonces dio la fatídica orden que tanto Ayame temió.
Yui no iba a discutir con Ayame. No. En realidad, Yui no iba a discutir contra una mentira tan evidente. Ayame temblaba de pies a cabeza. Y eso molestaba visiblemente a la Tormenta, que la apartó con un brusco empellón y clavó su katana en el primero de los hombres, que gorgogeó sangre, revolviéndose, hasta que ya no pudo moverse más. El segundo murió con un corte limpio en la garganta, y al último de ellos Yui le saltó encima, propinándole una patada tan fuerte que su cráneo produjo un sonido extremadamente desagradable.
—No te preocupes, a partir de ahora tendré en cuenta lo que puedes y no puedes hacer. —Espetó. Bufó, y echó a caminar a toda velocidad en dirección al edificio del Gobernador.
—¡E... espere, Yui!
—¡Podría haber más altavoces, niña!
—¡Pues mueve el culo y arráncalos antes de que yo llegue!
Yui no quería reprender a Ayame ni forzarla a cumplir la orden. Pero desde luego, estaba terriblemente molesta. Kokoroko se adelantó, volviendo a desafiar a Takeshi, a pesar de que hacía tiempo de que el halcón le había adelantado en su tarea.
—Maldita sea...
La sala de comunicaciones del edificio del Gobernador estaba patas arriba. Normalmente, una persona era la encargada de transmitir mensajes a la población a través de un micrófono conectado al sistema de megafonía. En lugar de eso, era como si alguien hubiera conectado ese sistema a un montón de cacharros de esos que Yui nunca había entendido una mierda. Ordenadores gigantescos que procesaban a toda velocidad y se conectaban los unos con los otros.
—¿Desde cuándo llevamos dormidos...? —El Gobernador de Yukio se echó las manos a la cabeza. Las piernas le temblaban. Tragó saliva y sollozó.
—No sé desde cuándo, pero sí sé la respuesta de hasta cuándo. Hasta ahora. —Yui pateó la mesa donde se encontraba normalmente el micrófono de anuncios tal y como había hecho otras tantas veces con el escritorio de nogal de su despacho. El mueble se deslizó por el suelo y tumbó la fila de ordenadores que había al fondo. Un pequeño chispazo eléctrico y un estallido, e instantes después la maquinaria entera se había echado a perder. Las paredes y el mueble comenzaron a arder—. Ayudadme a apagarlo. Vamos.
»¡Suiton: Mizurappa!
Yui no iba a discutir con Ayame. No. En realidad, Yui no iba a discutir contra una mentira tan evidente. Ayame temblaba de pies a cabeza. Y eso molestaba visiblemente a la Tormenta, que la apartó con un brusco empellón y clavó su katana en el primero de los hombres, que gorgogeó sangre, revolviéndose, hasta que ya no pudo moverse más. El segundo murió con un corte limpio en la garganta, y al último de ellos Yui le saltó encima, propinándole una patada tan fuerte que su cráneo produjo un sonido extremadamente desagradable.
—No te preocupes, a partir de ahora tendré en cuenta lo que puedes y no puedes hacer. —Espetó. Bufó, y echó a caminar a toda velocidad en dirección al edificio del Gobernador.
—¡E... espere, Yui!
—¡Podría haber más altavoces, niña!
—¡Pues mueve el culo y arráncalos antes de que yo llegue!
Yui no quería reprender a Ayame ni forzarla a cumplir la orden. Pero desde luego, estaba terriblemente molesta. Kokoroko se adelantó, volviendo a desafiar a Takeshi, a pesar de que hacía tiempo de que el halcón le había adelantado en su tarea.
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—Maldita sea...
La sala de comunicaciones del edificio del Gobernador estaba patas arriba. Normalmente, una persona era la encargada de transmitir mensajes a la población a través de un micrófono conectado al sistema de megafonía. En lugar de eso, era como si alguien hubiera conectado ese sistema a un montón de cacharros de esos que Yui nunca había entendido una mierda. Ordenadores gigantescos que procesaban a toda velocidad y se conectaban los unos con los otros.
—¿Desde cuándo llevamos dormidos...? —El Gobernador de Yukio se echó las manos a la cabeza. Las piernas le temblaban. Tragó saliva y sollozó.
—No sé desde cuándo, pero sí sé la respuesta de hasta cuándo. Hasta ahora. —Yui pateó la mesa donde se encontraba normalmente el micrófono de anuncios tal y como había hecho otras tantas veces con el escritorio de nogal de su despacho. El mueble se deslizó por el suelo y tumbó la fila de ordenadores que había al fondo. Un pequeño chispazo eléctrico y un estallido, e instantes después la maquinaria entera se había echado a perder. Las paredes y el mueble comenzaron a arder—. Ayudadme a apagarlo. Vamos.
»¡Suiton: Mizurappa!