11/02/2021, 02:03
El Umikiba presenció en primera fila el cómo Yui eliminó a los otros tres ninjas de Kurama. No se inmutó, y tampoco apartó la vista cuando sucedió, porque sencillamente la muerte de esos hombres era un trámite necesario para salvaguardar la seguridad de Yukio y, a priori, la de ōnindo también.
Sólo entonces volteó a mirar a Ayame, que lucía rígida y afligida por las durísimas aunque necesarias palabras que recibió por parte de la Tormenta. Y aunque entendía un poco a su compañera —Kaido conocía de su gran corazón, y de cómo éste podía darle en ocasiones la resolución necesaria para perseverar, como también llenarla de dudas e indecisión en momentos de moralidad cuestionable como el que ahora atravesaban—. le hubiese gustado que la Hōzuki fuera capaz de superponer el deber asumido a la hora de haberse embarcado en la misión a lo que pudiera sentir por esos hombres, que no eran precisamente inocentes, y que habían estado lastimando a los ciudadanos de Yukio durante demasiado tiempo ya. Si aquello no era suficiente para convencerla de que las órdenes de Yui secundaban una causa justa...
Sacudió la cabeza, esperando que aquello no la desanimara. Kaido estaba convencido de que la iban a necesitar al cien por cien para lo que, desde luego, estaba por venir.
Al cien por cien.
—Mierda, Ayame ¿estás bien? —le dijo Kaido, que se había acercado a ayudarla, sólo después de haber colaborado también con un mizurappa para apagar las llamas nacientes de la pila de cachibaches que Yui había destruido de una patada. Por como lucía, era evidente que estaba exhausta y con sus reservas de chakra prácticamente agotadas. Indudable, después de sopetón de jutsu que había utilizado en una pequeñísima franja de tiempo—. joder... en dónde me he dejado el puto portaobjetos cuando más lo necesito —pensaba, claro está, en una de las píldoras de chakra que allí se encontraban.
Sólo entonces volteó a mirar a Ayame, que lucía rígida y afligida por las durísimas aunque necesarias palabras que recibió por parte de la Tormenta. Y aunque entendía un poco a su compañera —Kaido conocía de su gran corazón, y de cómo éste podía darle en ocasiones la resolución necesaria para perseverar, como también llenarla de dudas e indecisión en momentos de moralidad cuestionable como el que ahora atravesaban—. le hubiese gustado que la Hōzuki fuera capaz de superponer el deber asumido a la hora de haberse embarcado en la misión a lo que pudiera sentir por esos hombres, que no eran precisamente inocentes, y que habían estado lastimando a los ciudadanos de Yukio durante demasiado tiempo ya. Si aquello no era suficiente para convencerla de que las órdenes de Yui secundaban una causa justa...
Sacudió la cabeza, esperando que aquello no la desanimara. Kaido estaba convencido de que la iban a necesitar al cien por cien para lo que, desde luego, estaba por venir.
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Al cien por cien.
—Mierda, Ayame ¿estás bien? —le dijo Kaido, que se había acercado a ayudarla, sólo después de haber colaborado también con un mizurappa para apagar las llamas nacientes de la pila de cachibaches que Yui había destruido de una patada. Por como lucía, era evidente que estaba exhausta y con sus reservas de chakra prácticamente agotadas. Indudable, después de sopetón de jutsu que había utilizado en una pequeñísima franja de tiempo—. joder... en dónde me he dejado el puto portaobjetos cuando más lo necesito —pensaba, claro está, en una de las píldoras de chakra que allí se encontraban.