16/02/2021, 12:05
Poco convencido de la respuesta de Ayame, Kaido tuvo que apartarse, para no exponer más aún su propia debilidad. Dio un par de pasos hacia una pared contigua y se recostó en ella, aprovechando el momento para descansar y analizar un poco la situación.
Yui sin embargo no paraba. Su cuerpo podía estar allí, inerte, pero su boca no dejaba de hablar y planificar. El hotel. El puto hotel. Hitochi aseguró en dónde estaba, lo que ahora certificaba definitivamente las sospechas de que el enemigo se aventuró demasiado en territorio ajeno. Y que fuera justo en su País, el de la Tormenta; iba a ser causal de una venganza mucho mayor. Preparado para ello, Kaido tomó un suspiro y asintió para sí mismo.
Quien estuviera esperándoles ahí, al norte más norte...
Una sonrisa ladina se aventuró hasta los labios del tiburón.
Para la sorpresa de todos, no obstante, alguien interrumpió abruptamente la conversa. Y para el colmo de todo, resultaba ser Ayame. O bueno, uno de sus clones.
«Oh... con razón quedó tan agotada»
El bunshin venía armado hasta los dientes, como dicen por ahí. Con un puñado de portaobjetos bien cargados, un arco, sus flechas, y hasta una jodida bufanda. Dos de esos bolsos eran los de Kaido, a quien se los tendió una vez su contraparte hubiese quedado totalmente proveída de sus utensilios ninjas. Kaido los cogió con sorpresa, y agradecido, los colgó allí en donde siempre tuvieron que haber estado.
—Joder, Ayame, bien hecho coño —soltó, para motivarle—. está todo aquí, gracias.
Yui sin embargo no paraba. Su cuerpo podía estar allí, inerte, pero su boca no dejaba de hablar y planificar. El hotel. El puto hotel. Hitochi aseguró en dónde estaba, lo que ahora certificaba definitivamente las sospechas de que el enemigo se aventuró demasiado en territorio ajeno. Y que fuera justo en su País, el de la Tormenta; iba a ser causal de una venganza mucho mayor. Preparado para ello, Kaido tomó un suspiro y asintió para sí mismo.
Quien estuviera esperándoles ahí, al norte más norte...
Una sonrisa ladina se aventuró hasta los labios del tiburón.
Para la sorpresa de todos, no obstante, alguien interrumpió abruptamente la conversa. Y para el colmo de todo, resultaba ser Ayame. O bueno, uno de sus clones.
«Oh... con razón quedó tan agotada»
El bunshin venía armado hasta los dientes, como dicen por ahí. Con un puñado de portaobjetos bien cargados, un arco, sus flechas, y hasta una jodida bufanda. Dos de esos bolsos eran los de Kaido, a quien se los tendió una vez su contraparte hubiese quedado totalmente proveída de sus utensilios ninjas. Kaido los cogió con sorpresa, y agradecido, los colgó allí en donde siempre tuvieron que haber estado.
—Joder, Ayame, bien hecho coño —soltó, para motivarle—. está todo aquí, gracias.