20/02/2021, 18:07
Pasaron las horas, y hacía tiempo que tanto Yui como sus dos subordinados habían abandonado el edificio del gobernador amparados bajo nuevas capas de viaje. Ahora, mucho más descansados y con las energías repletas, volvían a caminar tranquilamente por las calles de Yukio. Decenas de shinobi de Amegakure patrullaban el tranquilo pueblo, y muchos de ellos estaban ayudando con las reparaciones de los desperfectos, estableciendo puntos estratégicos de defensa o, incluso, ofreciendo apoyo psicológico a los civiles.
No habían vuelto a cruzarse con ningún shinobi del Copo de Nieve, pero Ayame se había encargado de ocultar su carcaj bajo la túnica y llevaba la cabeza cubierta con la capucha. No podía evitar echar miradas desconfiadas a cada uno de los altavoces que se cruzaba en su rango de visión. Aquellos cacharros también habían sido rehabilitados, pero ahora lo que se transmitían por ellos eran órdenes enviadas desde el edificio del Gobernador, ahora convertido en sede central de comunicaciones. Pero Ayame seguía intranquila. Aquella diabólica música que les había mantenido hipnotizados todo el tiempo había sonado desde aquellos mismos altavoces, transmitida desde unos ordenadores conectados entre sí. Sin duda había sido obra de algún shinobi experto en ilusiones auditivas, como ella misma. Pero Ayame debía mantener su canto para seguir afectando a sus víctimas, ¿era posible que su enemigo hubiese estado tocando a todas horas sin parar? No. No lo creía.
«Debe de haber grabado el sonido.» Seguía meditando para sus adentros, sumida en un pensativo silencio mientras degustaba unas bolas de takoyaki que había comprado en un puesto de comida callejera cercano. Quizás, si Yui no hubiese destruido de aquella manera aquellas máquinas, podrían haber intentado rastrear el origen de la señal de alguna manera. Pero ya era tarde para pensar en ello, pues nuevas preocupaciones ocupaban su mente. Si sus sospechas eran ciertas, ¿su enemigo se habría dado cuenta ya de que su ilusión había sido desbaratada? ¿Y habría advertido a Kurama de la intromisión de Amegakure en Yukio?
El escalofriante recuerdo de unos afilados ojos rojos y una mano con garras cerniéndose sobre ella antes de verse cegada por un fulgor supersónico volvió a dibujarse en su mente, y Ayame apretó las mandíbulas para disimular el estremecimiento que la había recorrido de arriba a abajo.
—Ya casi caerá la noche —comentó Yui, y Ayame alzó la cabeza hacia el cielo en un acto reflejo. Pese al manto blanquecino de nubes de nieve que lo cubrían, era notable que la luz cada vez era más escasa. No tardarían mucho más en encender las farolas de las calles. Podríamos adentrarnos al norte ahora, por la noche. O podríamos esperar a la mañana. Ambas opciones tienen sus ventajas y sus desventajas.[/sub]
»Si atacamos ahora, puede que los tomemos por sorpresa. Pero hace frío y es muy probable que pronto haga más todavía. No me gustaría quedarme atrapada en una trampa de Kurama en la nieve. Si esperamos a mañana, estarán más en guardia, sobretodo si tienen algún confidente en la ciudad que se nos haya escapado y notifique del tinglado que hemos preparado aquí. O si disponen de alguna otra forma de vigilarnos. Con todo el tema de los altavoces, tampoco me extrañaría. Con suerte, no se habrán enterado de nada de lo sucedido, o habrán pensado que hemos establecido tropas y nosotros nos hemos marchado al sur. Sólo los guardias de antes nos vieron, y ahora están muertos, así que no hubo testigos. ¿Qué coño hacemos?
Según las palabras de Hitochi, el hotel Alba del Invierno se encontraba fuera de las fronteras de Yukio. En mitad de la nada. Eso significaba que no habría farolas ni ninguna fuente de luz más allá de una luna cubierta por un manto de nubes y la escasa luz que consiguiera reflejar la nieve. La oscuridad sería absoluta.
Ayame torció el gesto de forma visible.
