4/04/2021, 07:29
Muchos sucesos acontecieron el ámbito político del mundo, pero eso no impedía que mucha gente quisiera continuar con sus vidas pese a la crisis que parecía querer revolucionar el mundo. En la capital del País del Rayo, pocas cosas habían cambiando, o eso parecían querer aparentar. Dependían del turismo, así que debían seguir sosteniendo su negocio. No importaba que tanto ignorases el mundo, historias se sucedían en todos lados en distintos momentos, pero la diferencia radicaba en la importancia que le dábamos. La única verdad del mundo, es que todo puede verse con distintos matices según los ojos que se vean.
Una muchedumbre de personas se hallaba reunida para curiosear en uno de los tantos edificios de la ciudad. Algunos iban bien vestidos, otros tantos preferían lo más práctico y realista, optando por ropas holgadas de colores claros para el calor. Lo cierto es que sin importar si preferían el estilo o la comodidad, ambos bandos querían atestiguar algo en específico.
El sonido de unos tacones anunció la presencia de una mujer tras el umbral de la entrada, justo cuando una joven damisela de ojos naranja hizo acto de presencia. Su mirada era cautivadora y profundas, sus labios rojos eran sensuales, su escote y su cintura invitaban a ideas poco apropiadas, mientras el tatuaje de grulla en su pierna daba un aire de misterio a su ya de por sí encantadora aura. La mujer caminó hasta subirse a una pequeña tarima y tomo un micrófono.
—Bienvenidos sean y gracias por su paciente espera. A continuación, mi hermano y director de la Fundación Hakaze dará su discurso inaugural. Con ustedes, ¡Hakaze Konda!— señaló con la mano a la puerta.
Los aplausos no se hicieron esperar, de tanto que incluso algunos se atrevieron a sacar fotos de la llegada del caballero.
Era un hombre que rondaba los cuarenta y cinco años, aunque en sus sienes era posible apreciar atisbos de tempranas canas. Eso sí, toda su cabellera estaba perfectamente peinada. Tenía ojos naranja al igual que la fémina, pero mucho más afiliados. Era de nariz respingada y mentón fuerte, dándole todos los rasgos de un hombre apuesto, resaltando además un fino bigote. Caminaba con paso airoso, recibiendo los flashes de las cámaras con la costumbre de quien se levanta todas las mañanas y se pone los zapatos. Era solo verle, y saber qué era un gran hombre, o al menos en personalidad, porque en altura le faltaban algunos centímetros para llegar al metro con setenta.
Llegó al humilde escenario y recibió el micrófono, esperando a que cesasen los aplausos para comenzar con su discurso.
—Gracias a todos por asistir a este importante día. Durante mucho tiempo, he dedicado parte de mi vida a ayudar a los necesitados. Pero a la vez, me pregunté si mis esfuerzos valían realmente la pena. ¿Qué hará el pobre con la moneda de oro?— su mirada observó a todos los presentes. —Soy un empresario, aunque confieso que heredé la compañías mineras de mi familia y yo sólo tuve que aprender a administrarlas. Sin embargo, esto me hizo pensar, ¿porqué unos tienen oportunidades y otros no? ¿Cuál es la diferencia? ¿Es destino? Son preguntas que parecen ser respondidas por la casualidad, pero con el tiempo me di cuenta de que lo que llamamos suerte, en realidad son consecuencias de las acciones de los demás. Por ello, he estado apoyando con distintas donaciones a diversos orfanatos en distintos países. Lujos suficientes me he dado ya en esta vida, como para darme cuenta de que tengo más poder del que parece, y que puedo cambiar muchas vidas. Me han llegado a llamar filántropo por mis acciones, pero, ¿es necesario un adjetivo para alguien que se dedica a velar por el bienestar de los demás? ¿Tan deprimente es el mundo para que la bondad sea un milagro? Es triste, pero es así. Por ello, me he dado cuenta que no basta dar limosna. ¡SE HAN DE HACER BIEN LAS COSAS! Así cómo he aprendido a abrirme paso en los negocios, así administraré la fundación. Es por ello que están aquí, ¡para inaugurar el primer orfanato totalmente patrocinado con los esfuerzos de la Fundación Hakaze! Porque mis esfuerzos no serán en vano, porqué sé que valdrá la pena darles oportunidades a esos niños que no tienen quién más vele por ellos. ¡Para que ellos puedan trazar sus sueños en el futuro! Les daré la mano, que nadie más puede darles...
Konda empuñó la zurda y todos los presentes estallaron en vítores.
Entre los presentes en la muchedumbre, uno no parecía tan eufórico como los demás. Se trataba de Nao, quién sonreía suavemente mientras su pincel reposaba en sus labios. Observaba, de brazos cruzados, la inauguración del mentado orfanato. «Je, el tipo tiene algo de entusiasmo. Aunque, decae en la parte final de su discurso... Falta algo, no sé...» Se dijo cruzándose de brazos.
¿Qué hacía ahí? Tomarse unas vacaciones. Sí señor. El mundo se venía a pedazos, ¿pero qué podía hacer él? Mortificarse por problemas que no podía resolver carecía de sentido, o al menos, eso creía él. No se veía cómo el protagonista de las historias épicas, sino como el espectador silencioso. Ese era el trabajo de cronista que heredó de su abuelo Isao, pero el que tan errado o acertado estaba en su ideal era algo que no podía ver aún en su novatez.
