14/01/2016, 23:41
(Última modificación: 14/01/2016, 23:41 por Aotsuki Ayame.)
Junto a ella escuchó la voz de la muchacha de Uzushiogakure, apenas un hilo de voz quebrado por el terror.
—Quiero salir de aquí...
Sin duda alguna, estaba tan asustada como ella misma lo estaba. Pero si estaban esperando recibir algún tipo de aliento...
—¿MiEdO? No oS PreOcuPéIS —la voz de Kinma se había transformado repentinamente en el amenazador gruñido ronco de un lobo y Ayame volvió a abrir los ojos, alarmada. Clavó la mirada de sus iris avellana en el hombre que se cernía sobre ellas, pero aquel se aclaró enseguida la garganta y, cuando volvió a hablar, su voz volvió a ser aquella miel envenenada que había seducido su necesidad de encontrar protección dentro de aquella casa—: El miedo... es algo natural. Una respuesta a una situación de peligro. Abrazáos a él. Controladlo. Y seguidme. Pronto os sacaré de aquí... Es una promesa.
Kinma echó a caminar de nuevo a lo largo del pasillo. Pero Ayame ya no le escuchaba. Seguía con la mirada clavada en su espalda hasta que llegó a una fracción rectangular de la pared que resaltaba en aquel lóbrego pasillo por su vívido color rojo y los motivos que la adornaban. Tardó algunos segundos en darse cuenta de que era una puerta, pues no tenía ningún pomo ni nada que se le pareciera para poder abrirla. Tan sólo tenía adherido a su superficie un pequeño papel en el que estaba escrito el kanji 封 ("sello").
—Pero yo no puedo irme de aquí. Tengo que quedarme dentro para volver a formar el sello. Este papel tenéis que despegarlo vosotras. La puerta se abrirá. Y estaréis fuera.
—Corre... —le susurró a su compañera, con un hilo de voz. El corazón le latía alocadamente, como si quisiera treparle por la garganta y salir por su boca. Tenían la salida al alcance de la mano. O eso debían deducir de las palabras de Kinma.
Pero lo que les había dicho lo que fuera que hubiera en el sótano...
Todos los músculos de su cuerpo se tensaron al unísono, como la cuerda de un arco...
Kinma se dio la vuelta, invitándolas a acercarse con un gesto de su mano.
—¡Vamos, vamos, niñas! Abrid la puerta, ¿no queréis marcharos? Si tardáis mucho os encontrará.
La flecha se disparó. Rápida como una gacela, Ayame se dio media vuelta y echó a correr en dirección contraria, justo por donde habían venido. Corría tan rápido como le permitían sus temblorosas piernas, corría como jamás lo había hecho, y jamás creería que iba a estar tan desesperada por correr más rápido... Más rápido... Ni siquiera se paró a comprobar si la chica que la acompañaba seguía sus pasos. Simplemente confiaba en que lo hiciera, porque de alguna manera sabía que, si se le ocurría frenar aunque fuera un poco su velocidad, Kinma podría atraparla entre sus garras si así lo deseaba...
—Quiero salir de aquí...
Sin duda alguna, estaba tan asustada como ella misma lo estaba. Pero si estaban esperando recibir algún tipo de aliento...
—¿MiEdO? No oS PreOcuPéIS —la voz de Kinma se había transformado repentinamente en el amenazador gruñido ronco de un lobo y Ayame volvió a abrir los ojos, alarmada. Clavó la mirada de sus iris avellana en el hombre que se cernía sobre ellas, pero aquel se aclaró enseguida la garganta y, cuando volvió a hablar, su voz volvió a ser aquella miel envenenada que había seducido su necesidad de encontrar protección dentro de aquella casa—: El miedo... es algo natural. Una respuesta a una situación de peligro. Abrazáos a él. Controladlo. Y seguidme. Pronto os sacaré de aquí... Es una promesa.
Kinma echó a caminar de nuevo a lo largo del pasillo. Pero Ayame ya no le escuchaba. Seguía con la mirada clavada en su espalda hasta que llegó a una fracción rectangular de la pared que resaltaba en aquel lóbrego pasillo por su vívido color rojo y los motivos que la adornaban. Tardó algunos segundos en darse cuenta de que era una puerta, pues no tenía ningún pomo ni nada que se le pareciera para poder abrirla. Tan sólo tenía adherido a su superficie un pequeño papel en el que estaba escrito el kanji 封 ("sello").
—Pero yo no puedo irme de aquí. Tengo que quedarme dentro para volver a formar el sello. Este papel tenéis que despegarlo vosotras. La puerta se abrirá. Y estaréis fuera.
—Corre... —le susurró a su compañera, con un hilo de voz. El corazón le latía alocadamente, como si quisiera treparle por la garganta y salir por su boca. Tenían la salida al alcance de la mano. O eso debían deducir de las palabras de Kinma.
Pero lo que les había dicho lo que fuera que hubiera en el sótano...
Todos los músculos de su cuerpo se tensaron al unísono, como la cuerda de un arco...
Kinma se dio la vuelta, invitándolas a acercarse con un gesto de su mano.
—¡Vamos, vamos, niñas! Abrid la puerta, ¿no queréis marcharos? Si tardáis mucho os encontrará.
La flecha se disparó. Rápida como una gacela, Ayame se dio media vuelta y echó a correr en dirección contraria, justo por donde habían venido. Corría tan rápido como le permitían sus temblorosas piernas, corría como jamás lo había hecho, y jamás creería que iba a estar tan desesperada por correr más rápido... Más rápido... Ni siquiera se paró a comprobar si la chica que la acompañaba seguía sus pasos. Simplemente confiaba en que lo hiciera, porque de alguna manera sabía que, si se le ocurría frenar aunque fuera un poco su velocidad, Kinma podría atraparla entre sus garras si así lo deseaba...