—Yo... preferiría esperar a mañana por la mañana —opinó, sin entrar en demasiados detalles. No quería exponer de nuevo su debilidad, y mucho menos explicar que no quería atacar de noche porque le daba miedo la oscuridad—. Podríamos marchar en cuanto saliera el sol, no estarán tan en guardia al amanecer.
No habían vuelto a cruzarse con ningún shinobi del Copo de Nieve, pero Ayame se había encargado de ocultar su carcaj bajo la túnica y llevaba la cabeza cubierta con la capucha. No podía evitar echar miradas desconfiadas a cada uno de los altavoces que se cruzaba en su rango de visión. Aquellos cacharros también habían sido rehabilitados, pero ahora lo que se transmitían por ellos eran órdenes enviadas desde el edificio del Gobernador, ahora convertido en sede central de comunicaciones. Pero Ayame seguía intranquila. Aquella diabólica música que les había mantenido hipnotizados todo el tiempo había sonado desde aquellos mismos altavoces, transmitida desde unos ordenadores conectados entre sí. Sin duda había sido obra de algún shinobi experto en ilusiones auditivas, como ella misma. Pero Ayame debía mantener su canto para seguir afectando a sus víctimas, ¿era posible que su enemigo hubiese estado tocando a todas horas sin parar? No. No lo creía.
«Debe de haber grabado el sonido.» Seguía meditando para sus adentros, sumida en un pensativo silencio mientras degustaba unas bolas de takoyaki que había comprado en un puesto de comida callejera cercano. Quizás, si Yui no hubiese destruido de aquella manera aquellas máquinas, podrían haber intentado rastrear el origen de la señal de alguna manera. Pero ya era tarde para pensar en ello, pues nuevas preocupaciones ocupaban su mente. Si sus sospechas eran ciertas, ¿su enemigo se habría dado cuenta ya de que su ilusión había sido desbaratada? ¿Y habría advertido a Kurama de la intromisión de Amegakure en Yukio?
El escalofriante recuerdo de unos afilados ojos rojos y una mano con garras cerniéndose sobre ella antes de verse cegada por un fulgor supersónico volvió a dibujarse en su mente, y Ayame apretó las mandíbulas para disimular el estremecimiento que la había recorrido de arriba a abajo.
—Ya casi caerá la noche —comentó Yui, y Ayame alzó la cabeza hacia el cielo en un acto reflejo. Pese al manto blanquecino de nubes de nieve que lo cubrían, era notable que la luz cada vez era más escasa. No tardarían mucho más en encender las farolas de las calles. Podríamos adentrarnos al norte ahora, por la noche. O podríamos esperar a la mañana. Ambas opciones tienen sus ventajas y sus desventajas.[/sub]
»Si atacamos ahora, puede que los tomemos por sorpresa. Pero hace frío y es muy probable que pronto haga más todavía. No me gustaría quedarme atrapada en una trampa de Kurama en la nieve. Si esperamos a mañana, estarán más en guardia, sobretodo si tienen algún confidente en la ciudad que se nos haya escapado y notifique del tinglado que hemos preparado aquí. O si disponen de alguna otra forma de vigilarnos. Con todo el tema de los altavoces, tampoco me extrañaría. Con suerte, no se habrán enterado de nada de lo sucedido, o habrán pensado que hemos establecido tropas y nosotros nos hemos marchado al sur. Sólo los guardias de antes nos vieron, y ahora están muertos, así que no hubo testigos. ¿Qué coño hacemos?
Según las palabras de Hitochi, el hotel Alba del Invierno se encontraba fuera de las fronteras de Yukio. En mitad de la nada. Eso significaba que no habría farolas ni ninguna fuente de luz más allá de una luna cubierta por un manto de nubes y la escasa luz que consiguiera reflejar la nieve. La oscuridad sería absoluta.
Ayame torció el gesto de forma visible.
—Yo... preferiría esperar a mañana por la mañana —opinó, sin entrar en demasiados detalles. No quería exponer de nuevo su debilidad, y mucho menos explicar que no quería atacar de noche porque le daba miedo la oscuridad—. Podríamos marchar en cuanto saliera el sol, no estarán tan en guardia al amanecer.