El genin de la lluvia río un poco. Buscaba algo interesante más allá de las termas en ese sitio, pero no creía que un millonario fuese a darle las historias de aventura que desea plasmar en sus lienzos. Aún así, no tenía nada mejor que hacer que prestar atención al hombre y su discurso en esos precisos momentos.
Una muchedumbre de personas se hallaba reunida para curiosear en uno de los tantos edificios de la ciudad. Algunos iban bien vestidos, otros tantos preferían lo más práctico y realista, optando por ropas holgadas de colores claros para el calor. Lo cierto es que sin importar si preferían el estilo o la comodidad, ambos bandos querían atestiguar algo en específico.
El sonido de unos tacones anunció la presencia de una mujer tras el umbral de la entrada, justo cuando una joven damisela de ojos naranja hizo acto de presencia. Su mirada era cautivadora y profundas, sus labios rojos eran sensuales, su escote y su cintura invitaban a ideas poco apropiadas, mientras el tatuaje de grulla en su pierna daba un aire de misterio a su ya de por sí encantadora aura. La mujer caminó hasta subirse a una pequeña tarima y tomo un micrófono.
—Bienvenidos sean y gracias por su paciente espera. A continuación, mi hermano y director de la Fundación Hakaze dará su discurso inaugural. Con ustedes, ¡Hakaze Konda!— señaló con la mano a la puerta.
Los aplausos no se hicieron esperar, de tanto que incluso algunos se atrevieron a sacar fotos de la llegada del caballero.
Era un hombre que rondaba los cuarenta y cinco años, aunque en sus sienes era posible apreciar atisbos de tempranas canas. Eso sí, toda su cabellera estaba perfectamente peinada. Tenía ojos naranja al igual que la fémina, pero mucho más afiliados. Era de nariz respingada y mentón fuerte, dándole todos los rasgos de un hombre apuesto, resaltando además un fino bigote. Caminaba con paso airoso, recibiendo los flashes de las cámaras con la costumbre de quien se levanta todas las mañanas y se pone los zapatos. Era solo verle, y saber qué era un gran hombre, o al menos en personalidad, porque en altura le faltaban algunos centímetros para llegar al metro con setenta.
Llegó al humilde escenario y recibió el micrófono, esperando a que cesasen los aplausos para comenzar con su discurso.
—Gracias a todos por asistir a este importante día. Durante mucho tiempo, he dedicado parte de mi vida a ayudar a los necesitados. Pero a la vez, me pregunté si mis esfuerzos valían realmente la pena. ¿Qué hará el pobre con la moneda de oro?— su mirada observó a todos los presentes. —Soy un empresario, aunque confieso que heredé la compañías mineras de mi familia y yo sólo tuve que aprender a administrarlas. Sin embargo, esto me hizo pensar, ¿porqué unos tienen oportunidades y otros no? ¿Cuál es la diferencia? ¿Es destino? Son preguntas que parecen ser respondidas por la casualidad, pero con el tiempo me di cuenta de que lo que llamamos suerte, en realidad son consecuencias de las acciones de los demás. Por ello, he estado apoyando con distintas donaciones a diversos orfanatos en distintos países. Lujos suficientes me he dado ya en esta vida, como para darme cuenta de que tengo más poder del que parece, y que puedo cambiar muchas vidas. Me han llegado a llamar filántropo por mis acciones, pero, ¿es necesario un adjetivo para alguien que se dedica a velar por el bienestar de los demás? ¿Tan deprimente es el mundo para que la bondad sea un milagro? Es triste, pero es así. Por ello, me he dado cuenta que no basta dar limosna. ¡SE HAN DE HACER BIEN LAS COSAS! Así cómo he aprendido a abrirme paso en los negocios, así administraré la fundación. Es por ello que están aquí, ¡para inaugurar el primer orfanato totalmente patrocinado con los esfuerzos de la Fundación Hakaze! Porque mis esfuerzos no serán en vano, porqué sé que valdrá la pena darles oportunidades a esos niños que no tienen quién más vele por ellos. ¡Para que ellos puedan trazar sus sueños en el futuro! Les daré la mano, que nadie más puede darles...
Konda empuñó la zurda y todos los presentes estallaron en vítores.
Entre los presentes en la muchedumbre, uno no parecía tan eufórico como los demás. Se trataba de Nao, quién sonreía suavemente mientras su pincel reposaba en sus labios. Observaba, de brazos cruzados, la inauguración del mentado orfanato. «Je, el tipo tiene algo de entusiasmo. Aunque, decae en la parte final de su discurso... Falta algo, no sé...» Se dijo cruzándose de brazos.
¿Qué hacía ahí? Tomarse unas vacaciones. Sí señor. El mundo se venía a pedazos, ¿pero qué podía hacer él? Mortificarse por problemas que no podía resolver carecía de sentido, o al menos, eso creía él. No se veía cómo el protagonista de las historias épicas, sino como el espectador silencioso. Ese era el trabajo de cronista que heredó de su abuelo Isao, pero el que tan errado o acertado estaba en su ideal era algo que no podía ver aún en su novatez.
El genin de la lluvia río un poco. Buscaba algo interesante más allá de las termas en ese sitio, pero no creía que un millonario fuese a darle las historias de aventura que desea plasmar en sus lienzos. Aún así, no tenía nada mejor que hacer que prestar atención al hombre y su discurso en esos precisos momentos.